martes, 30 de diciembre de 2008

Nudos y Engaños

Ella, Ella y Él.

Salió de la casa de ella con la culpa de haberla engañado. Se preguntaba si alguna vez se lo diría. ¿Porqué decírselo? Si no lo sabe no le puede doler. Pero la transparencia siempre da confianza. Quizás al saberlo el resultado sea el mismo que si se enterara por su propia cuenta. ¿Podría enterarse por sus propios medios? Imposible, por motivos que no vienen al caso no era un escenario factible. Entonces todo dependía de él y su voluntad, sus objetivos con ella y cuánto le importaba. Él sabía que no quería contárselo, ¿porqué obligarse a sí mismo a hacer algo que no quería? Si al final, lo importante era él. Con la única persona junto a la que conviviría por el resto de sus días sería con él mismo y eso ya era bastante. Sumado a esto, pronosticaba que esa chica no era la mujer de su vida, su alma gemela, sino que era un amor pasajero y que tarde o temprano esa relación terminaría como todo lo que él se proponía. Nada la duraba lo suficiente. No porque no quisiera que se prolongara pero por las vueltas de la vida y el destino nunca conseguía terminar algo. Finalmente no sabía qué era lo que le gustaba hacer ni lo haciendo qué le gustaría vivir y ganarse la vida.
- Ni un paso adelante puedo dar en mi vida. Mejor guardo el secreto, pensó.
Y si. Porque era mejor. No terminaría con la relación y quizás se casaría con ella, viviría con alguien más, además de con él mismo.

Había sido algo elaborado, eso le molestaba más. No había sido culpa de un exceso de alcohol o producto de algún estado mental particular. Quiso hacer lo que hizo. Quiso engañarla. Tampoco importa cómo la engañó: si durmió con ella o si sólo fue una salida con algún beso de por medio. Hubiese valido lo mismo, una traición. En su vida sólo quería estar acompañado. No quería morir solo. Le tenía terror a la idea de nunca encontrar a alguien para él o la de nunca tener un amigo inseparable para compartir hasta a la familia, si es que la tenía, tampoco importa. Y ahora se arrepentía. Ese nudo fantasma que le atoraba la garganta no lo dejaba pensar en nada más. Quería desatarlo y volver a respirar algo puro, nada contaminado. La traición contamina.
Era temprano y se despertó más temprano todavía. Pero no se había levantado por motus propio. Estaba soñando algo, ni él recordaba qué pero un chirrido insoportable quebró su silencio y como un timbre insoportable que no deja de sonar, logró su cometido, abrir sus puertas y despertarlo. Miró su teléfono celular. Tres llamadas perdidas de ella.
- No pienso contestarlas, dijo.
Necesitaba pensar y mucho. Quería reflexionar y estar un innecesario rato más consigo mismo.
Ni siquiera desayunó y cuando quiso darse cuenta ya estaba en su cubículo suicida del trabajo. Suicida porque es como estar muerto, en un infierno detestable e inundado de responsabilidades y superiores. A él le gustaba la anarquía, pero el sistema no le dejaba. Quizás por eso la había engañado, no soportaba las normas ni el congelamiento de las posibilidades del futuro, el ya saber cómo hay que actuar ante determinadas situaciones, no era para él, no. ¿Se estaba justificando? Nadie sabe. Había tratado con tantos abogados en su vida que si le decían hoy que no trate de “justificar lo injustificable”, se echaría a las carcajadas descostillantes. Todo era justificable. Podría excusar hasta a un asesino serial. Crimen pasional, defensa propia, o simplemente locura desatada de la nada. Fácil, como todo.
Miró el reloj, las 12 del mediodía. Se alegró de haber estado toda la mañana fingiendo estar trabajando mientras se torturaba con la mente. A penas cruzó la puerta del edificio de oficinas con el rumbo fijado hacia el bar donde siempre almorzaba, sonó ese insufrible tono del teléfono móvil. Su saludo fue esperanzado como siempre, cada vez que atendía el teléfono trataba de esperar algo nuevo. Alguna de esas curvas de la vida que no sabía a dónde lo llevarían.
-Pensé que nunca te iba a ver de nuevo, voz femenina.
-Perdón que me fui tan rápido pero estaba apurado, hoy entré muy temprano a trabajar.
-Algo te pasaba, me di cuenta.
-Estoy un poco en la mía nada más, estoy pensativo.
-Bueno cuando quieras nos podemos ver.
-Dale yo te llamo. No te preocupes, confiá en mí.
-Chau.
No devolvió el saludo y cortó. Sabía que tenía que enfrentarla en algún momento, no podía tardar mucho, sino sería demasiado evidente. Quería hacer las cosas bien y dar la cara ante la tormenta.
Así fue siempre. Nunca tuvo ningún problema serio en su vida y por esa razón llegaba a mirar montañas en migajas. Creaba estados de ánimo de la nada. Tenía la habilidad de ponerse triste y deprimido al golpearse el pie con un mueble, diría que iba a ser un mal día y se comenzaba a preguntar cuándo había tenido un buen día, propiamente dicho. Tampoco nunca se arriesgaba. El sólo existir la posibilidad de fallar lo hacía no apostar nada. Sentía que había desperdiciado mucho tiempo de su juventud en la que –según él- podría haberse acostado con decenas de chicas. Ya ahora estaba en un subsuelo anímico, para qué haber cometido tan bestial error. Para qué haberse arriesgado tanto. Sabía que le faltaba arriesgar un poco más, pero no tanto. No tan estúpidamente.


- Pasame la sal porfa, dijo su hermano. Cena familiar de los domingos. Las disfrutaba. Su hermano –mayor- mantenía un monólogo expresivo y carismático. Se notaba a la legua su quién sabe si merecida felicidad. Era 4 años más grande que él y siempre se había creído más exitoso, o quizás más responsable.
- ¿Qué te pasa hermanito menor, porqué tan callado?
- Nada, nada. Estoy medio estresado por el laburo.
- Relajate, si total no te exigen tanto.
Se quedó callado, como siempre. Nunca le gustó confrontar. Se engañaba diciéndose que mientras él supiese la verdad de las cosas, mientras supiese cómo eran las cosas en realidad, no le molestaba lo que pensara el otro. Pero no era así, sí le molestaba pero no quería enfrentársele ni a él ni a nadie, ni a ella. Era arriesgarse a que se enojen con él, a quedar mal, aunque el tuviese razón.
La cena había terminado, los temas que se habían tocado eran los de siempre más alguna discusión política sobre la corrupción incesante de los gobernantes y algo de cine. Cuando terminó los últimos restos de comida que le quedaban en el plato, decidió ir a fumar un cigarrillo a la cocina. Fumar sólo le gustaba. Lo dejaba pensar tranquilo, evidentemente también le gustaba pensar.
- ¿Qué te pasa?, le preguntó su hermano mientras entraba a lavar los platos. Se le estaba por acabar el cigarrillo y ya se había anudado bastante en sus inexistentes problemas como para seguir lidiando consigo mismo. Decidió probar.
- ¿Cómo haces para ser tan feliz?, preguntó.
- Qué pregunta. Yo te conozco hace mucho tiempo y sé que te pones mal por boludeces. ¿Pero tanto como para preguntarme alguna fórmula de felicidad? No es tan fácil pero podrías empezar por dejar de excusarte con vos mismo en todo lo que haces. Dejá de buscarte explicaciones para cada movimiento en tu vida. Igual hay cosas que no tienen explicación, y menos los estados mentales. Es como buscarle una explicación de porqué te gusta tal o cual chica. No se puede saber eso. El cuerpo tiene razones para darte felicidad y tristeza que nunca vas a entender, y mejor no gastarse en tratar, porque terminas como vos, envuelto en una maraña de cuerdas que no tiene ni un solo cabo.


Tiene razón.


Ahora estaba confiado. Se veía al espejo y sonreía. Posaba. Es que era así de fácil para él cambiar de mentalidad. El intercambio con el hermano le había servido para darse cuenta que las cosas eran, o deberían ser más simples de lo que él las hacía. Había pasado con ella muchas cosas. La había conocido en un bar, en una salida con los amigos. Le había volcado el trago y le compró otro. Mientras se acordaba de esa imagen de los dos tomando del mismo vaso al lado de una ventana empañada por el invierno rió. Le encantaba su sonrisa, ahora la valoraba, pero se había olvidado de ella en esa noche fatídica. Después recordó cuando tocó esos labios por primera vez, se hubiese quedado a vivir ahí si no era porque se tenía que bajar del colectivo para llegar a su casa en ese mismo día en que la había visto por primera vez. Decidió no bajarse. El colectivo para él era algo especial, lleno de cosas mágicas, como ella. Era, para él, un marco increíble. Se quedó ahí y ella lo invitó a subir a su departamento. El final no era cantado. Tomaron unos cafés juntos y charlaron toda la noche, nada más. El beso no se repitió aquella vez pero sí en muchas otras ocasiones. Sentía que cada parte del cuerpo que era besada por ella volvía a nacer. Así, había renacido de las cenizas de su propia cabeza. Toda su persona era otra, y era feliz. Pero por alguna razón de la rutina y la convivencia ambas partes del sueño fueron desgastándose y a tenerse menos en cuenta. Recordó todo esto quién sabe porqué, supuso que el cuerpo a veces mandaba señales. Que ni su cuerpo y su mente entendían porqué estaba cometiendo tantos errores y decidieron darle una ayuda. Según su hermano hay cosas que le pasan a la gente que no tienen razón de ser y son producto del alma, pero esta vez el cuerpo le estaba dando una pista de lo que debía hacer. Ya ni él ni él mismo, esas dos personas que convivirían hasta su muerte sabían lo que le estaba sucediendo, pero había tomado una decisión.


- No te quiero ver más, me arruinás.
- ¿Eh?
- Lo que escuchaste, salí de mi vida, el tiempo que pasamos juntos no significa nada.
- ¿Me estás jodiendo?
- No, pensé mucho en lo que pasó hasta hoy y no te quiero más en mi.
Había citado a ella, la que lo había llamado mientras dormía y le había dejado 3 llamadas perdidas que no pensaba contestar. Esa con la que había hablado esa vez mientras salía a almorzar y que había despachado tan rápidamente.
Esa con la que había engañado a la verdadera ella. Esa que él realmente quería y por la que se había dado cuenta, daría todo para seguir amando. Para seguir viajando con ella su vida y cruzarla con la suya.

- Al fin te veo, ¿qué te estuvo pasando?, preguntó la verdadera ella.
- Me pasó que te amo. Te amo y me costó entenderlo.
- Yo también, pero me es fácil entenerlo.
Ella no era como él, no buscó explicaciones.
- ¿Y porqué estas tan feliz?, le preguntó a él.
- Hay cosas que no tienen explicación.

FIN

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