martes, 10 de marzo de 2009

Ojos

La había visto frente a él, a su lado, detrás de él y en diagonal a él, pero nunca al revés. Siempre yendo al mismo lugar. Ambos con sus compromisos y sus obligaciones que los hacían viajar juntos todos los días de la semana. Había pensado varias veces en hablarle pero nunca lo había hecho. Es que estaba seguro de que al día siguiente, o en su defecto en un par de días –en el caso de que fuese viernes- la volvería a ver con absoluta certeza. Siempre pensaba que si juntaba el impensado coraje como para dirigirse hacia ella con el gastado objetivo de entablar alguna conversación y eventualmente conocerla, no sabría qué decirle. Pasa a menudo. Pasa a menudo y da tristeza aunque algunos, sinceramente, lo disfrutan. De todos modos no se consideraba una persona “fea”, sólo era una cuestión de falta de confianza. Su estatura era favorable, era alto, casi demasiado, era rubio y tenía los ojos marrones con un dejo de claridad, color miel. Pero lo que más le daba pena era que aunque quisiera animarse, nunca había recibido de parte de ella algún indicio que fomentara su cabeza a pensar que aquella osada empresa podría tener éxito.
Era sábado y se dirigía a jugar al fútbol con amigos. Por su cabeza no había rastro de esa dama. Es que como parte de un mecanismo natural, su mente no conectaba ni esas calles ni esa situación con la imagen de ella. A dos cuadras de las canchitas de fútbol 5 a las que se dirigía, mientras esperaba que el semáforo le diera permiso para cruzar la senda peatonal de una esquina, su cabeza sufrió un cortocircuito. La causa: la vio sentada en un bar directamente frente a él. No terminó de razonar la situación cuando sus petrificados ojos notaron que no solo la estaban viendo, sino que los de ella, serenos y hermosos, se enfocaban hacia la silueta de él. Era lo único que necesitaba, la pieza del rompecabezas que le faltaba para terminar de armar ese cuadro que retratara a ellos dos hablando, que reflejara a un posible futuro. Se encaminó con toda la poca determinación que lo caracterizaba, cruzó en rojo y casi lo pisan, pero estaba decidido. Realizó maniobras evasivas por entre el laberinto de sillas y mesas que había para llegar a la suya, sorteó, pensó él, más obstáculos de los que alguna vez se imaginó podría para lograr su objetivo. Se paró junto a ella como muchas veces lo había hecho, y antes de que pudiera abrir la boca y emitir alguna clase de sonido que no había preparado, ella lo interrumpió:
-Al fin te animás, su voz era serena como su imagen, todo encuadraba perfecto.
Otro cortocircuito ocurrió dentro de él, pero esta vez más fuerte. Cayó en la realidad y se dio cuenta que estaba vestido para jugar al fútbol y que toda su belleza había quedado en una simple imagen en potencia. Tampoco estaban en un lugar conocido, por lo tanto ninguno de los dos podía esperarse aquel encuentro. O sea que ella también lo había visto a él, siempre. O sea que ella también se había imaginado esa imagen resultante del rompecabezas que se acababa de completar. Aún así, ella, tranquila y predispuesta a hablar con él.
Ahora sí que no sabía qué decir.