jueves, 18 de diciembre de 2008

Onírico


Me vi casi como parapetado en ese antro. Éramos varios y a los que recuerdo los conocía. No entendía bien porqué pero estaba en un estado de pánico tan inexplicable y sin precedentes como los que se sienten sólo en situaciones oníricas, un mal sueño.
Era horrible. Pero nadie parecía entrar en razón. Nadie aparentaba ni siquiera acercarse a lo que yo veía. Por las ventanas del frente del lugar se podía entender perfectamente el terror. Afuera algunos no querían salvarse, otros no llegaban. Se me anudó la garganta. El cielo crecía a cada segundo más y más dentro de su tonalidad gris. Gris profundo, eran nubes del infierno. No puedo calcular cuánto tiempo estuve ahí, pero sé que cada instante era una línea entre el suicidio, la desesperanza y un deseo, que se acabara todo.
A cada rato, mientras daba vueltas por el bar buscando una solución para esa inexplicable situación, me preguntaba cómo había llegado hasta ahí, con toda esa gente que no dejaba de parecerme familiar. De repente encontraba a alguna chica que me gustaba de la infancia o del presente, algún familiar o algún amigo. Afuera, desconocidos.
-Se dejan morir, dijo alguien. Un par nos quedamos mirando lo que pasaba del otro lado de la pared de vidrio. Uno que otro depresivo o de alguna secta rara, pero se dejaban matar por lo que había afuera. No terminaba de definir si era un desastre natural, alguna tormenta perfecta o simplemente un acto de algún dios o demonio en el que nunca creí. Miraban al cielo y esperaban que llegue su parte de todo esto. ¿Creían que lo merecían?
Nos sentíamos seguros detrás de ese vidrio que separaba los dominios de ese local de la noche, de la calle. No creíamos ser parte de todo eso. No lo queríamos creer. Pero a veces no basta con solo no querer para que algo no pase. Sólo con lo que uno realmente anhela, si uno en el fondo deja de querer que se realice, eso definitivamente nunca va a ocurrir.
Cada tanto chocaban contra nuestro vidrio los restos de alguien. Eran restos porque la tormenta los había agarrado. La tormenta destruía a la gente. Rayos golpeaban por todos lados. Era eso. Descargas interminables de electricidad se azotaban contra la tierra, contra el asfalto de los autos, que ya estaban todos abandonados. Indefectiblemente la las personas se veían en una batalla en la que no podían defenderse ni atacar. Solo correr.
-Esto es de locos, ¿qué vamos a hacer?, pregunté, pero nadie respondió. Ya nadie hablaba de lo que pasaba allá afuera, hablaban de otras cosas, y me sentí, una vez más, solo. Rodeado de gente conocida, pero solo. Me volví a repetir, “¿Porqué a mí?” Me había hecho esa pregunta ya varias veces mientras caminaba desesperado de punta a punta del salón. Afuera la gente seguía muriendo.
-¿Cuándo me va a tocar a mí?, no sabía si quería que sea lo antes posible o retrasarlo indeterminadamente, no darme cuenta al morir, morir súbitamente por el deseo de algo que no sabía qué era.
Parecía inevitable. Teníamos que morir también nosotros. Seríamos aniquilados.
De repente, nuestra muralla invencible de vidrio fue despedazada. Rota en pequeños trozos, como nuestras ganas de vivir. La chica, mi chica, o por lo menos la chica que me hubiese gustado que sea mía, parecía decidida a algo, miraba sin preocupación, pero con determinación, el portal hacia la muerte, el marco de la ventana que recorría toda la pared frontal menos la puerta que hacía mucho tiempo también había sido derribada.
-¿Qué pensás hacer?, le pregunté.
-¡Salir!, ¿qué más? Increíblemente me había respondido. Decidí no preguntar más, no tendría sentido, no mostraba ningún signo de posibilidad de cambio en sus intenciones. Nadie más volteó para ver la locura que estaba a punto de hacer esa chica que tan loco me volvía.
-En algún momento va a haber que salir, me dije sin ganas, como entendiendo algo que nunca quise saber. Decidí seguirla.
Al mismo tiempo los dos, pasamos, elevando un pie a la vez, el marco de la envolvente y ahora inexistente ventana. Lo que sigue es increíble. Las nubes comenzaron a moverse y a tornarse de diferentes colores de la escala de grises, de la misma forma que se ve un cielo nublado cuando es filmado por varias horas, hasta días, al ser rebobinado o adelantado. El monstruo, si acaso existía, nos temía, o por lo menos se replegaba, si eso algo significaba. Algunos rayos caían cerca nuestro, pero me contagié de la falta de temor de mi compañera y seguimos contemplando la desaparición de nuestros temores.
¿Ves?, Ahí está, me explicó ella.
No dije nada, no hizo falta, no había dicho nada durante el terror, porqué iba a decir algo en la paz, mejor no arruinarla. Miré bien y me imaginé un nuevo nacer del mundo. Un perdón. Nos estaban excusando de los errores que veníamos cometiendo, ellos, o él, o eso que es la naturaleza que convive con nosotros y la ignoramos. La ignorancia es la peor ofensiva social. Entendimos que era una sociedad. Vivimos todos dentro de ella, hasta eso. Eso podía ser el destino o podía ser una providencia, nos pusieron en claro que había algo, y había que respetarlo.

1 comentario:

  1. Juanchi, de onda y con todo el amor del mundo te doy mi consejo, el consejo de un boludo.
    Escribi un Libro, te vas a llenar de guita.
    Tenes mucha piel para escribir loko.. te falta pulir un par de huevadas y ya sos Stephen King.
    Un Abrazo loko.!!
    Segui escribiendo que voy a seguir leyendo.
    Bai

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