miércoles, 9 de diciembre de 2009

Después del accidente

Nunca quise desligarme de esa esquina. Desde que tuve el accidente no hice otra cosa que pararme como si fuera un policía en ese lugar. Realmente disfrutaba yo observar a la gente que pasaba todos los días por ahí. Nunca nadie llegó a conocerme de verdad, pero no puedo culparlos, siempre andan muy ocupados. Hay muchas oficinas por ahí, la gente trabaja. Nunca quise que me den mucha pelota. Mientras no me echaran estaba todo bien. Por mi parte, fui descubriendo un poco de cada uno de los que pasaban por esa esquina. Estaban los quiosqueros, que eran varios, aunque había un solo quiosco. Se la pasaban llevando y trayendo cosas, mercadería, no paraban de laburar. El garita, que era un poco como yo, un testigo tácito del ir y venir. A él tampoco nadie le daba atención, pero a él no le importaba, es más, mientras menos contacto con la gente tuviera, mejor la pasaba. Igualmente, vivía durmiendo. La pendeja del tercer piso. En frente de donde me paraba yo, había un edificio petiso, no más de 5 pisos. En el tercero había una diosa. Sacada de algún cuento, o que se yo. Quizás un ángel. Llegué a pensar que nunca mostraba las alas por vergüenza, pero sin dudas era de una raza superior, entre un ángel y una diosa. No tuve que anotar su rutina como un desesperado en un cuaderno de colegio, me la aprendí sólo de verla todos los días. Para mí, cuando ella aparecía, todo lo demás era nada, no más autos, no más ruido de cajas del quiosco, no más ronquidos del garita, no más nada, sólo ella. A veces se cruzaban ella y el chico de la construcción y me moría de vergüenza por cómo se miraban. Cada día se pasaban más cerquita. Al principio a casi un metro. Después se fueron acercando y las últimas veces que los vi, hasta se rozaban los brazos. Después de todo, quizás era una historia de amor digna de sí misma. También había un trapito que comía de lo que cobraba por pretender que cuidaba los autos, aunque la gente lo respetaba. En realidad, se hizo indiscutido dueño de la cuadra cuando se quisieron robar la camioneta de los chicos del quiosco dio la casualidad de que el trapito estaba ahí cuando por la esquina apareció un patrullero y los chorros se fueron cagando. Los chicos del quiosco creyeron que él les había salvado la camioneta. Desde entonces, nadie le reprochó su presencia. Él también admiraba a la diosa del tercero. Pero no tenía ninguna chance, menos contra el chico de la obra, que por los gajes del oficio, era portador de una espalda equis ele. También usaba uno de esos arneses para apretar la cintura y levantar peso sin dolor que lo hacían más profesional y le daban más pinta. Igual, nunca se supo si aquel amor alguna vez se concretó, aunque yo creo que hubo una relación y por lo menos una pelea, porque de un día para el otro, ya no se rozaban más los brazos al cruzarse en la vereda, es más, la diosa del tercero empezó a caminar por la otra acera. Fue una lástima. Lo que más extraño es a la vieja del negocio de nutrición. Esos negocios nunca prosperan, pero por alguna razón, la gente que atiende esos locales es siempre macanuda. Aunque nunca recaudaba lo suficiente para cubrir el alquiler y la mercadería, siempre le daba algo de comer al trapito: unas semillas de girasol sin sal o galletitas de sésamo, sin sal. La diosa del tercero era cliente regular, su figura lo ameritaba. En el mismo edificio de la diosa, vivía una parejita de viejos. Se sentaban veinticuatro horas al día en el balcón de su piso, el primero, a mirar pasar los autos y la gente. A la mayoría eso le molestaba, pero a mí no, les debo mucho. Cuando tuve el accidente, en esa esquina, fueron los primeros en llamar a la ambulancia. No bajaron a preguntarme como estaba porque hubiesen tardado una eternidad. Los chicos del quiosco me hicieron el aguante hasta que llegó. Pusieron varias de sus cajas, vacías, en la calle para achicar la calle y que no me pisaran, es que no me podían mover, estaba muy mal. Una semana después, andá a saber si por coincidencia o qué, abrieron una farmacia al lado del quiosco. Se hicieron muy amigos entre ellos, siempre se pasaban cajas para un lado y para el otro. No duró mucho la farmacia, pocos días después, cayeron varios patrulleros y la cerraron. Se llevaron varias de las cajas. Días más tarde, abrió una carnicería que le dio mucha ganancia al quiosco. Los vecinos empezaron a hacer más asados y el olorcito era buenísimo, y al comprar la carne, pasaban por el quiosco a comprar papas fritas y gaseosas. Hicieron una dupla bárbara.

A veces me voy para la iglesia al final de la cuadra a rezar un poco, por mí. No tengo a mucha gente y entonces le pido a Dios que cuide de la gente de la cuadra. Pido que la carnicería tenga éxito y que los chicos del quiosco también, ahora la cuadra es mucho más limpia sin todas esas cajas. También pido que la obra no se termine nunca así el joven obrero se vuelve a enganchar a la diosa del tercero. Pido que los viejos sigan ahí para que nadie se quede sin ser observado, todos necesitan un poco de atención. Pido que nunca cierre el negocio de nutrición, la vieja hace las cosas bien y es honesta. También pido que el garita se quede en la cuadra por varios años más, algún día se va a reivindicar, algún día se va a despertar. Hasta pido que el trapito siga escoltando a los autos, no le hace mal a nadie, nunca rayó un auto ni lanzó una puteada al aire al que no quiso pagarle. Sin él, los chicos del quiosco no tendrían más camioneta para cargar mercadería. Me podrían haber llevado a mí al hospital y no esperar a que llegue la ambulancia cuando choqué en la esquina cerca de la nutricionista. Ya ni me acuerdo que auto tenía. Igual hubiese sido en vano, mi vida se fue volando por el mismo parabrisas que rompió mi cuerpo ya sin alma. Cuando me levanté, nadie se dio cuenta. La ambulancia llegó y se llevó mi cuerpo. Yo me quedé parado hasta que me volviesen a buscar. Siempre quise saber como terminó todo.

viernes, 2 de octubre de 2009

El artista

(viene de http://ithurbide.blogspot.com/)




Se duchaba. Era un momento especial para Sánchez. Un momento de total olvido salvo por una cosa, nunca dejaba de recordar que estaba vivo, y para él, a veces, ser consciente de ello era su única razón de ser. Vivir y ser vivido. Después de tantos años en el mundo, así de simples eran las cosas que valoraba.
Creyó escuchar ruidos mientras se remojaba la cabeza luego de limpiarla con crema de enjuague. Golpes con sonido débil por la resistencia de las paredes y el ruido de la ducha cayendo con fuerza sobre su cráneo. Segundos más tarde, volvió a percibir sonidos desde afuera, pero esta vez no eran golpes, sino voces, fuertes gritos. No logró imaginarse lo que vendría. Cerró las llaves de agua y comenzó a secarse con dos toallas, como siempre hacía. Una la envolvía alrededor de la cintura y la otra la usaba para el torso y la cabeza. Una prolijidad poco común en cualquier otra acción de su día. Fue así, entre toallas, que descubrió la noticia. Salió del baño. Subió las escaleras y entró a su habitación. No escuchaba más nada. Parecía como si estuviese sólo en su casa. Creyó estarlo. Pero no era el único cuerpo humano dentro de su hogar. Sin cambiarse fue a buscar a sus hijos al cuarto contiguo para preguntar el porqué de tanto alboroto. Su hijo yacía en el piso de la recámara, desangrado, muerto. Su cara decía mucho. Lloraba sin lágrimas, con los ojos abiertos, incrédulos, como si no cupiese dentro de su mente el escenario que ahora protagonizaba, como si la complejidad de la palabra usada para describir su estado fuese tan alta que todavía era posible que piense en despertar. La eternidad en la nada. La muerte violenta, criminal, imprevista para todos, pero real. Para Sánchez fue solo el disparador para comprobar que a su querida hija también le habían arrebatado la vida, o por lo menos que se la habían dejado escapar por la garganta. Esquivó los charcos de sangre de la cocina donde terminaba la vida de ella y se dirigió al patio delantero, donde estaba la puerta de entrada. Salió a la vereda y se sentó en el cordón. En toalla. Nadie pasó como para mirarlo y reírsele.

El diagrama era perfecto y Rímini no preveía errores. Las emociones eran su fuerte y nunca cometía equivocaciones a la hora de brindar su servicio, es decir, revivir sentimientos o sensaciones muertas, olvidadas en el espacio infinitamente misterioso de la mente humana. Quizás podría haber sido un psicólogo, analista del inconsciente, pero él se creía demasiado bueno para algo tan usado y repetido. Como siempre había sido en su vida, se inventó su propio espacio usando algo que nunca había perdido: la imaginación. Para él, esta era la virtud más importante del ser humano, ya que alegaba imprescindible poder escaparse de la realidad de vez en cuando e inventar una fantasía, deseada o no. Comedia o tragedia. Pocos lo habían contactado para pedir una tragedia. Sánchez era para él una excepción y un desafío. Crear algo poco agradable para el ser humano.
Luego de releer una y mil veces el proyecto, se relajó y se tomó otro café. Quería estar bien despierto para apreciar su obra maestra. Lo peor para un ser humano. Ver destrozadas sus mayores fuentes de sentimientos, su razón de vivir y de ser vivido. Los frutos de sus años. Ahora, nada. Mirando al asfalto buscando algo, pero sin encontrarlo. Angustia y pesar. Lo que le habían pedido. Otro trabajo bien hecho. Hasta pensaba en aumentar la cuota a cobrar por aquella pieza.



Sigue Alejandro Cabrera en: http://mividahechalapizypapel.blogspot.com/

sábado, 15 de agosto de 2009

Condicional

-Sí, lo maté. ¿Y?... muchos querían hacerlo, o por lo menos jodían con eso…

-Bueno pero me parece que no era para tanto.

-Mirá, no me lo bancaba más, nadie lo soportaba, mirame como si fuese un salvador, te salvé de bancártelo más tiempo. Además, a mí me tenía las pelotas llenas. ¿Por qué él podía decir y hacer lo que quería y nosotros teníamos que soportarlo? Todos se quejaban de sus chistes tontos, de su soberbia y de que no se daba cuenta de lo tonto que era. Bueno, ahora yo le puse fin a eso, además, creo que yo era el que menos lo quería, asique remordimiento no tengo. Ni siquiera sus padres lo van a extrañar, te lo aseguro.

-¿Qué estás diciendo?

-Digo que antes si sentías ganas de matar a alguien, lo hacías, ahora, está todo como un tabú, bueno, yo lo maté, chapado a la antigua.

-¿Chapado a la antigua?

-Sí, lo ahorqué.

-¿Pero sabés que no vivís en la época medieval no? No estás en guerra, no sos el enviado del rey, te van a meter preso.

-Si… me van a meter preso, ¿y? Estaré unos años en cana. Pero la verdad que voy a estar muy tranquilo porque no me voy a tener que bancar al forro ese. Pero bueno, sí, no me vas a ver por un rato largo. A la noche cuando hables con los chicos para hacer algo, ya no vas a poder invitarme, es verdad. Ni para jugar a la pelota. Ni para hablar por teléfono siquiera. Para nada. No vas a poder contar más con migo.

-¿Vale la pena?

-No. Pero me siento bien porque por una vez en la puta vida hice algo que quería hacer. Yo no soy como él. Yo si hago algo bien no ando por la vida mostrándoselo a todos. Él venía y te lo echaba en cara y te volvía loco. Y te hacía quedar mal al lado de todo el mundo gritando a los cuatro vientos que tanto mejor él era al lado tuyo. Y bueno, me cansé, lo invité a casa y lo maté.

-¿Lo mataste en tu casa?

-Y si, pobre el boludo estaba muerto de ganas de tener más amigos, entonces lo invité a casa y vino corriendo. Como le encantaba mostrar su fuerza, lo único que tuve que hacer fue retarlo a que yo le pusiera una cuerda alrededor del cuello y él tratara de escapar. Obviamente no pudo. Una vez que apretás el cuello, ya es difícil salir.

-¿Y cómo vas a hacer para que nadie se dé cuenta?

-Uh sos tarado che. Lo tiro al río. No le va a faltar compañía.

-Lo que dijiste recién es horrible.

-Me tenés los huevos hinchados con tu moralismo. ¿No podés cruzar los límites una vez en tu vida? Lo único que te voy a pedir es que no le digas a nadie. Yo confío en vos porque sos mi amigo. Y la verdad es que si le decís a alguien, se pudre todo viejo. Yo me animé para matarlo, y no me costó tanto. Animate.

-Y pero ya te dije, vas a ir en cana.

-Sí, si alguien se entera. Sí, dije que no me ibas a poder llamar más. Pero la verdad es que no quiero ir en cana. Y si vos no hablás, no voy a ir en cana. Porque no hay nadie que sepa la verdad.

-Es muy difícil que yo no hable. No son pelotudos los canas, van a saber que estoy mintiendo.

-¿No podés confiar en vos? Mirá a quién le vengo a contar. A la madre teresa. A Ghandi.

-Pará un poco. No me insultés. Yo no te hice nada. Yo no maté a nadie.

-Ah bueno. ¿Me estás tratando de asesino?

-Convengamos que mataste a Jaspe.

-¿Y qué? ¿Eso ya me convierte en un asesino? Para ser un asesino tenés que haber matado a más de una persona.

-El asesino es el que asesina. Vos asesinaste. Sos un asesino.

-No te me hagás el vivo León.

-Tranquilo. Bueno yo no digo nada, pero prometeme que nunca más vas a hacer algo así. Jurame que vas a ser el mismo de siempre.

-¡Pero soy el mismo!

-No confío más en vos.

-Eso no era algo que tenías que decir León. Si no confías en mí, me vas a delatar, tonto no soy.

-Bueno mentira, no dije nada.

-¿Pero ves? Ahora ya no te creo. Ahora yo ya no confío en vos, ni en tu moralismo, ni en nada.

-No hagás nada raro Uriel.

-No te puedo dejar vivir Leo, pierdo yo, ¿entendés?.

-Pero…

-Vení.

-Para…

-¡¿Qué hacés?! ¡Soltá eso León!

- Si vos me matás, pierdo yo… ¿entendés?

(Muere Uriel)

-Ya no me lo bancaba mas a ese Uriel…, si, lo maté... ¿y?

lunes, 29 de junio de 2009

A votar

Entre las 12 del mediodía y la una de la tarde del domingo 28 de junio, El Paciente entra a la Clínica Olivos, centro de atención médica de guardia de excelencia para los vecinos de Vicente López. Cruza la puerta electrónica, camina dos pasos y se sienta a la izquierda, en un asiento de “la sala de espera” mientras su madre va hacia la administración a presentar su carnet de la obra social y a pedir la atención que necesaria. Veintiocho de junio de 2009, elecciones legislativas sucias y agitadas y una gripe porcina que supuestamente atesta a todo el país, supuestamente. Para el gobierno los casos son pocos, cientos, rozando los miles. Para las organizaciones independientes de salud, esas filantrópicas sin razón, unos diez mil. El Paciente tiene la rodilla en la miseria, apenas puede caminar, la noche anterior, durante un partido de fútbol, trabó violentamente con un jugador del otro equipo y no pudo seguir; cuando ya tiene cinco minutos de historia en ese asiento se da cuenta de dos cosas. Uno: la puerta que cruzó para entrar en el edificio está demasiado cerca de él, es invierno, y la gente no para de entrar y salir, el frío entra y es insoportable. Dos: tiene, dos lugares a su derecha, a una mujer “de edad” tosiendo como si estuviese en un letargo furioso y terminal. Los medios de comunicación y su ataque tipo “A” no fueron evitados por su inconsciente y piensa: “Gripe A” o “Gripe Porcina” o “Influenza A” o “Virus AH1N1”. La mujer, en un gesto de consideración, piensa El Paciente, gira su cuerpo mirando hacia la puerta y tose contra ella, para no molestar, aunque el ruido asqueroso que produce cuando lo hace le provoca ira. “Tose como un chancho”, piensa. Luego de varios minutos logra asimilar el ambiente y olvida la tos de “la vieja”. Su marido, el de “la vieja”, duerme a su lado como si nada ocurriera, un hombre que diez minutos más tarde, o quizás más, se cambiará de asiento para continuar su siesta en otro lado, quizás por miedo a su mujer, quizás porque no la aguanta más después de tantos años de convivencia y la tos que ahora sufre sólo la hace más insoportable. El Paciente decide no prestar más atención a ellos dos. Pero el frío ahora invade su mente. Piensa en el pésimo diseño de la clínica y en un encuentro hipotético entre él y el arquitecto. El diseño es lineal: puerta, sala de espera, mostrador, todo en fila. Todo esto le hizo olvidar el tiempo que había estado esperando a que lo atendieran. Habían pasado ya como veinte minutos y el recambio de compañeros de espera no era muy continuo, es decir, no pasaba nada. Los nervios del protagonista están igual de firmes que los ligamentos de su rodilla y tiene ganas de insultar a todo el staff de la clínica: 2 recepcionistas, 4 enfermeros y 2 médicos, los números son aproximados, podrían ser menos. Es quizás por eso que la gente se queja, que un señor mayor grita con acento italiano que va a “meterles una denuncia en” un lugar oscuro y recóndito. Esa debe ser la causa de muchos de los humores de sus colegas de espera. Una señora entra y provoca que se abra la puerta una vez más y que aquel lugar recóndito y oscuro sea cada vez más pequeño. La señora está hablando por celular, El Paciente atina a escuchar un poco de la conversación, una actividad de gran ocio para él juzgando su situación. La mujer, con una forma muy cerrada de pronunciación, expresa que no quiere que “la hagan entrar” por esa puerta ya que la gente que ve no es de su agrado y podría contagiar “la”. Habla de una peste. Le tiene miedo a la gente. Sale nuevamente y 5 minutos más tarde se la ve entrar por otro acceso con un hombre y una chica. No quería poner en riesgo a su hija y que sea contagiada por los enfermos de la sala de espera, donde se encuentra El Paciente. Su madre, sentada al lado suyo le comenta que fue a averiguar cuánto más había que esperar para que le vieran la pierna. “Hay tres muestras de radiografías antes que vos”, le comunica. Mientras espera impaciente que esas tres reuniones se lleven a cabo, varios hechos insólitos más ocurren, pero no vale la pena entrar en detalles. Todos a causa de la ineptitud de los trabajadores de la clínica y de su escases. Claro, es día de comicios y la gente tiene que votar. El “tano” se enoja varias veces más antes de irse sin ser atendido. Dos parejas jóvenes se retiran enojadas de tanto esperar y de tan poca atención. Pero El Paciente esperará. Como melodía para sus oídos, algunos apellidos son gritados y nadie se levanta, seguramente se fueron por rabia. Gracias a algo, escucha su apellido y salta de la silla, aunque “salta” es un verbo exagerado teniendo en cuenta sus posibilidades actuales. Conoce al médico que lo revisará y entra al consultorio. Realiza algunas pruebas manuales sobre su rodilla, la clásica pregunta de “¿esto duele?”, el obvio “¡¡¡¡si!!!!” y la siempre presente e increíble repetición incesante de esa acción sobre el mismo lugar de dolo. Finalmente el “doctor” le confiesa que no sabe específicamente qué es lo que tiene, que El Paciente debería hacerse radiografías y quizás una resonancia para eliminar posibilidades y confirmar un diagnóstico. El Paciente, creyéndose zagas y avivado le pregunta “¿cuánto voy a estar esperando para que el proceso de sacarme la radiografía y que la revises esté terminado?”. “y….”, llega a esbozar el profesional antes de que El Paciente diga “gracias doctor, hasta luego”, se levante como pueda y se vaya por la puerta electrónica molestando a la vieja de la tos porcina, a su marido dormido, y a todos los desgraciados que siguen en “la sala de espera”. El Paciente se va, aquel 28 de junio de 2009, sin saber qué es lo que tiene, a votar.

martes, 9 de junio de 2009

En medio de la radio

Entonces vi como aquel ángel caído del cielo se enfrentaba contra el demonio. Recordar sus apariencias seria para mi imposible, la gente que los rodeaba, mirando, atónitos, era tanta que solo pude ver las alas del ángel y las llamas envolventes del diablo. Todavía era difícil para mí asimilar la situación. Recuerdo muchas cabezas observando el espectáculo sobrenatural que esa madrugada tan especial nos había brindado. También recuerdo cuando apareció en escena el diablo. La muchedumbre se entrelazaba entre sí para golpearse y destruirse, todos guiados por una idea general, la guerra. El pueblo de mi ciudad se había reunido en el centro para matarse. Cuando ya el escenario era apocalíptico y yo era acribillado por una mujer con un palo, tan repentinamente como todo en aquella noche, dejé de sentir golpes y entendí que algo más ocurría. Me levanté como si nada y miré a mí alrededor, una ronda de gente se había formado a unos metros de mí. Traté de llegar hacia el centro de la rosca de personas, para observar qué era lo que realmente ocurría pero me fue imposible penetrar semejante capa de cuerpos. Pregunté entonces por qué tanta atención rodeaba aquel punto y me contestaron que “el demonio” había surgido de entre la tierra para luchar en el cataclismo preanunciado que nos acontecía.

Quién sabe cuándo, el ángel había bajado a batirse contra ese hombre del infierno. Un estrepitoso alarido de la gente dio a entender que algo nuevo había aparecido en escena. Se escuchaba: “un ángel”, “un ángel vino a salvarnos”. Era increíble para mí, y eso hice durante varios minutos, no creerlo. Pensar que yo estaba en mi casa tomando café cuando me enteré de todo esto. Ahora los dos seres más opuestos de la historia se enfrentaban en el centro comercial de mi barrio. “A las cuatro y media en el centro”, habían dicho. En un instante todo se esclareció, era cierto. Por encima de las cabelleras de miles de personas testigos de algo que yo no podía comprobar, vi un ala. Estaba seguro de haber visto un ala, o medio ala. Lo que no podía nadie negarme era que algo blanco había pasado rápidamente por el cielo estrellado, y yo lo había visto, nadie me diría qué era eso. Al ver aquel ala no pude más que seguir buscando evidencias de lo que decían que pasaba. Seguí alejándome del círculo de gente para poder ver más por encima de ellos.

A las cuatro y media en el centro. Eso era lo que la radio decía mientras tomaba mi café tranquilo sentado en mi comedor. A las cuatro y media en el centro, una guerra, el fin, una batalla de clases, de estratos sociales y de estereotipos. Nadie se salva, nadie puede no ir. Era ridículo, yo no iría, ninguna radio iba a convencerme de estar en el centro a las 4 y media de la mañana.

Cuando llegué, los negocios estaban todos atestados de gente saqueando las vidrieras y golpeándose, luchando entre sí, arrancándose los pelos, estrellándose mutuamente contra las paredes, tratando de ganar una batalla que no tenía ni siquiera dos bandos, todos peleaban por su cuenta. Sin poder darme cuenta de nada, recibí el primer golpe, un hombre se había abalanzado sobre mí para aniquilarme. No por el instinto de guerra sino por mi propia defensa, pude revertir la situación evitando sus golpes y comencé yo a pegarle. Lo tenía contra el piso, su cara ya no quería más. Gritaba, sufriendo el dolor de mis nudillos fríos. Mi cara estaba tensa, como si estuviese haciendo una mueca de furia hace varios minutos. Cuando el hombre dejó de gritar y de resistirse, lo solté y me alejé. Entonces busqué a mi próximo enemigo. Era claro que yo no iba a perder. Estaba cansado de perder. Esa era mi batalla.

Faltaba sólo una hora, eran las tres y media. Tres y diez iba a salir para allá, para el centro. Ya hace rato que había dejado de intentar comunicarme con mis conocidos, nadie atendía el teléfono, nadie estaba en su casa. La radio seguía prendida, pero el aire no era cubierto por ninguna voz, aún así, el mensaje seguía siendo claro, a las cuatro y media. Una grabación lo decía. Nadie se iba a perder la guerra, ni los mismos que la habían creado.

Por encima de los centenares de cabezas que bloqueaban mi visión hacia el centro del círculo solo había podido ver una sola vez aquel destello blanco cruzarse de un lado a otro. Debía encontrar otra prueba que me afirmara de una vez por todas que todo lo que decían que pasaba era verdad. Miré hacia el piso para volver a ver la sangre esparcida bajo mis pies, en eso, levanté mi pie y me vi la suela de la zapatilla. Incrustada entre las marcas de fábrica de mí calzado y pegada por la sangre que había estado pisando hasta recién, una pluma yacía inmóvil en mi pie. Era lo único que necesitaba.

Embestí a una mujer que estaba de espaldas, presa fácil. La puse de espaldas y comencé a golpearle la nuca. Mucho más no tendría que hacer. Casi sin moverse, se escapó de mí y desesperada tomó un palo del piso. Me golpeó la cara. Caí de espaldas al suelo y vi repetidas veces subir y bajar aquel palo contra mi persona. Sus latigazos eran tan rápidos que no pude atinar a salvarme. Su velocidad era sorprendente. Cuando casi me había resignado a resistir, todos frenaron. Algo había pasado, sentí un calor insoportable que venía de la tierra. Se escuchó una explosión a unos metros de mí, miré en esa dirección y vi un mar de gente rodeando un pequeño perímetro.

Al parecer el mensaje de las radios había llegado hasta el cielo y el infierno, entendí entonces, que aquella noche iba a durar para siempre. Hasta que no dejáramos de escuchar sin pensar, ni el ángel ni el diablo sobrevivirían.

miércoles, 3 de junio de 2009

Dejando de olvidar

Dejando todo por un sol de otra tierra

Estoy

Dejando que llegue la noche y se apague

Estoy

Dejando de ocultar con lunas de mil galaxias

Estoy

Dejando mundos por vos, y vos

Si ellas eligen perder,

qué podemos hacer?

Estás al lado mío sin voltear

No vas a mirar y quiero decir

Que sos mi sol y mis lunas

Y llenas mil amaneceres

Olvidando atardeceres que fueron nuestros

Estoy

Olvidando océanos testigos de nuestro aparecer

Estoy

Olvidando tu presencia que nunca estuvo

Estoy

Olvidando la ilusión, perdiendo el control

Si ellas eligen perder,

Qué podemos hacer?

Estás al lado mío sin voltear

No vas a mirar y quiero decir

Que sos mi sol y mis lunas

Y llenas mil amaneceres

Estoy dejando de olvidar…

lunes, 11 de mayo de 2009

Resurrección

Ya pasó el cuando y el porqué

ya pasé la utopía y la destrocé

te tuve pero no eras mía

estuvo él y esta en tu vida

mas hoy dejé de usarme

más que en vos creo en la resurrección

el santo ya no te apunta

abre las manos y al infinito

mira con sus ojos de amargura

te espera a vos pero no en tu cuerpo

sale de ti y mata al tiempo

quiere tu magia pero sin tu aliento

más que en mi creo en revivir

sobreviví bajo trinchera

los ataques de esta guerra

ya es de noche y sin refugio

siento el calor de aquel santo

que me saca de aquel llanto

más que en vos creo en la resurrección

nada de eso fue una perdida

frente a mí solo tengo el umbral

el santo me ha dejado aquí

de ahora en más depende de mi

ya nadie me salvará de tí