miércoles, 9 de diciembre de 2009

Después del accidente

Nunca quise desligarme de esa esquina. Desde que tuve el accidente no hice otra cosa que pararme como si fuera un policía en ese lugar. Realmente disfrutaba yo observar a la gente que pasaba todos los días por ahí. Nunca nadie llegó a conocerme de verdad, pero no puedo culparlos, siempre andan muy ocupados. Hay muchas oficinas por ahí, la gente trabaja. Nunca quise que me den mucha pelota. Mientras no me echaran estaba todo bien. Por mi parte, fui descubriendo un poco de cada uno de los que pasaban por esa esquina. Estaban los quiosqueros, que eran varios, aunque había un solo quiosco. Se la pasaban llevando y trayendo cosas, mercadería, no paraban de laburar. El garita, que era un poco como yo, un testigo tácito del ir y venir. A él tampoco nadie le daba atención, pero a él no le importaba, es más, mientras menos contacto con la gente tuviera, mejor la pasaba. Igualmente, vivía durmiendo. La pendeja del tercer piso. En frente de donde me paraba yo, había un edificio petiso, no más de 5 pisos. En el tercero había una diosa. Sacada de algún cuento, o que se yo. Quizás un ángel. Llegué a pensar que nunca mostraba las alas por vergüenza, pero sin dudas era de una raza superior, entre un ángel y una diosa. No tuve que anotar su rutina como un desesperado en un cuaderno de colegio, me la aprendí sólo de verla todos los días. Para mí, cuando ella aparecía, todo lo demás era nada, no más autos, no más ruido de cajas del quiosco, no más ronquidos del garita, no más nada, sólo ella. A veces se cruzaban ella y el chico de la construcción y me moría de vergüenza por cómo se miraban. Cada día se pasaban más cerquita. Al principio a casi un metro. Después se fueron acercando y las últimas veces que los vi, hasta se rozaban los brazos. Después de todo, quizás era una historia de amor digna de sí misma. También había un trapito que comía de lo que cobraba por pretender que cuidaba los autos, aunque la gente lo respetaba. En realidad, se hizo indiscutido dueño de la cuadra cuando se quisieron robar la camioneta de los chicos del quiosco dio la casualidad de que el trapito estaba ahí cuando por la esquina apareció un patrullero y los chorros se fueron cagando. Los chicos del quiosco creyeron que él les había salvado la camioneta. Desde entonces, nadie le reprochó su presencia. Él también admiraba a la diosa del tercero. Pero no tenía ninguna chance, menos contra el chico de la obra, que por los gajes del oficio, era portador de una espalda equis ele. También usaba uno de esos arneses para apretar la cintura y levantar peso sin dolor que lo hacían más profesional y le daban más pinta. Igual, nunca se supo si aquel amor alguna vez se concretó, aunque yo creo que hubo una relación y por lo menos una pelea, porque de un día para el otro, ya no se rozaban más los brazos al cruzarse en la vereda, es más, la diosa del tercero empezó a caminar por la otra acera. Fue una lástima. Lo que más extraño es a la vieja del negocio de nutrición. Esos negocios nunca prosperan, pero por alguna razón, la gente que atiende esos locales es siempre macanuda. Aunque nunca recaudaba lo suficiente para cubrir el alquiler y la mercadería, siempre le daba algo de comer al trapito: unas semillas de girasol sin sal o galletitas de sésamo, sin sal. La diosa del tercero era cliente regular, su figura lo ameritaba. En el mismo edificio de la diosa, vivía una parejita de viejos. Se sentaban veinticuatro horas al día en el balcón de su piso, el primero, a mirar pasar los autos y la gente. A la mayoría eso le molestaba, pero a mí no, les debo mucho. Cuando tuve el accidente, en esa esquina, fueron los primeros en llamar a la ambulancia. No bajaron a preguntarme como estaba porque hubiesen tardado una eternidad. Los chicos del quiosco me hicieron el aguante hasta que llegó. Pusieron varias de sus cajas, vacías, en la calle para achicar la calle y que no me pisaran, es que no me podían mover, estaba muy mal. Una semana después, andá a saber si por coincidencia o qué, abrieron una farmacia al lado del quiosco. Se hicieron muy amigos entre ellos, siempre se pasaban cajas para un lado y para el otro. No duró mucho la farmacia, pocos días después, cayeron varios patrulleros y la cerraron. Se llevaron varias de las cajas. Días más tarde, abrió una carnicería que le dio mucha ganancia al quiosco. Los vecinos empezaron a hacer más asados y el olorcito era buenísimo, y al comprar la carne, pasaban por el quiosco a comprar papas fritas y gaseosas. Hicieron una dupla bárbara.

A veces me voy para la iglesia al final de la cuadra a rezar un poco, por mí. No tengo a mucha gente y entonces le pido a Dios que cuide de la gente de la cuadra. Pido que la carnicería tenga éxito y que los chicos del quiosco también, ahora la cuadra es mucho más limpia sin todas esas cajas. También pido que la obra no se termine nunca así el joven obrero se vuelve a enganchar a la diosa del tercero. Pido que los viejos sigan ahí para que nadie se quede sin ser observado, todos necesitan un poco de atención. Pido que nunca cierre el negocio de nutrición, la vieja hace las cosas bien y es honesta. También pido que el garita se quede en la cuadra por varios años más, algún día se va a reivindicar, algún día se va a despertar. Hasta pido que el trapito siga escoltando a los autos, no le hace mal a nadie, nunca rayó un auto ni lanzó una puteada al aire al que no quiso pagarle. Sin él, los chicos del quiosco no tendrían más camioneta para cargar mercadería. Me podrían haber llevado a mí al hospital y no esperar a que llegue la ambulancia cuando choqué en la esquina cerca de la nutricionista. Ya ni me acuerdo que auto tenía. Igual hubiese sido en vano, mi vida se fue volando por el mismo parabrisas que rompió mi cuerpo ya sin alma. Cuando me levanté, nadie se dio cuenta. La ambulancia llegó y se llevó mi cuerpo. Yo me quedé parado hasta que me volviesen a buscar. Siempre quise saber como terminó todo.

viernes, 2 de octubre de 2009

El artista

(viene de http://ithurbide.blogspot.com/)




Se duchaba. Era un momento especial para Sánchez. Un momento de total olvido salvo por una cosa, nunca dejaba de recordar que estaba vivo, y para él, a veces, ser consciente de ello era su única razón de ser. Vivir y ser vivido. Después de tantos años en el mundo, así de simples eran las cosas que valoraba.
Creyó escuchar ruidos mientras se remojaba la cabeza luego de limpiarla con crema de enjuague. Golpes con sonido débil por la resistencia de las paredes y el ruido de la ducha cayendo con fuerza sobre su cráneo. Segundos más tarde, volvió a percibir sonidos desde afuera, pero esta vez no eran golpes, sino voces, fuertes gritos. No logró imaginarse lo que vendría. Cerró las llaves de agua y comenzó a secarse con dos toallas, como siempre hacía. Una la envolvía alrededor de la cintura y la otra la usaba para el torso y la cabeza. Una prolijidad poco común en cualquier otra acción de su día. Fue así, entre toallas, que descubrió la noticia. Salió del baño. Subió las escaleras y entró a su habitación. No escuchaba más nada. Parecía como si estuviese sólo en su casa. Creyó estarlo. Pero no era el único cuerpo humano dentro de su hogar. Sin cambiarse fue a buscar a sus hijos al cuarto contiguo para preguntar el porqué de tanto alboroto. Su hijo yacía en el piso de la recámara, desangrado, muerto. Su cara decía mucho. Lloraba sin lágrimas, con los ojos abiertos, incrédulos, como si no cupiese dentro de su mente el escenario que ahora protagonizaba, como si la complejidad de la palabra usada para describir su estado fuese tan alta que todavía era posible que piense en despertar. La eternidad en la nada. La muerte violenta, criminal, imprevista para todos, pero real. Para Sánchez fue solo el disparador para comprobar que a su querida hija también le habían arrebatado la vida, o por lo menos que se la habían dejado escapar por la garganta. Esquivó los charcos de sangre de la cocina donde terminaba la vida de ella y se dirigió al patio delantero, donde estaba la puerta de entrada. Salió a la vereda y se sentó en el cordón. En toalla. Nadie pasó como para mirarlo y reírsele.

El diagrama era perfecto y Rímini no preveía errores. Las emociones eran su fuerte y nunca cometía equivocaciones a la hora de brindar su servicio, es decir, revivir sentimientos o sensaciones muertas, olvidadas en el espacio infinitamente misterioso de la mente humana. Quizás podría haber sido un psicólogo, analista del inconsciente, pero él se creía demasiado bueno para algo tan usado y repetido. Como siempre había sido en su vida, se inventó su propio espacio usando algo que nunca había perdido: la imaginación. Para él, esta era la virtud más importante del ser humano, ya que alegaba imprescindible poder escaparse de la realidad de vez en cuando e inventar una fantasía, deseada o no. Comedia o tragedia. Pocos lo habían contactado para pedir una tragedia. Sánchez era para él una excepción y un desafío. Crear algo poco agradable para el ser humano.
Luego de releer una y mil veces el proyecto, se relajó y se tomó otro café. Quería estar bien despierto para apreciar su obra maestra. Lo peor para un ser humano. Ver destrozadas sus mayores fuentes de sentimientos, su razón de vivir y de ser vivido. Los frutos de sus años. Ahora, nada. Mirando al asfalto buscando algo, pero sin encontrarlo. Angustia y pesar. Lo que le habían pedido. Otro trabajo bien hecho. Hasta pensaba en aumentar la cuota a cobrar por aquella pieza.



Sigue Alejandro Cabrera en: http://mividahechalapizypapel.blogspot.com/

sábado, 15 de agosto de 2009

Condicional

-Sí, lo maté. ¿Y?... muchos querían hacerlo, o por lo menos jodían con eso…

-Bueno pero me parece que no era para tanto.

-Mirá, no me lo bancaba más, nadie lo soportaba, mirame como si fuese un salvador, te salvé de bancártelo más tiempo. Además, a mí me tenía las pelotas llenas. ¿Por qué él podía decir y hacer lo que quería y nosotros teníamos que soportarlo? Todos se quejaban de sus chistes tontos, de su soberbia y de que no se daba cuenta de lo tonto que era. Bueno, ahora yo le puse fin a eso, además, creo que yo era el que menos lo quería, asique remordimiento no tengo. Ni siquiera sus padres lo van a extrañar, te lo aseguro.

-¿Qué estás diciendo?

-Digo que antes si sentías ganas de matar a alguien, lo hacías, ahora, está todo como un tabú, bueno, yo lo maté, chapado a la antigua.

-¿Chapado a la antigua?

-Sí, lo ahorqué.

-¿Pero sabés que no vivís en la época medieval no? No estás en guerra, no sos el enviado del rey, te van a meter preso.

-Si… me van a meter preso, ¿y? Estaré unos años en cana. Pero la verdad que voy a estar muy tranquilo porque no me voy a tener que bancar al forro ese. Pero bueno, sí, no me vas a ver por un rato largo. A la noche cuando hables con los chicos para hacer algo, ya no vas a poder invitarme, es verdad. Ni para jugar a la pelota. Ni para hablar por teléfono siquiera. Para nada. No vas a poder contar más con migo.

-¿Vale la pena?

-No. Pero me siento bien porque por una vez en la puta vida hice algo que quería hacer. Yo no soy como él. Yo si hago algo bien no ando por la vida mostrándoselo a todos. Él venía y te lo echaba en cara y te volvía loco. Y te hacía quedar mal al lado de todo el mundo gritando a los cuatro vientos que tanto mejor él era al lado tuyo. Y bueno, me cansé, lo invité a casa y lo maté.

-¿Lo mataste en tu casa?

-Y si, pobre el boludo estaba muerto de ganas de tener más amigos, entonces lo invité a casa y vino corriendo. Como le encantaba mostrar su fuerza, lo único que tuve que hacer fue retarlo a que yo le pusiera una cuerda alrededor del cuello y él tratara de escapar. Obviamente no pudo. Una vez que apretás el cuello, ya es difícil salir.

-¿Y cómo vas a hacer para que nadie se dé cuenta?

-Uh sos tarado che. Lo tiro al río. No le va a faltar compañía.

-Lo que dijiste recién es horrible.

-Me tenés los huevos hinchados con tu moralismo. ¿No podés cruzar los límites una vez en tu vida? Lo único que te voy a pedir es que no le digas a nadie. Yo confío en vos porque sos mi amigo. Y la verdad es que si le decís a alguien, se pudre todo viejo. Yo me animé para matarlo, y no me costó tanto. Animate.

-Y pero ya te dije, vas a ir en cana.

-Sí, si alguien se entera. Sí, dije que no me ibas a poder llamar más. Pero la verdad es que no quiero ir en cana. Y si vos no hablás, no voy a ir en cana. Porque no hay nadie que sepa la verdad.

-Es muy difícil que yo no hable. No son pelotudos los canas, van a saber que estoy mintiendo.

-¿No podés confiar en vos? Mirá a quién le vengo a contar. A la madre teresa. A Ghandi.

-Pará un poco. No me insultés. Yo no te hice nada. Yo no maté a nadie.

-Ah bueno. ¿Me estás tratando de asesino?

-Convengamos que mataste a Jaspe.

-¿Y qué? ¿Eso ya me convierte en un asesino? Para ser un asesino tenés que haber matado a más de una persona.

-El asesino es el que asesina. Vos asesinaste. Sos un asesino.

-No te me hagás el vivo León.

-Tranquilo. Bueno yo no digo nada, pero prometeme que nunca más vas a hacer algo así. Jurame que vas a ser el mismo de siempre.

-¡Pero soy el mismo!

-No confío más en vos.

-Eso no era algo que tenías que decir León. Si no confías en mí, me vas a delatar, tonto no soy.

-Bueno mentira, no dije nada.

-¿Pero ves? Ahora ya no te creo. Ahora yo ya no confío en vos, ni en tu moralismo, ni en nada.

-No hagás nada raro Uriel.

-No te puedo dejar vivir Leo, pierdo yo, ¿entendés?.

-Pero…

-Vení.

-Para…

-¡¿Qué hacés?! ¡Soltá eso León!

- Si vos me matás, pierdo yo… ¿entendés?

(Muere Uriel)

-Ya no me lo bancaba mas a ese Uriel…, si, lo maté... ¿y?

lunes, 29 de junio de 2009

A votar

Entre las 12 del mediodía y la una de la tarde del domingo 28 de junio, El Paciente entra a la Clínica Olivos, centro de atención médica de guardia de excelencia para los vecinos de Vicente López. Cruza la puerta electrónica, camina dos pasos y se sienta a la izquierda, en un asiento de “la sala de espera” mientras su madre va hacia la administración a presentar su carnet de la obra social y a pedir la atención que necesaria. Veintiocho de junio de 2009, elecciones legislativas sucias y agitadas y una gripe porcina que supuestamente atesta a todo el país, supuestamente. Para el gobierno los casos son pocos, cientos, rozando los miles. Para las organizaciones independientes de salud, esas filantrópicas sin razón, unos diez mil. El Paciente tiene la rodilla en la miseria, apenas puede caminar, la noche anterior, durante un partido de fútbol, trabó violentamente con un jugador del otro equipo y no pudo seguir; cuando ya tiene cinco minutos de historia en ese asiento se da cuenta de dos cosas. Uno: la puerta que cruzó para entrar en el edificio está demasiado cerca de él, es invierno, y la gente no para de entrar y salir, el frío entra y es insoportable. Dos: tiene, dos lugares a su derecha, a una mujer “de edad” tosiendo como si estuviese en un letargo furioso y terminal. Los medios de comunicación y su ataque tipo “A” no fueron evitados por su inconsciente y piensa: “Gripe A” o “Gripe Porcina” o “Influenza A” o “Virus AH1N1”. La mujer, en un gesto de consideración, piensa El Paciente, gira su cuerpo mirando hacia la puerta y tose contra ella, para no molestar, aunque el ruido asqueroso que produce cuando lo hace le provoca ira. “Tose como un chancho”, piensa. Luego de varios minutos logra asimilar el ambiente y olvida la tos de “la vieja”. Su marido, el de “la vieja”, duerme a su lado como si nada ocurriera, un hombre que diez minutos más tarde, o quizás más, se cambiará de asiento para continuar su siesta en otro lado, quizás por miedo a su mujer, quizás porque no la aguanta más después de tantos años de convivencia y la tos que ahora sufre sólo la hace más insoportable. El Paciente decide no prestar más atención a ellos dos. Pero el frío ahora invade su mente. Piensa en el pésimo diseño de la clínica y en un encuentro hipotético entre él y el arquitecto. El diseño es lineal: puerta, sala de espera, mostrador, todo en fila. Todo esto le hizo olvidar el tiempo que había estado esperando a que lo atendieran. Habían pasado ya como veinte minutos y el recambio de compañeros de espera no era muy continuo, es decir, no pasaba nada. Los nervios del protagonista están igual de firmes que los ligamentos de su rodilla y tiene ganas de insultar a todo el staff de la clínica: 2 recepcionistas, 4 enfermeros y 2 médicos, los números son aproximados, podrían ser menos. Es quizás por eso que la gente se queja, que un señor mayor grita con acento italiano que va a “meterles una denuncia en” un lugar oscuro y recóndito. Esa debe ser la causa de muchos de los humores de sus colegas de espera. Una señora entra y provoca que se abra la puerta una vez más y que aquel lugar recóndito y oscuro sea cada vez más pequeño. La señora está hablando por celular, El Paciente atina a escuchar un poco de la conversación, una actividad de gran ocio para él juzgando su situación. La mujer, con una forma muy cerrada de pronunciación, expresa que no quiere que “la hagan entrar” por esa puerta ya que la gente que ve no es de su agrado y podría contagiar “la”. Habla de una peste. Le tiene miedo a la gente. Sale nuevamente y 5 minutos más tarde se la ve entrar por otro acceso con un hombre y una chica. No quería poner en riesgo a su hija y que sea contagiada por los enfermos de la sala de espera, donde se encuentra El Paciente. Su madre, sentada al lado suyo le comenta que fue a averiguar cuánto más había que esperar para que le vieran la pierna. “Hay tres muestras de radiografías antes que vos”, le comunica. Mientras espera impaciente que esas tres reuniones se lleven a cabo, varios hechos insólitos más ocurren, pero no vale la pena entrar en detalles. Todos a causa de la ineptitud de los trabajadores de la clínica y de su escases. Claro, es día de comicios y la gente tiene que votar. El “tano” se enoja varias veces más antes de irse sin ser atendido. Dos parejas jóvenes se retiran enojadas de tanto esperar y de tan poca atención. Pero El Paciente esperará. Como melodía para sus oídos, algunos apellidos son gritados y nadie se levanta, seguramente se fueron por rabia. Gracias a algo, escucha su apellido y salta de la silla, aunque “salta” es un verbo exagerado teniendo en cuenta sus posibilidades actuales. Conoce al médico que lo revisará y entra al consultorio. Realiza algunas pruebas manuales sobre su rodilla, la clásica pregunta de “¿esto duele?”, el obvio “¡¡¡¡si!!!!” y la siempre presente e increíble repetición incesante de esa acción sobre el mismo lugar de dolo. Finalmente el “doctor” le confiesa que no sabe específicamente qué es lo que tiene, que El Paciente debería hacerse radiografías y quizás una resonancia para eliminar posibilidades y confirmar un diagnóstico. El Paciente, creyéndose zagas y avivado le pregunta “¿cuánto voy a estar esperando para que el proceso de sacarme la radiografía y que la revises esté terminado?”. “y….”, llega a esbozar el profesional antes de que El Paciente diga “gracias doctor, hasta luego”, se levante como pueda y se vaya por la puerta electrónica molestando a la vieja de la tos porcina, a su marido dormido, y a todos los desgraciados que siguen en “la sala de espera”. El Paciente se va, aquel 28 de junio de 2009, sin saber qué es lo que tiene, a votar.

martes, 9 de junio de 2009

En medio de la radio

Entonces vi como aquel ángel caído del cielo se enfrentaba contra el demonio. Recordar sus apariencias seria para mi imposible, la gente que los rodeaba, mirando, atónitos, era tanta que solo pude ver las alas del ángel y las llamas envolventes del diablo. Todavía era difícil para mí asimilar la situación. Recuerdo muchas cabezas observando el espectáculo sobrenatural que esa madrugada tan especial nos había brindado. También recuerdo cuando apareció en escena el diablo. La muchedumbre se entrelazaba entre sí para golpearse y destruirse, todos guiados por una idea general, la guerra. El pueblo de mi ciudad se había reunido en el centro para matarse. Cuando ya el escenario era apocalíptico y yo era acribillado por una mujer con un palo, tan repentinamente como todo en aquella noche, dejé de sentir golpes y entendí que algo más ocurría. Me levanté como si nada y miré a mí alrededor, una ronda de gente se había formado a unos metros de mí. Traté de llegar hacia el centro de la rosca de personas, para observar qué era lo que realmente ocurría pero me fue imposible penetrar semejante capa de cuerpos. Pregunté entonces por qué tanta atención rodeaba aquel punto y me contestaron que “el demonio” había surgido de entre la tierra para luchar en el cataclismo preanunciado que nos acontecía.

Quién sabe cuándo, el ángel había bajado a batirse contra ese hombre del infierno. Un estrepitoso alarido de la gente dio a entender que algo nuevo había aparecido en escena. Se escuchaba: “un ángel”, “un ángel vino a salvarnos”. Era increíble para mí, y eso hice durante varios minutos, no creerlo. Pensar que yo estaba en mi casa tomando café cuando me enteré de todo esto. Ahora los dos seres más opuestos de la historia se enfrentaban en el centro comercial de mi barrio. “A las cuatro y media en el centro”, habían dicho. En un instante todo se esclareció, era cierto. Por encima de las cabelleras de miles de personas testigos de algo que yo no podía comprobar, vi un ala. Estaba seguro de haber visto un ala, o medio ala. Lo que no podía nadie negarme era que algo blanco había pasado rápidamente por el cielo estrellado, y yo lo había visto, nadie me diría qué era eso. Al ver aquel ala no pude más que seguir buscando evidencias de lo que decían que pasaba. Seguí alejándome del círculo de gente para poder ver más por encima de ellos.

A las cuatro y media en el centro. Eso era lo que la radio decía mientras tomaba mi café tranquilo sentado en mi comedor. A las cuatro y media en el centro, una guerra, el fin, una batalla de clases, de estratos sociales y de estereotipos. Nadie se salva, nadie puede no ir. Era ridículo, yo no iría, ninguna radio iba a convencerme de estar en el centro a las 4 y media de la mañana.

Cuando llegué, los negocios estaban todos atestados de gente saqueando las vidrieras y golpeándose, luchando entre sí, arrancándose los pelos, estrellándose mutuamente contra las paredes, tratando de ganar una batalla que no tenía ni siquiera dos bandos, todos peleaban por su cuenta. Sin poder darme cuenta de nada, recibí el primer golpe, un hombre se había abalanzado sobre mí para aniquilarme. No por el instinto de guerra sino por mi propia defensa, pude revertir la situación evitando sus golpes y comencé yo a pegarle. Lo tenía contra el piso, su cara ya no quería más. Gritaba, sufriendo el dolor de mis nudillos fríos. Mi cara estaba tensa, como si estuviese haciendo una mueca de furia hace varios minutos. Cuando el hombre dejó de gritar y de resistirse, lo solté y me alejé. Entonces busqué a mi próximo enemigo. Era claro que yo no iba a perder. Estaba cansado de perder. Esa era mi batalla.

Faltaba sólo una hora, eran las tres y media. Tres y diez iba a salir para allá, para el centro. Ya hace rato que había dejado de intentar comunicarme con mis conocidos, nadie atendía el teléfono, nadie estaba en su casa. La radio seguía prendida, pero el aire no era cubierto por ninguna voz, aún así, el mensaje seguía siendo claro, a las cuatro y media. Una grabación lo decía. Nadie se iba a perder la guerra, ni los mismos que la habían creado.

Por encima de los centenares de cabezas que bloqueaban mi visión hacia el centro del círculo solo había podido ver una sola vez aquel destello blanco cruzarse de un lado a otro. Debía encontrar otra prueba que me afirmara de una vez por todas que todo lo que decían que pasaba era verdad. Miré hacia el piso para volver a ver la sangre esparcida bajo mis pies, en eso, levanté mi pie y me vi la suela de la zapatilla. Incrustada entre las marcas de fábrica de mí calzado y pegada por la sangre que había estado pisando hasta recién, una pluma yacía inmóvil en mi pie. Era lo único que necesitaba.

Embestí a una mujer que estaba de espaldas, presa fácil. La puse de espaldas y comencé a golpearle la nuca. Mucho más no tendría que hacer. Casi sin moverse, se escapó de mí y desesperada tomó un palo del piso. Me golpeó la cara. Caí de espaldas al suelo y vi repetidas veces subir y bajar aquel palo contra mi persona. Sus latigazos eran tan rápidos que no pude atinar a salvarme. Su velocidad era sorprendente. Cuando casi me había resignado a resistir, todos frenaron. Algo había pasado, sentí un calor insoportable que venía de la tierra. Se escuchó una explosión a unos metros de mí, miré en esa dirección y vi un mar de gente rodeando un pequeño perímetro.

Al parecer el mensaje de las radios había llegado hasta el cielo y el infierno, entendí entonces, que aquella noche iba a durar para siempre. Hasta que no dejáramos de escuchar sin pensar, ni el ángel ni el diablo sobrevivirían.

miércoles, 3 de junio de 2009

Dejando de olvidar

Dejando todo por un sol de otra tierra

Estoy

Dejando que llegue la noche y se apague

Estoy

Dejando de ocultar con lunas de mil galaxias

Estoy

Dejando mundos por vos, y vos

Si ellas eligen perder,

qué podemos hacer?

Estás al lado mío sin voltear

No vas a mirar y quiero decir

Que sos mi sol y mis lunas

Y llenas mil amaneceres

Olvidando atardeceres que fueron nuestros

Estoy

Olvidando océanos testigos de nuestro aparecer

Estoy

Olvidando tu presencia que nunca estuvo

Estoy

Olvidando la ilusión, perdiendo el control

Si ellas eligen perder,

Qué podemos hacer?

Estás al lado mío sin voltear

No vas a mirar y quiero decir

Que sos mi sol y mis lunas

Y llenas mil amaneceres

Estoy dejando de olvidar…

lunes, 11 de mayo de 2009

Resurrección

Ya pasó el cuando y el porqué

ya pasé la utopía y la destrocé

te tuve pero no eras mía

estuvo él y esta en tu vida

mas hoy dejé de usarme

más que en vos creo en la resurrección

el santo ya no te apunta

abre las manos y al infinito

mira con sus ojos de amargura

te espera a vos pero no en tu cuerpo

sale de ti y mata al tiempo

quiere tu magia pero sin tu aliento

más que en mi creo en revivir

sobreviví bajo trinchera

los ataques de esta guerra

ya es de noche y sin refugio

siento el calor de aquel santo

que me saca de aquel llanto

más que en vos creo en la resurrección

nada de eso fue una perdida

frente a mí solo tengo el umbral

el santo me ha dejado aquí

de ahora en más depende de mi

ya nadie me salvará de tí

jueves, 7 de mayo de 2009

4 amores

-Yo tengo una historia, dijo el primero, y comenzó a relatar su cuento.

A él lo escuchaban tres personas más. Entonces eran cuatro en total. Ninguno conocía a los demás. Estaban todos sentados alrededor de una mesa redonda. Nada que ver con caballeros ni dioses, sólo cuatro hombres borrachos en el bar de un crucero varado en el medio de algún océano.

-Hace mucho yo creí saber lo que buscaba, siguió el primero. Pensé que lo único que necesitaba era a una mujer, no importaba si era para mí o no. No venía al caso si la amaba o no, solo necesitaba estar en pareja, que me quieran. Alguien me la ofreció, lo único que tuve que hacer fue lograr que mi interés fuese visto. Solo un poco de iniciativa para que la otra persona callera en mi trampa. Era una mujer débil, como yo. Buscaba lo mismo que yo, a veces los polos iguales también se atraen. Ahí creí darme cuenta de que no había reglas ni en el amor ni en la vida. Consecuentemente fue mía y yo fui suyo, aunque no tanto porque yo sabía que ella me amaba profundamente, y también entendí que yo nunca sentiría lo mismo por ella. Por un tiempo lo pude aguantar, era lo que siempre había buscado, era necesitado, buscado, idolatrado. Pero entonces mi mente me jugó una mala pasada. Mi corazón quizás. No podía soportar verla entregarse tanto sin que yo pudiese devolverle algo, siquiera una pizca de lo que recibía de su parte. Mi conciencia no me dejó seguir y aunque pude haberme mantenido frío y lujurioso, aprovechándome de su ingenuidad, decidí alejarme, y cuidarla de mí. Hoy no tengo a nadie. Pero al saber que hice lo correcto me soporto un poco más a mí mismo y no estoy tan solo.

El hombre concluyó su relato y se recostó sobre el respaldo de la silla sobre la que estaba sentado.

-Muy honorable, agregó otro de los presentes. Cuando no se puede tener a nadie, más vale tenerse a uno mismo. Es una buena enseñanza, siguió. Ahora me toca a mí.

El segundo hombre vació su vaso de whisky y tomó aliento.

-Yo tengo una diferente. Sentía una soledad parecida a la suya, será que el hombre no puede soportar la soledad o la falta de cariño. Pero el caso es que yo sabía que no se puede soportar estar en pareja con alguien que lo ama a uno mientras uno no ame a esa persona. Al saber eso busqué amar, muy simple. Falsos sentimientos sobraron el camino de mi odisea, imaginé amores tan efímeros como la vida de una perfecta mariposa, creí amar a cada mujer que me presentaban, pero pronto volvía a la realidad. Un día, un perfecto día conocí a la mujer de mi vida. Su cabeza recorría los mismos laberintos que la mía para llegar a gemelas conclusiones. No me costó nada pasar el tiempo que pasé con ella, y fue mucho. Me dediqué enteramente a rendirle culto. No tenía nada que perder, sólo podía ganar el premio mayor. No necesitaba nada más que a ella. Caminar a su lado me era suficiente para pasar un rato impecable. Pero mi lucidez era tan pequeña como mi felicidad antes de conocerla. La locura que me dominaba no me dejó ver lo más triste de esta historia. Ella no me amaba, no podía hacerlo aunque quisiera. Aquella premisa que yo acepté y puse como condición para mi búsqueda, ahora la acosaba a ella. Parecía que podía amar a cualquiera menos a mí. Eso me puso triste, y a ella también. Un día nos despedimos con la satisfacción de habernos conocido. Nunca nos olvidaríamos, y acá estoy, recordándola una vez más.

Aquel hombre lloró en silencio.

La tristeza de un hombre desolado no es superada por ninguna angustia femenina. Ellas lo saben, y es todo parte del juego. Llore tranquilo, que para eso está aquí, dijo un tercer ser.

-Creo que me toca a mí señores, susurró ese mismo, y habló.

-A mí no me han buscado y no he encontrado. No sé lo que es el amor. Tengo mis años y todavía dudo que exista tal cosa. Me siento tonto de vez en cuando. Pero tengo muchos amigos que me alientan a seguir. Pero aún así tengo mucho miedo. No tengo miedo de no encontrar la dicha sensación. Tengo terror porque no sé qué es lo que estoy luchando por encontrar. Es peor no saber a lo que uno se enfrenta que tenerlo delante de uno. Por lo menos en tal situación uno puede pensar y buscar soluciones ya que es consciente de las dimensiones y del poder de su enemigo. Sólo sé que logra que los hombres cometan actos de locura y digan cosas sin sentido. Que algunos renuncien a incontables cosas, que pierdan amigos o que se muden a lugares lejanos sólo para perseguir aquella aparente fuente de vitalidad. Hasta mueren, dejan su vida en el camino por el tan ansiado amor. De chico pensé que lo había alcanzado porque me habían contado que uno siente cosquillas en el estómago cuando se enamora. Pero eran solo eso, cosquillas, me rasqué y todo pasó. Por la única mujer que me arriesgaría es por mi madre, ese amor conozco, el amor familiar, el incondicional, pero no el adquirido, no el enamoramiento, eso no. Me he acostado con incontables mujeres, pero a ninguna extraño. Tampoco me han vuelto a llamar, algo debo tener, o algo me falta. Y acá estoy, lamentándome por algo que no conozco, increíble.

Aquel señor hizo silencio y todos miraron en dirección del cuarto.

-No. No digo nada. Porque si el amor me va a hacer arriesgar, desechar y arruinar tantas cosas, ¿Para qué buscarlo? Sé que me dirán que también trae cosas hermosas, lo sé. Pero entonces que venga a mí. ¿Qué importa si lo he sentido o no a lo largo de mi vida? No todos los amores son iguales. ¿Quién sabe si lo que yo sentí y llamo amor es lo mismo que lo que ustedes hoy describen? Sé que existe y que vendrá. A todos nos ataca alguna vez. ¿Pero para qué buscarlo? Así encontrarán resultados como los que ustedes han contado. Dos antagónicos y uno terrible. Amar y no ser amado. Recibir amor y no poder dar lo mismo a cambio. Buscarlo y no encontrarlo. Pero tampoco esperaré sentado. No correré porque me perderé de muchas cosas. Caminaré, tranquilo, concluyó.

Aquel cuarto hombre se levantó de su silla y se fue hacia la barra, caminando, tranquilo.

martes, 7 de abril de 2009

Onírico 2.0

Todo empezó cuando pensé haberme despertado en un sueño, y que todo era irreal. Fue aquella situación en la que me encontré caminando por una avenida de mi barrio; era de noche. Autos no había, la ancha franja de asfalto por donde normalmente circulaban los vehículos motorizados estaba esa vez poblada de gente. Parecía una fiesta multitudinaria. Un festejo, pero nunca supe qué celebraban. Me sentí solo, Nadie lo estaba, excepto yo, me sentía fuera de la muchedumbre. A mucha gente le debe haber pasado sentirse solitario aún cuando mezclados en enormes masas de gente. Cada hombre tenía a su amiga, novia o esposa. Toda mujer estaba acompañada. No había engaños, cada pareja se miraba a los ojos como si fuera la última vez. Dentro de ese marco estaba yo. Sin nadie a mi lado pero sin desesperar. Estaba inmerso en uno de esos sueños llenos de lógica, en los que el cerebro rápidamente nos comunica que estamos dormidos y que nos está brindando un espectáculo efímero.
No presté atención a la gente en sí, por lo menos no una atención diferente de la que se le da a un pueblo. Nadie en especial, pero todos a la vez. Y aún así no pude evitar reconocer a una mujer que hizo chocar su hombro con el mío. Fue imposible evitar notarla. No por su –luego percatada- increíble belleza, sino por un tatuaje en su brazo. Era una rosa, roja, con un largo tallo, lleno de espinas y pétalos exuberantes que dibujaban curvas en sus bordes, que parecían no terminar jamás. Agradecí a mi mente haberme dado tal regalo y la seguí. Me fue imposible alcanzarla con facilidad. La proporción de gente con respecto al espacio que había para caminar era cada vez menor hasta que casi la perdí de vista. Antes de que eso sucediera estiré mi mano derecha por sobre la gente hasta tocar su hombro. Al parecer eso no estaba en los planes de lo onírico y sentí un golpe macizo en la cabeza. Desperté.

Me encontré hecho una pequeña bolita en mi sillón-cama de media plaza que ni siquiera lograba albergar a mis pies que colgaban –siempre- en el aire. Estaba a punto de caerme al sucio parqué de mi diminuto departamento. Y de hecho, caí. Pero no estaba mugriento como siempre. Aludí esa anormalidad a algún tipo de sonambulismo del que no estuviese enterado. Miré mi despertador y supe que mi sueño había sido uno bastante pesado y profundo. Eran las dos de la tarde, obviamente no iría a trabajar. Decidí despejarme, mi claustro no lograba mucha circulación de aire y me dirigí hacia la plaza más cercana, era un día increíble. El sol no era molestado por ninguna nube y no hacía mucho calor. Pero las irregularidades se siguieron dando. Las calles tenían los mismos nombres pero los edificios no eran los de siempre. Mi edificio limitaba con una heladería de un lado y con un banco del otro. Ahora había dos edificios de oficinas. La antigua construcción donde yo residía se asemejaba a una mancha negra en una página de un impecable blanco: era un vagabundo en una fila de robots perfectamente eficientes. Miré hacia el lado a donde debía dirigirme para llegar a la plaza y me inundó la vista el abominable paisaje con el que me había enfrentado: hordas de ejecutivos y oficinistas, secretarias y recepcionistas, cadetes y jefes; todos yendo para lados opuestos pero concentrados en un punto fijo, un destino inalterable, alguna responsabilidad ineludible. Nadie se me hacía conocido. Me paré frente a uno de esos estereotipos, como imponiendo algo rechazado, mi cuerpo desordenado y sucio no alteró a aquel hombre trajeado que tenía frente a mí. Sólo se detuvo y pidió disculpas.

-Perdón señor, dijo el hombre y corrió su cuerpo hacia un costado para seguir con su camino predeterminado. Tenía el cabello engominado y un maletín marrón. Impecable.

-¿Me podés decir donde carajo estoy?, pregunté desesperado.

-En Belgrano al 700, Capital Federal, dijo pasivamente, como si estuviese programado para responder eso. Nunca me miró a los ojos.

Belgrano era la calle de mi casa y 743 el numero de mi edificio. Estaba en el lugar correcto.

-Bueno gracias loco, dije.
-De nada señor, respondió el hombre.

Me di vuelta para ver la puerta de mi casa, para convencer a la realidad de que nada tenía sentido y para explicarme que todo era una confusión producto de mi largo descanso y de mi extraño sueño.
Se me anudó la garganta y mi respiración comenzó a tornarse más densa y torpe. Mi casa había desaparecido. Ahora la página se había tornado completamente blanca, la mancha negra había desaparecido, el espacio estaba ahora ocupado por otro edificio empresarial. Me temblaban las piernas, me sentí abandonado en el tiempo, nada de eso podía ser real. Sentí como si miles de espinas me estuviesen pinchando desde el interior de mi cara. El calor ahora era agobiante y la transpiración había comenzado a secretarse hacía varios segundos, si es que el tiempo todavía existía. Me senté en el cordón de la calle y me tape la cara con ambas manos. Todo era sumamente confuso. Mi mente estaba en blanco. Luego, comencé a sentir una presencia muy particular. No todo lo que me rodeaba era desconocido. Sentí que algo familiar se acercaba por mi derecha. Presentí. Percibí un roce en mi espalda. Giré mi cabeza y ahí estaba. La página volvía a mancharse. Una pizca de desprolijidad invadió aquel desfile permanente de responsabilidad y perfección. Ese pedacito de desorden me trajo calma, tenía una rosa en el brazo.
No podía entender dentro de qué cosa me encontraba, si dentro de una ficción, o si mi vida anterior había sido consumida en algún fuego del infierno y estuviese ahora en otro mundo, en una línea paralela a lo conocido, al mismo tiempo, pero en otro universo. Entonces comprendí que no podía perder de vista a aquella muchacha. Si ella había estado en las dos realidades que acababa de vivir: la correcta y la romántica, entonces alguna clave debía esconder su existencia. Su destino, si es que esa palabra tuvo alguna vez o tiene todavía algún sentido, era el de esclarecerme aquel vértigo existencial, aquella caída libre desde lo real en la que me encontraba. Salí corriendo.


Sólo una vez había necesitado tanto de una mujer. Yo no era incrédulo del amor, pero no era tan fácil para mí encontrarlo. Había sido hace varios años, cuando todavía limpiaba el piso de mi monoambiente. No podría nunca ser tan hipócrita de afirmar que no había estado buscando ese sentir. Mis responsabilidades laborales en ese momento eran inversamente proporcionales a mi sueldo, mucho tiempo libre no tenía. Pero yo era feliz con mi trabajo y me sentía maduro, eficaz, normal, correspondiente al sistema. Nadie podía decirme que era un vago o un atorrante. Hacía lo que debía hacerse. Aunque los cambios rotundos pueden predecirse, nunca nadie quiere aceptarlos.
Así fue que un amigo me pidió que lo acompañara a un bar. Allí él se encontraría con una chica que había conocido en un supermercado, envidio a quién logra ese tipo de proezas. Fui sin esperanzas, pensé: mi amigo se reirá de manera forzada durante dos horas o más y luego me dirá que no hubo química pero que no pudo decirle que no cuando ella le propuso volver a su casa a tomar un café. Pero nada de eso sucedió. La espontáneamente conocida amiga de mi amigo había llevado un grupo de amigas, no recuerdo bien cuántas. El hecho es que la mayoría se distrajo casi toda la noche bailando menos una de ellas, que se quedó cerca de mi amigo, su amiga y yo. Los 4 pasamos más de las dos horas especuladas por mí charlando y riendo de manera sincera. Realmente la había pasado bien y no había tenido tiempo de pensar lo corto que era el fin de semana y en las cosas que tendría que hacer para el lunes, tortura que siempre yo mismo me provocaba. Cuando el tiempo se acabó y los dueños del bar comenzaron a pasar música de casamiento para que la gente escape por las ventanas y los dejaran cerrar el local, mi amigo me comentó que la chica que había estado charlando con nosotros se había divertido mucho con migo y me quería volver a ver en la semana. Demasiado tímida o apegada a las tradiciones entre el macho y la hembra como para venir a decírmelo en la cara, me lo transmitió a su manera. Me pareció legal y acepté. La llamé por teléfono el domingo a la noche y arreglamos para mitad de semana. Nos vimos un miércoles ya casi terminada la tarde en un café cerca de mi trabajo. Lo demás se puede imaginar. Lo importante es que salimos varias veces y comenzamos una relación. Ella era hermosa, tenía todo lo que yo disfrutaba ver en las mujeres, y más, era sumamente inteligente, podría sostener una conversación filosófica partiendo de la nada absoluta. Nos reímos hasta de los alfileres y de eso mucho no hay para hablar. La pasaba bien con ella sea donde sea y cuando sea. Estaba enamorado. Todo iba perfecto hasta que me confesó que ella no me podía amar, porque amaba a otra persona, que había intentado sentir por mi lo que sentía por el otro, pero no lo podía olvidar, se disculpó y se fue. Entonces fue ahí cuando entendí que no sólo bastaba con uno. Aprendí que no hay nada peor en la vida que amar y no ser amado, o peor, amar y que amen a otro. Dolido como nunca, decidí volver a recluirme en mi departamento y en mi cubículo laboral. Cualquiera de esos dos lugares podrían ser analogías de mí. Me recluí en mi mismo, nunca más volví a salir.

Ahora como por arte de magia mi cerebro me inducía a volver a perseguir a una mujer. Ella se había mantenido bella en las dos situaciones adversas que se me habían presentado. No importaba donde, no importaba cuando, deja vú. Casi había olvidado la desesperación que acababa de sufrir al ver desaparecer aquel edificio. Razoné nuevamente que nada era real, ella me hizo darme cuenta. Estaba en otro sueño. Pero ahora tenía un objetivo, no estaba más perdido, sabía que tenía que alcanzarla. Le vi la espalda y la seguí. Yo la quería alcanzar y ella quería que yo lo haga. Giraba su cuello permanentemente para mirarme a los ojos. Su mirada me congeló la mente. Mi cuerpo seguía avanzando pero mi conciencia estaba pausada. No me controlaba. Flotaba en mi cabeza. Ella enderezó su cuerpo y volvió a mirar para adelante. Entonces volví en mí. Corrí más rápido que nunca, como un condenado, hasta que estuve a punto de tocarla. Decidí acabar con todo eso lo antes posible. Me lancé hacia ella con los dos brazos para adelante, la atraparía. La distancia entre ella y yo se redujo menos que centímetros a causa de mi potente salto. Desapareció y caí al piso. Mi desilusión era enorme. Me levanté y miré para todos lados, no estaba. Me rendí.

Durante meses la busqué en secreto. No podía amar a otro. Me amaba a mí. Era yo el hombre para su vida. Nadie más. Éramos el uno para el otro. Nos complementábamos en todo sentido. Ella atendía mis llamados y me trataba como a un amigo. Me decía que él no la amaba pero que ella seguiría intentando, no se rendiría, pero que si alguna vez no funcionara, vendría con migo. Me fue suficiente por algún tiempo, pero mi corazón se fue desgastando. La locura que alguna vez había sentido por ella se había escapado por las rendijas de su pared. Volvería solo si ella la llamaba. Pero mi alma no me dejaría seguir rompiéndome en todo sentido para hacerla feliz. Nunca más la llamé, ni ella a mí.


Me debía rendir. La única manera de salir del sueño era dejar de creer en él. Dejar de darle lugar a su acción. Me dejé caer sobre mi espalda al duro asfalto de la calle. Cerré los ojos y descansé. El golpe llegó.

Me levanté del piso y sentí olor a comida pedida. El parqué de mi casa seguía sucio. Me levanté y abrí la ventana. Más tarde iría a tomar un helado al lado. Una brisa entró. Un profundo olor a rosas rojas penetró mis sentidos.

lunes, 6 de abril de 2009

Nota sobre Historias Extraordinarias para TEA

El inexplicable éxito contado por sus creadores


“Historias Extraordinarias es la película de mi vida”


La fenomenología de una película que quedará marcada en el cine argentino como un símbolo de atrevimiento y singular creatividad en el hoy gratificante cine independiente.


“Estupenda”. “Fantástica”. En realidad es extraordinaria. Historias Extraordinarias de Mariano Llinás está literalmente fuera de lo ordinario, ya sea en formato, estilo, duración o producción. Pero lo más tangible es el tiempo. Es una película que dura cuatro horas, pero para sobrevivir en la atención del espectador utiliza recursos infalibles pero a la vez difíciles de lograr: tensión, acción, ficción, creatividad, emoción y también el humor. Historias Extraordinarias vio la luz en la edición número 10 del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) en 2008. Luego fue estrenada en octubre en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) –dónde se sigue proyectando todos los domingos- y más tarde en el Teatro 25 de Mayo. Constará en los anales del cine de estas características que hubo un director, Mariano Llinás, que creó una productora, Pampero, que no sólo prescindió del INCAA, sino que también venció las dificultades que existen de sólo atreverse a pretender éxito sin participar de la industria ni asociarse con el monstruo que hoy en día, según Llinás, rodea al cine. Pero la obra no solo consta de un relato fantástico, no es sólo una película “de aventuras” –un genero muerto según el director: “es como tratar de hacer un tango”- cuenta también con una producción musical que encaja perfectamente con la originalidad y la sorpresa que produce el film.

“La verdad es esta”

La historia en realidad son tres. El largometraje ronda durante sus cuatro horas de duración el principio y el incierto final de las aventuras de 3 personajes. Mariano Llinás, Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob cumplen 2 roles cada uno. Director-actor, camarógrafo-actor y actor-actor respectivamente.
Para Llinás, la creación de HE tiene dos claves. Primero, el hecho de creer y entender que bien utilizada la ficción se puede hacer caer a cualquier mente en cualquier juego, y así, dos personas que jamás habían actuado y uno que sí pasaron a ser X, Z y H: así denominados los personajes por Llinás. Los tres protagonistas “audazmente” jamás encontrarán sus caminos entrecruzados pero el universo será siempre el mismo, la provincia de Buenos Aires. “Me pasa algo especial con ella”, confiesa Llinás. Y cuenta que por esta –la provincia- es que nació HE. “Me iba a un pueblo y ahí pensaba y se me iban cayendo las ideas”, sigue. Pero también revela la segunda clave para la invención de la película: “el descubrimiento de Salamone”. Salamone fue un arquitecto que sembró y cosechó su obra alrededor de todo el perímetro de la provincia de Buenos Aires. Sus obras predilectas eran siempre las mismas: municipalidades, mataderos o portales de cementerios. Según el director, son “obras demenciales” y para él fueron el laberinto del tesoro que cristalizó su idea. El final de la película presenta una conclusión demoníaca acerca de la obra de Salamone en los años de Uriburu y lo plantea como una mente brillante. De allí en más se dedicó a visitarlas una por una para que empezaran a nacer las historias. En una de sus paradas, ya no recuerda si en Azul o en algún otro pueblito, se detuvo en un campo y vio una camioneta que frenaba frente a un tractor. “Ahí el gordo va a ir hasta la camioneta y va a matar al otro. Ahí va”, así comienza la película y así también la ficción de Llinás. Cada pueblo fue una historia y por ello es que el director no pudo parar de crear, 240 minutos es poco. ¿Quién diría que para poder dormir su creatividad tuvo que usar un león, un tanque y viajar a Mozambique para terminar su relato allí?

La sorpresa

Una fotografía: Mariano (Llinás) parado entre laberintos de gente que poblaron el primer domingo de octubre de 2008 la antesala del cine dentro del MALBA. Puños en alto mirando quién sabe a qué amigo. “Nada puede explicar porqué se llenó”, cuenta. Pero explica luego que, a su entender, el cine es hoy para la gente más una actividad “snob” que el disfrute del arte cinematográfico en sí. “Es más el “ir” que el “al cine”” Entonces dispara la frase que quedará en esta nota como el titular: “Es la película de mi vida”. “Al domingo siguiente se volvieron a agotar las entradas, y al siguiente, y al siguiente”. Destruye la imaginación y refuta la leyenda auto explicándose que quizás fue por proyectarla sólo una vez por semana y no todos los días como los cines comerciales. Según cifras del museo, HE fue vista sólo en el MALBA por más de 6000 personas: una función por semana. Es decir, que durante los 26 domingos que fue proyectada hasta ahora, unas 230 personas llenaron todas las semanas, casi sin excepción, la sala del museo.

El as bajo la manga

La música calma a las fieras. La indomable HE definitivamente –en unanimidad con cada opinión escrita o dicha respecto a la película- le debe mucho a la musicalización realizada por el ascendente Gabriel Chwojnik. Pero Llinás suele aprovecharlo como su jugada maestra y no es la primera vez que trabajan juntos. Lo hicieron también en el primer “éxito” del director: “Balneario”, así como en “El amor: primera parte” y “La más bella niña”. El BAFICI parece ser para estos dos su sala de ensayos y Chwojnik acaba de estrenar en él una obra musical en vivo que funciona como banda sonora para un cortometraje de Chaplin reproducida en conjunto. Según el músico, “hay que aplaudir” a los organizadores del festival ya que les “dan la oportunidad” de mostrarse y, en consecuencia, afirma que “es la primera vez que se habla tan bien de la música en la prensa”. Es entonces que se esclarecen las dudas del fenómeno HE: El BAFICI da oportunidades a los que participan de él y a sí mismo como festival, los artistas las aprovechan y la prensa publica. El boca a boca funciona como con cualquier obra maestra de perfil bajo. Aunque sus creadores hayan confesado que “el éxito siempre es inexplicable”, Llinás mismo anteriormente se contradijo descifrando la fenomenología de su propia confusión.

martes, 10 de marzo de 2009

Ojos

La había visto frente a él, a su lado, detrás de él y en diagonal a él, pero nunca al revés. Siempre yendo al mismo lugar. Ambos con sus compromisos y sus obligaciones que los hacían viajar juntos todos los días de la semana. Había pensado varias veces en hablarle pero nunca lo había hecho. Es que estaba seguro de que al día siguiente, o en su defecto en un par de días –en el caso de que fuese viernes- la volvería a ver con absoluta certeza. Siempre pensaba que si juntaba el impensado coraje como para dirigirse hacia ella con el gastado objetivo de entablar alguna conversación y eventualmente conocerla, no sabría qué decirle. Pasa a menudo. Pasa a menudo y da tristeza aunque algunos, sinceramente, lo disfrutan. De todos modos no se consideraba una persona “fea”, sólo era una cuestión de falta de confianza. Su estatura era favorable, era alto, casi demasiado, era rubio y tenía los ojos marrones con un dejo de claridad, color miel. Pero lo que más le daba pena era que aunque quisiera animarse, nunca había recibido de parte de ella algún indicio que fomentara su cabeza a pensar que aquella osada empresa podría tener éxito.
Era sábado y se dirigía a jugar al fútbol con amigos. Por su cabeza no había rastro de esa dama. Es que como parte de un mecanismo natural, su mente no conectaba ni esas calles ni esa situación con la imagen de ella. A dos cuadras de las canchitas de fútbol 5 a las que se dirigía, mientras esperaba que el semáforo le diera permiso para cruzar la senda peatonal de una esquina, su cabeza sufrió un cortocircuito. La causa: la vio sentada en un bar directamente frente a él. No terminó de razonar la situación cuando sus petrificados ojos notaron que no solo la estaban viendo, sino que los de ella, serenos y hermosos, se enfocaban hacia la silueta de él. Era lo único que necesitaba, la pieza del rompecabezas que le faltaba para terminar de armar ese cuadro que retratara a ellos dos hablando, que reflejara a un posible futuro. Se encaminó con toda la poca determinación que lo caracterizaba, cruzó en rojo y casi lo pisan, pero estaba decidido. Realizó maniobras evasivas por entre el laberinto de sillas y mesas que había para llegar a la suya, sorteó, pensó él, más obstáculos de los que alguna vez se imaginó podría para lograr su objetivo. Se paró junto a ella como muchas veces lo había hecho, y antes de que pudiera abrir la boca y emitir alguna clase de sonido que no había preparado, ella lo interrumpió:
-Al fin te animás, su voz era serena como su imagen, todo encuadraba perfecto.
Otro cortocircuito ocurrió dentro de él, pero esta vez más fuerte. Cayó en la realidad y se dio cuenta que estaba vestido para jugar al fútbol y que toda su belleza había quedado en una simple imagen en potencia. Tampoco estaban en un lugar conocido, por lo tanto ninguno de los dos podía esperarse aquel encuentro. O sea que ella también lo había visto a él, siempre. O sea que ella también se había imaginado esa imagen resultante del rompecabezas que se acababa de completar. Aún así, ella, tranquila y predispuesta a hablar con él.
Ahora sí que no sabía qué decir.

viernes, 30 de enero de 2009

Vida donde no la hay

Vio la luna roja e incompleta en el horizonte, como si estuviese quemándose léntamente en un infierno por lo que estaba haciendo. El mar se tragaba el arena sobre la que estaba sentado, pero nunca le importó menos qué superficie lo sostenía de las implacables garras de la gravedad.
En el aire las palabras que se estrellaban contra sus oídos oscilaban entre el miedo, el futuro, y y las disculpas, y el no arrepentimiento. De su boca sólo nacieron verdades, como había sido costumbre para él durante toda su vida, y más ahora que tenía motivos para decirlas.
En frente, ella. Siempre hay una "ella" en toda historia. Esta era especial y él quiso que lo siga siendo. Creía, por una vez en su vida, en el futuro, supo que ella estaba de su lado pero que no quería ser consciente de ello. Se dedicó a vivir el presente.
La luna estaba ahora un poco más arriba en el cielo. Las lagrimas que ella soltó lo fusilaron en su angustia. Nunca supo él con certeza la escencia de aquellas gotas. Creyó que mutaban entre la conciencia del error y el no poder explicar porqué sus comportamientos la traicionaban.
No se decidió entre disfrutar el momento único o si consolarla. La abrazó. Cada abrazo que sentía con ella era igual de fabuloso y fantástico, parecido a uno salido de una novela o de una obra de ficción, como todo lo que habían vivido en esa irrealidad que les brindó el oceano. Quizás por eso lloraba. Por dentro él lloró también, durante horas, días. Pero no hizo futurología.
Esa noche siguió siendo su albergue, su hogar. Esa noche y esa playa fueron suyas. Nadie podría quitárselas, ni siquiera las víctimas de ese error fatal que nadie había cometido, esa noche.
Lo peor había pasado, el tiempo voló como el viento que hacía crispar su piel, la de los dos. Las lágrimas se enfríaron sobre ella y no pudo ignorar lo gélido de su porvenir. Él, sabiendo también las bajas temperaturas que sufriría, no sintió el viento y se arropó bajo las cálidas mantas de ella.
Ni el placer con las lágrimas pudieron detener su retirada. Ese ejército que entraba en guerra con todo lo existente, con todas las normas, enprendió la retirada tras una batalla ganada. Habían llorado, entristecido, callado, se habían angustiado, pero la batalla la habían ganado. Y es que la guerra es así, se gane o se pierda, siempre se sufrirá, siempre hay víctimas. Todavía nadie sabe quiénes son, o si serán, él estaba seguro, de algo.

lunes, 5 de enero de 2009

Buscando una historia

Estaba buscando una historia. Viajaba a no sé dónde en transporte público, como siempre, menos cuando conseguía que alguien actúe de taxi para que yo actúe de compañero. Y era actuar porque por decisión propia hay cosas que nunca salen, sólo si se dan las causalidades. Estaba buscando una historia porque estaba aburrido y sin ideas. Estaba en vacaciones y no pasaba nada. Me despertaba a las 4 de la tarde en mi departamento del conurbano –zona norte- y no tenía a nadie, entonces me aburría, pensaba, leía y escribía, comía y dormía. Pero no podía escribir esa vez porque no tenía ideas. Entonces buscaba una historia. En vez de escribirla me metí en ella. Error.
Un hombre de veintipico de años se sobresaltó por el timbre de su celular. Miró el remitente y largó un estremecedor y potente “Hola”.
-Hola… si –escuchó durante más o menos 10 segundos- si, si, nos juntamos, ¿no te dijeron?, nos juntamos al final, vamos todos.
Pensé que no era sólo una reunión de amigos, por alguna razón desconfié de la usual naturalidad de esa conversación.
- Y desp…, siguió hablando pero el ruido de un camión tapó la información y alimentó mi curiosidad. ¿Y después qué? No dijo nada más, mientras pasaba aquel camión que interceptó mi audición había terminado la conversación.
El colectivo se detuvo y subieron dos personas. Todavía quedaban lugares, eran las diez y media de la noche y no transitaba mucha gente. Un viejo y un tipo raro, sólo eso. Pagaron el boleto y se sentaron en diferentes lugares.
Tenía una actitud rara y casi coincidía perfectamente con el estereotipo de la persona que vez en la calle y cruzas de vereda. Era un negro de mierda. Cuántas veces maldije esa expresión y la sigo diciendo. Está ya tan instalada en el repertorio mental de frases que es casi imposible erradicarla.
Yo no lo estaba imaginando, esta persona tiene algo raro. ¿Qué habrá dicho después del “Y después”? ¿Qué están planeando? ¿Qué se traman él y su banda de malhechores? No creo que sean santitos, viven ya demasiado alejados de la capital y todos sabemos que esos lugares son complicados. Te tapas el culo con las dos manos si vas ahí de noche. Si nosotros decimos estas cosas sobre ellos, ¿Qué dirán ellos de nosotros? ¿Quiénes son ellos y quiénes somos nosotros? Somos los mismos.
Me miró, pensé. Lo sabía. Se había dado vuelta, girado sus pupilas marrones y me había mirado. Sabía que me había dado cuenta de que sus intenciones no eran buenas.
Todavía faltaba bastante para que me tuviese que bajar pero ya ni estaba prestando atención, quería saber qué era exactamente lo que este hombre de tez morocha tenía planeado hacer esta noche. Lo iba a seguir, debía hacerlo, ¿Y si robaba una casa con su pandilla? Tendría la oportunidad de ser un héroe y llamar a la policía, salvarlos, tendría mi historia. No era tan difícil.
Dos paradas después de decidirlo, el hombre se bajó y yo detrás de él, sigilosamente lo perseguí.


Le sonó el celular, alguien lo llamaba.
- Hola… sí, dijo.
- Pedrito, escuchame, me dijeron recién que nos juntamos en lo del negro, ¿vos vas?, escuchó, era la voz de un amigo suyo de toda la vida, Carlitos, pensó que él sabía de todo esto.
- Si, si, nos juntamos, ¿No te dijeron?, nos juntamos al final, vamos todos, contestó. Y despedimos a Ale que se va a Italia.
No pudo escuchar la respuesta porque justo en ese mismo instante había pasado un camión que tapó todo sonido audible.
- Che no se escucha nada, hablamos después, escuchó, y la conversación se cortó.
Habían arreglado juntarse en lo del negro con los chicos de la secundaria ese mismo día a la tarde. Tomarían unas cervezas, algún vino tinto y se irían a bailar, quizás alguno se llevaría algo a su casa. Hace mucho que no se veía con ellos. Tenía grandes expectativas. Era de Zona Sur y nunca se había movido mucho de ahí, pero el Negro vivía en Beccar luego de haberse mudado y Pedro tuvo que trasladarse bastante. Estaba viajando en un colectivo de la línea 60, sí, el que te lleva a todos lados, el que recorre las arterias de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires casi de pies a cabeza.

- Me está mirando hace rato, pensó. Había notado a aquel joven veterano, de unos treinta y dos años, que lo miraba desde hace rato. Pedro lo controlaba desde el “conchero” del colectivo, ese espejo que usan los choferes para mirar debajo de las polleras de las damas. El estaba más adelante y gracias a un ángulo privilegiado podía ver cómo era observado por ese tipo. No le gustaba que se le quedaran mirando. Pensaba que si tanta atención le daba era porque algo raro tenía. Además, se notaba que no era de un barrio de clase baja, era de esa nueva sangre clase media alta. Detestaba a los que se beneficiaban por situaciones que a otros perjudicaba. Seguramente había construido una fortuna tomando ventaja de algún acto del gobierno que restaba subsidios o sueldos a la gente como él. Él era un herido de la sociedad, eso creía.
- Me sigue mirando, dijo en voz baja. Quiso comprobarlo, quizás no estaba mirándolo a él sino a la persona sentada al lado o a nadie, simplemente para adelante. Fue optimista. Se dio vuelta y lo quiso comprobar. Pero él tenía razón antes. Le tenía la mirada clavada y cuando él la alineó con la del otro, este último se sobresaltó. Pedro volvió a su posición original. ¿Por qué se sorprendió tanto cuando lo miré? ¿Por qué me controla tanto? ¿Me conoce? No. Lo voy a matar, me está mirando porque soy más negro que él o algo así, odio a esa gente.

Se había dado cuenta que sus pronósticos eran acertados y que ese hombre tan raro, con pantalón largo en verano y camisa de manga larga, lo estaba observando y no le gustaba. Decidió seguir sus instintos y manejarse como tantas veces había visto hacerse en su barrio. A las trompadas.

Se bajó antes de la cuenta sólo para atender a este chico. Como suponía, era perseguido. Aquel raro personaje se bajó atrás de él y copió sus pasos bastante cerca de su espalda.
Dobló en una calle oscura y ya sabía lo que iba a hacer.




- Mirá por dónde dobla, ya me parecía que este tipo tramaba algo.
Siguió sus pasos y dobló en esa esquina oscura. Cuando pudo visualizar el nuevo camino frente a él no logró ver a su monstruo. No estaba más. Siguió caminando prestando atención a las casas ubicadas a ambos lados de la calle para ver si el “negro ese” había entrado en alguna para robar lo que hubiese de valor, quizás sacara un televisor o un DVD, cualquier cosa le venía bien seguramente. Pero no, no lo encontraba, todo estaba en silencio. Comenzó a temer. Entró en un estado de paranoia que nunca había experimentado. Se dio vuelta, volvió a hacerlo, miró para todos lados, lo había perdido de vista, él se había perdido de vista, no sabía donde estaba, había perdido su norte y no recordaba por donde había venido. Estaba perdido, metafórica y literalmente.
Como una noticia de muerte ese puño impactó mi cara y caí tendido en la vereda deforme de aquella calle de Zona Norte. Algún lugar entre San Isidro y San Fernando.



Lo quería distraer. Pedro lo quería distraer para embestirlo desprevenido y acabar con él de una buena vez. Dobló en esa esquina oscura, perfecta. Sabía que aquel perseguidor había aumentado su distancia con respecto a él a una un poco más considerable. Unos 50 metros. Sabía que tenía tiempo de esconderse y desaparecer. A penas dobló se divisó un cantero bastante alto en una casa de ladrillos y se camufló en la sombra de esa noche que superaba al negro del cosmos. Al negro de la desaparición. Al negro del sueño y de la desesperación. A penas se terminó de acomodar en su trinchera, su enemigo pasó sigilosamente frente a él y no lo vio. Llegó a mitad de cuadra y se dio vuelta. Se había perdido, Pedro tenía razón y su plan funcionaba. Estaba listo para actuar. Cuando vio que su presa se desorientaba, se lanzó. Afiló su puño mientras corría sin hacer un solo ruido. Esa corrida duró menos de un segundo. Llegó a destino y depositó su fuerza y su inercia en el pómulo de aquel tipo que tanto lo había mirado. Le dio un par de patadas en las costillas, un golpe más en la cara y se fue, no le dijo nada, no quiso relacionarse con él.



Había recibido quién sabe cuantos golpes de “ese negro”. Estaba a punto de desmayarse, la presión le bajaba y ya no entendía lo que pasaba, no sabía si el atacante se había ido o seguía ahí pero alcanzó a esbozar una reflexión:
- Yo sabía.