Se imaginó mil veces en ese momento de vuelo de ángeles alrededor de él y de ella. Quién diría, pensaba el, que este momento alguna vez iba a existir. Y ya se fue, que mal.
También se percató de que no era un solo momento, sino muchos, unidos por un hilo de tiempo y que en un futuro esa única casualidad sería despreciada para llamarla “esa vez”. Esa vez en la que cumplió su predicción, esa vez en la que se convirtió en un adivino.
-Es ahora cuando veo que los edificios de esta ciudad nos abrazan y desde todos lados nos asfixian. Veo que el cielo nos envuelve y la luna es el broche de oro, o de plata. Es este momento que pasó. Ahora la luna debe estar miles de kilómetros más hacia algún costado, pero no nos damos cuenta porque somos tan pequeños. Mínimos. Cuántas veces se habrá dicho esto, este cliché de vida, es igual a todo, y todo sigue igual, los mismos bloques de concreto alrededor nuestro y el mismo cielo negro, nunca algo tan oscuro, tan vacío de luz fue tan hermoso.
Se arrepintió de haberse abierto quizás demasiado y quizás haberla ahuyentado, pero nunca corrió.
-¿Qué será de esto?, preguntó ella, no importa como es, ella.
¿Se darán cuenta los seres de otros mundos lo que está pasando acá? Acá y en muchos lados y tiempos. ¿Importa?
Ambos no quisieron saber si el beso se concretaría o nunca sería.
-¿Por qué no me importa pero pienso que es tan importante?, ella.
-No sé, sólo se que todas mis ideas que hasta ahora expresé, toda mi historia, todos mis rencores y todos mis miedos me empujan hacia el mismo lado. Sé sin un porqué que tengo que juntar mis labios con los tuyos. Mi cuerpo y mi alma, si existe alguno de los dos, me obligan a juntarme con vos. No lo quiero entender, él.
-Juntá tus labios con los que tenés enfrente. Hacelo. Ya. ¿Porqué me lo sigo diciendo si ya lo estoy haciendo?, los dos.
Los ángeles dejaron de volar alrededor de ellos, los edificios desaparecieron y el cielo se confundió con la tierra. La luna desabrochó el tiempo. Su trabajo estaba hecho.
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