lunes, 29 de junio de 2009

A votar

Entre las 12 del mediodía y la una de la tarde del domingo 28 de junio, El Paciente entra a la Clínica Olivos, centro de atención médica de guardia de excelencia para los vecinos de Vicente López. Cruza la puerta electrónica, camina dos pasos y se sienta a la izquierda, en un asiento de “la sala de espera” mientras su madre va hacia la administración a presentar su carnet de la obra social y a pedir la atención que necesaria. Veintiocho de junio de 2009, elecciones legislativas sucias y agitadas y una gripe porcina que supuestamente atesta a todo el país, supuestamente. Para el gobierno los casos son pocos, cientos, rozando los miles. Para las organizaciones independientes de salud, esas filantrópicas sin razón, unos diez mil. El Paciente tiene la rodilla en la miseria, apenas puede caminar, la noche anterior, durante un partido de fútbol, trabó violentamente con un jugador del otro equipo y no pudo seguir; cuando ya tiene cinco minutos de historia en ese asiento se da cuenta de dos cosas. Uno: la puerta que cruzó para entrar en el edificio está demasiado cerca de él, es invierno, y la gente no para de entrar y salir, el frío entra y es insoportable. Dos: tiene, dos lugares a su derecha, a una mujer “de edad” tosiendo como si estuviese en un letargo furioso y terminal. Los medios de comunicación y su ataque tipo “A” no fueron evitados por su inconsciente y piensa: “Gripe A” o “Gripe Porcina” o “Influenza A” o “Virus AH1N1”. La mujer, en un gesto de consideración, piensa El Paciente, gira su cuerpo mirando hacia la puerta y tose contra ella, para no molestar, aunque el ruido asqueroso que produce cuando lo hace le provoca ira. “Tose como un chancho”, piensa. Luego de varios minutos logra asimilar el ambiente y olvida la tos de “la vieja”. Su marido, el de “la vieja”, duerme a su lado como si nada ocurriera, un hombre que diez minutos más tarde, o quizás más, se cambiará de asiento para continuar su siesta en otro lado, quizás por miedo a su mujer, quizás porque no la aguanta más después de tantos años de convivencia y la tos que ahora sufre sólo la hace más insoportable. El Paciente decide no prestar más atención a ellos dos. Pero el frío ahora invade su mente. Piensa en el pésimo diseño de la clínica y en un encuentro hipotético entre él y el arquitecto. El diseño es lineal: puerta, sala de espera, mostrador, todo en fila. Todo esto le hizo olvidar el tiempo que había estado esperando a que lo atendieran. Habían pasado ya como veinte minutos y el recambio de compañeros de espera no era muy continuo, es decir, no pasaba nada. Los nervios del protagonista están igual de firmes que los ligamentos de su rodilla y tiene ganas de insultar a todo el staff de la clínica: 2 recepcionistas, 4 enfermeros y 2 médicos, los números son aproximados, podrían ser menos. Es quizás por eso que la gente se queja, que un señor mayor grita con acento italiano que va a “meterles una denuncia en” un lugar oscuro y recóndito. Esa debe ser la causa de muchos de los humores de sus colegas de espera. Una señora entra y provoca que se abra la puerta una vez más y que aquel lugar recóndito y oscuro sea cada vez más pequeño. La señora está hablando por celular, El Paciente atina a escuchar un poco de la conversación, una actividad de gran ocio para él juzgando su situación. La mujer, con una forma muy cerrada de pronunciación, expresa que no quiere que “la hagan entrar” por esa puerta ya que la gente que ve no es de su agrado y podría contagiar “la”. Habla de una peste. Le tiene miedo a la gente. Sale nuevamente y 5 minutos más tarde se la ve entrar por otro acceso con un hombre y una chica. No quería poner en riesgo a su hija y que sea contagiada por los enfermos de la sala de espera, donde se encuentra El Paciente. Su madre, sentada al lado suyo le comenta que fue a averiguar cuánto más había que esperar para que le vieran la pierna. “Hay tres muestras de radiografías antes que vos”, le comunica. Mientras espera impaciente que esas tres reuniones se lleven a cabo, varios hechos insólitos más ocurren, pero no vale la pena entrar en detalles. Todos a causa de la ineptitud de los trabajadores de la clínica y de su escases. Claro, es día de comicios y la gente tiene que votar. El “tano” se enoja varias veces más antes de irse sin ser atendido. Dos parejas jóvenes se retiran enojadas de tanto esperar y de tan poca atención. Pero El Paciente esperará. Como melodía para sus oídos, algunos apellidos son gritados y nadie se levanta, seguramente se fueron por rabia. Gracias a algo, escucha su apellido y salta de la silla, aunque “salta” es un verbo exagerado teniendo en cuenta sus posibilidades actuales. Conoce al médico que lo revisará y entra al consultorio. Realiza algunas pruebas manuales sobre su rodilla, la clásica pregunta de “¿esto duele?”, el obvio “¡¡¡¡si!!!!” y la siempre presente e increíble repetición incesante de esa acción sobre el mismo lugar de dolo. Finalmente el “doctor” le confiesa que no sabe específicamente qué es lo que tiene, que El Paciente debería hacerse radiografías y quizás una resonancia para eliminar posibilidades y confirmar un diagnóstico. El Paciente, creyéndose zagas y avivado le pregunta “¿cuánto voy a estar esperando para que el proceso de sacarme la radiografía y que la revises esté terminado?”. “y….”, llega a esbozar el profesional antes de que El Paciente diga “gracias doctor, hasta luego”, se levante como pueda y se vaya por la puerta electrónica molestando a la vieja de la tos porcina, a su marido dormido, y a todos los desgraciados que siguen en “la sala de espera”. El Paciente se va, aquel 28 de junio de 2009, sin saber qué es lo que tiene, a votar.

martes, 9 de junio de 2009

En medio de la radio

Entonces vi como aquel ángel caído del cielo se enfrentaba contra el demonio. Recordar sus apariencias seria para mi imposible, la gente que los rodeaba, mirando, atónitos, era tanta que solo pude ver las alas del ángel y las llamas envolventes del diablo. Todavía era difícil para mí asimilar la situación. Recuerdo muchas cabezas observando el espectáculo sobrenatural que esa madrugada tan especial nos había brindado. También recuerdo cuando apareció en escena el diablo. La muchedumbre se entrelazaba entre sí para golpearse y destruirse, todos guiados por una idea general, la guerra. El pueblo de mi ciudad se había reunido en el centro para matarse. Cuando ya el escenario era apocalíptico y yo era acribillado por una mujer con un palo, tan repentinamente como todo en aquella noche, dejé de sentir golpes y entendí que algo más ocurría. Me levanté como si nada y miré a mí alrededor, una ronda de gente se había formado a unos metros de mí. Traté de llegar hacia el centro de la rosca de personas, para observar qué era lo que realmente ocurría pero me fue imposible penetrar semejante capa de cuerpos. Pregunté entonces por qué tanta atención rodeaba aquel punto y me contestaron que “el demonio” había surgido de entre la tierra para luchar en el cataclismo preanunciado que nos acontecía.

Quién sabe cuándo, el ángel había bajado a batirse contra ese hombre del infierno. Un estrepitoso alarido de la gente dio a entender que algo nuevo había aparecido en escena. Se escuchaba: “un ángel”, “un ángel vino a salvarnos”. Era increíble para mí, y eso hice durante varios minutos, no creerlo. Pensar que yo estaba en mi casa tomando café cuando me enteré de todo esto. Ahora los dos seres más opuestos de la historia se enfrentaban en el centro comercial de mi barrio. “A las cuatro y media en el centro”, habían dicho. En un instante todo se esclareció, era cierto. Por encima de las cabelleras de miles de personas testigos de algo que yo no podía comprobar, vi un ala. Estaba seguro de haber visto un ala, o medio ala. Lo que no podía nadie negarme era que algo blanco había pasado rápidamente por el cielo estrellado, y yo lo había visto, nadie me diría qué era eso. Al ver aquel ala no pude más que seguir buscando evidencias de lo que decían que pasaba. Seguí alejándome del círculo de gente para poder ver más por encima de ellos.

A las cuatro y media en el centro. Eso era lo que la radio decía mientras tomaba mi café tranquilo sentado en mi comedor. A las cuatro y media en el centro, una guerra, el fin, una batalla de clases, de estratos sociales y de estereotipos. Nadie se salva, nadie puede no ir. Era ridículo, yo no iría, ninguna radio iba a convencerme de estar en el centro a las 4 y media de la mañana.

Cuando llegué, los negocios estaban todos atestados de gente saqueando las vidrieras y golpeándose, luchando entre sí, arrancándose los pelos, estrellándose mutuamente contra las paredes, tratando de ganar una batalla que no tenía ni siquiera dos bandos, todos peleaban por su cuenta. Sin poder darme cuenta de nada, recibí el primer golpe, un hombre se había abalanzado sobre mí para aniquilarme. No por el instinto de guerra sino por mi propia defensa, pude revertir la situación evitando sus golpes y comencé yo a pegarle. Lo tenía contra el piso, su cara ya no quería más. Gritaba, sufriendo el dolor de mis nudillos fríos. Mi cara estaba tensa, como si estuviese haciendo una mueca de furia hace varios minutos. Cuando el hombre dejó de gritar y de resistirse, lo solté y me alejé. Entonces busqué a mi próximo enemigo. Era claro que yo no iba a perder. Estaba cansado de perder. Esa era mi batalla.

Faltaba sólo una hora, eran las tres y media. Tres y diez iba a salir para allá, para el centro. Ya hace rato que había dejado de intentar comunicarme con mis conocidos, nadie atendía el teléfono, nadie estaba en su casa. La radio seguía prendida, pero el aire no era cubierto por ninguna voz, aún así, el mensaje seguía siendo claro, a las cuatro y media. Una grabación lo decía. Nadie se iba a perder la guerra, ni los mismos que la habían creado.

Por encima de los centenares de cabezas que bloqueaban mi visión hacia el centro del círculo solo había podido ver una sola vez aquel destello blanco cruzarse de un lado a otro. Debía encontrar otra prueba que me afirmara de una vez por todas que todo lo que decían que pasaba era verdad. Miré hacia el piso para volver a ver la sangre esparcida bajo mis pies, en eso, levanté mi pie y me vi la suela de la zapatilla. Incrustada entre las marcas de fábrica de mí calzado y pegada por la sangre que había estado pisando hasta recién, una pluma yacía inmóvil en mi pie. Era lo único que necesitaba.

Embestí a una mujer que estaba de espaldas, presa fácil. La puse de espaldas y comencé a golpearle la nuca. Mucho más no tendría que hacer. Casi sin moverse, se escapó de mí y desesperada tomó un palo del piso. Me golpeó la cara. Caí de espaldas al suelo y vi repetidas veces subir y bajar aquel palo contra mi persona. Sus latigazos eran tan rápidos que no pude atinar a salvarme. Su velocidad era sorprendente. Cuando casi me había resignado a resistir, todos frenaron. Algo había pasado, sentí un calor insoportable que venía de la tierra. Se escuchó una explosión a unos metros de mí, miré en esa dirección y vi un mar de gente rodeando un pequeño perímetro.

Al parecer el mensaje de las radios había llegado hasta el cielo y el infierno, entendí entonces, que aquella noche iba a durar para siempre. Hasta que no dejáramos de escuchar sin pensar, ni el ángel ni el diablo sobrevivirían.

miércoles, 3 de junio de 2009

Dejando de olvidar

Dejando todo por un sol de otra tierra

Estoy

Dejando que llegue la noche y se apague

Estoy

Dejando de ocultar con lunas de mil galaxias

Estoy

Dejando mundos por vos, y vos

Si ellas eligen perder,

qué podemos hacer?

Estás al lado mío sin voltear

No vas a mirar y quiero decir

Que sos mi sol y mis lunas

Y llenas mil amaneceres

Olvidando atardeceres que fueron nuestros

Estoy

Olvidando océanos testigos de nuestro aparecer

Estoy

Olvidando tu presencia que nunca estuvo

Estoy

Olvidando la ilusión, perdiendo el control

Si ellas eligen perder,

Qué podemos hacer?

Estás al lado mío sin voltear

No vas a mirar y quiero decir

Que sos mi sol y mis lunas

Y llenas mil amaneceres

Estoy dejando de olvidar…