lunes, 22 de diciembre de 2008

Diez minutos y me bajo

Ocho, diez minutos a más tardar y me bajo. Tengo que estar y media ahí para el asado, son menos veinte. Y las chicas, también van a estar ahí, un poco de palabras por acá, un toque de pasarela cuando voy a buscar otra botella de cerveza y alguna tiene que caer. ¿No?
Diez minutos y me bajo. No me acuerdo ni qué línea es. Sé que me deja a donde quiero ir y eso es todo lo que me importa. Las chicas van a estar, que bien. Fabi hace el asado, que bien que le sale, igual siempre le pido la puntita del vacío, esa parte concentra mucho sabor. Tiene más corteza además, a mí me gusta así, llámenme loco.
Para qué habrán inventado esto del monedero eléctrico en los colectivos, es como meter la plata en una boca que se come todo. Es para vagos. ¿Tanto le cuesta a la gente ponerlas en una ranura? Así estamos. Si estamos así, es por gente como esa que no quiere hacer el bendito esfuerzo de poner la moneda perpendicular al piso y entre dos paredes que tienen menos de medio centímetro de espacio entre ellas. Así estamos.
Bueno por lo menos ya pagué el boleto. Es la parte complicada. Hay que acordarse de pagarlo. Recuerdo cuando me olvidé de decirle al chofer el valor de mi boleto y fue como olvidarme de respirar. Me sentí un descolgado social, ¿Cómo te vas a olvidar de cantarle al chofer hasta dónde vas? Que horror. Colorado estaba.
¿Qué hago? ¿Levanto la mirada? ¿Y si no hay asientos libres? Que desgracia. Tengo que juntar coraje para animarme a realizar esa inspección. Pero si directamente ni me fijo y me paro cerca de la puerta me ahorro la amargura de saber que no tengo donde sentarme y que para peor, quiero hacerlo. Si me hago el que no quiero hacerlo, no me angustio, y por alguna de esas casualidades del karma, quizás la persona cercana a mí se levante y yo sea el privilegiado que tiene la decisión de tomar el asiento o dejarlo. Que poder, casi providencial. Tengo que tomar riesgos en la vida no puede ser que siempre tenga miedo de hacer las cosas que quiero, me voy a fijar si hay asiento, estoy convencido de que voy a tener, y si no tengo, no me voy a enojar. Estoy listo. Ahí voy.
No hay, que desgracia. Igualmente, no he usado todavía el último recurso de todo vago como yo. No ataqué la presa fácil. Si no me equivoco, detrás de mí, casi a la altura de la máquina de boletos que acabo de pasar, debería haber dos asientos libres, reservados especialmente para gente discapacitada, embarazada o lesionada. Y ahí están, solos como rama en invierno. No hay nada más tentador en la vida que esos dos asientos. Puedo tomar uno y viajar estos 5 minutos que restan tranquilo y descansado. Pero, ¿y sí se sube una vieja? ¿Y si se sube una pareja de viejos? No estoy en condiciones mentales para sentarme, asimilarme a la comodidad y resignarla tan rápidamente. Pero quizás ni suben y pierdo la oportunidad única e irrepetible de sentarme. ¡Sentarse! Qué situación tan bien ponderada. En los viajes de sardinas, los de colectivos repletos hasta el punto de sentir la transpiración en carne propia del ser humano que tenés al lado y con la que compartís el mismo medio metro cuadrado, en esos viajes, la posición del sentado es la más envidiada. Al ver a alguien sentado apreciando como el resto que no lo está mira con ojos de envidia y agresión penetrante el ser que yace apoyado sobre su parte trasera en esa superficie acolchonada y suave, al ver esa situación, se puede muy fácilmente tener ganas de suicidarse. Sí, tanto. El viaje en colectivo es más dramático de lo que aparenta.
Igualmente, prefiero no sentarme a sentarme en esos asientos colocados al revés, mirando para el fondo de colectivo, es un misterio del universo para mí encontrar la razón de ser de aquellos solitarios que van contra la corriente de toda existencia colectiva. Para peor, en los días de calor pueden ser infernales ya que, aunque se abra la ventana que los acompañan, el viento siempre irá para el fondo del cuadrado móvil llamado colectivo por una simple razón física. Por lo tanto uno puede estar pegado al aire de la ventanilla pero el fresco nunca llegará, que situación increíble.
Bueno no me siento. Me quedan unos 4 minutos, o tres y medio como mucho y no voy a seguir llorando por un puto asiento. Me quedo parado y listo. Mejor así, puedo ver los escotes de las mujeres que estén sentadas. Es uno de los deportes preferidos del hombre en el transporte público. Aprovecharse de los ángulos de visión que regala el viaje a tal punto de moverse por todo el perímetro vehicular para poder ver algún que otro espectáculo de piel. De vez en cuando se ve “medio algo” o “casi algo”, es muy apasionante y atrapante, de lo mejor que tiene el colectivo, para el hombre por lo menos.
Che que linda chica la del fondo, la del asiento del medio de la hilera final. La del asiento ese tan expuesto, el que nadie quiere. Me está mirando. ¿Será una mirada casual o es apropósito? ¿Qué estará mirando en mí? Mejor me pongo en una pose más provocativa. Con el pie apoyado en la pared y con otra mano agarrando la manija colgante del techo para no caerme. Soy irresistible. No entiendo como es que solo ella me esta mirando, deberían estar todas pidiéndome el teléfono. Soy un adonis. Un dios del amor, Eros.
Ahora sí, faltan un par de paradas. También se empezaron a liberar asientos. Me voy a sentar un rato, total, no soy un criminal por eso. Ahhh, que placer el de doblar las piernas y recostarme sobre el respaldo de este pequeño y monótono asiento. Hay un bebé en la fila de al lado mío que está llorando hace como 2 minutos. Interminables dos minutos. Matenló. Y para colmo tengo a alguien parado al lado mío sosteniendo su insoportable cuerpo agarrándose de la manija de mi asiento, pero por encima de todas las cosas, tirándome del pelo. Siempre pasa eso, o tirás o te tiran del pelo cuando se usa la manivela esa de los asientos. Está mal diseñada, quién habrá sido el bobo. O la gente usa el pelo muy largo. En la época de la colimba todos tenían el pelo rapado, ¿En qué estoy pensando?
Ya me tengo que bajar pero la chica del fondo me sigue mirando. ¿Estaré perdiendo una oportunidad única de amor si no le hablo? Ya me levanté y un gordo se sentó en mi lugar. El que estaba del lado de la ventana en este momento está extrañando mi delgada figura. Y sexy.
¿Por dónde me bajo? ¿Por la puerta del medio o por la del fondo? Quizás debería bajar por la de adelante, pidiéndole permiso al chofer. Para qué tantas puertas. Después hay tan pocas salidas. Total terminás eligiendo una sola. ¿Por cual me bajo, por la del fondo o por la del medio?
¿Y si no me bajo?

1 comentario:

  1. Bueno creo que esta vez va a salir mi comentario...una vez atravesados todos los inconvenientes técnicos. Una vez atravesados todos los inconvenientes técnicos ya me olvide lo que quería decirte. TE lo envié en un mail. Lo que digo ahora es que el relato me gusto y que lo de escribir lo que se te viene a la cabeza es algo que me agrada. Se agradece tu trasparencia. Un abrazo

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