Ella, Ella y Él.
Salió de la casa de ella con la culpa de haberla engañado. Se preguntaba si alguna vez se lo diría. ¿Porqué decírselo? Si no lo sabe no le puede doler. Pero la transparencia siempre da confianza. Quizás al saberlo el resultado sea el mismo que si se enterara por su propia cuenta. ¿Podría enterarse por sus propios medios? Imposible, por motivos que no vienen al caso no era un escenario factible. Entonces todo dependía de él y su voluntad, sus objetivos con ella y cuánto le importaba. Él sabía que no quería contárselo, ¿porqué obligarse a sí mismo a hacer algo que no quería? Si al final, lo importante era él. Con la única persona junto a la que conviviría por el resto de sus días sería con él mismo y eso ya era bastante. Sumado a esto, pronosticaba que esa chica no era la mujer de su vida, su alma gemela, sino que era un amor pasajero y que tarde o temprano esa relación terminaría como todo lo que él se proponía. Nada la duraba lo suficiente. No porque no quisiera que se prolongara pero por las vueltas de la vida y el destino nunca conseguía terminar algo. Finalmente no sabía qué era lo que le gustaba hacer ni lo haciendo qué le gustaría vivir y ganarse la vida.
- Ni un paso adelante puedo dar en mi vida. Mejor guardo el secreto, pensó.
Y si. Porque era mejor. No terminaría con la relación y quizás se casaría con ella, viviría con alguien más, además de con él mismo.
Había sido algo elaborado, eso le molestaba más. No había sido culpa de un exceso de alcohol o producto de algún estado mental particular. Quiso hacer lo que hizo. Quiso engañarla. Tampoco importa cómo la engañó: si durmió con ella o si sólo fue una salida con algún beso de por medio. Hubiese valido lo mismo, una traición. En su vida sólo quería estar acompañado. No quería morir solo. Le tenía terror a la idea de nunca encontrar a alguien para él o la de nunca tener un amigo inseparable para compartir hasta a la familia, si es que la tenía, tampoco importa. Y ahora se arrepentía. Ese nudo fantasma que le atoraba la garganta no lo dejaba pensar en nada más. Quería desatarlo y volver a respirar algo puro, nada contaminado. La traición contamina.
Era temprano y se despertó más temprano todavía. Pero no se había levantado por motus propio. Estaba soñando algo, ni él recordaba qué pero un chirrido insoportable quebró su silencio y como un timbre insoportable que no deja de sonar, logró su cometido, abrir sus puertas y despertarlo. Miró su teléfono celular. Tres llamadas perdidas de ella.
- No pienso contestarlas, dijo.
Necesitaba pensar y mucho. Quería reflexionar y estar un innecesario rato más consigo mismo.
Ni siquiera desayunó y cuando quiso darse cuenta ya estaba en su cubículo suicida del trabajo. Suicida porque es como estar muerto, en un infierno detestable e inundado de responsabilidades y superiores. A él le gustaba la anarquía, pero el sistema no le dejaba. Quizás por eso la había engañado, no soportaba las normas ni el congelamiento de las posibilidades del futuro, el ya saber cómo hay que actuar ante determinadas situaciones, no era para él, no. ¿Se estaba justificando? Nadie sabe. Había tratado con tantos abogados en su vida que si le decían hoy que no trate de “justificar lo injustificable”, se echaría a las carcajadas descostillantes. Todo era justificable. Podría excusar hasta a un asesino serial. Crimen pasional, defensa propia, o simplemente locura desatada de la nada. Fácil, como todo.
Miró el reloj, las 12 del mediodía. Se alegró de haber estado toda la mañana fingiendo estar trabajando mientras se torturaba con la mente. A penas cruzó la puerta del edificio de oficinas con el rumbo fijado hacia el bar donde siempre almorzaba, sonó ese insufrible tono del teléfono móvil. Su saludo fue esperanzado como siempre, cada vez que atendía el teléfono trataba de esperar algo nuevo. Alguna de esas curvas de la vida que no sabía a dónde lo llevarían.
-Pensé que nunca te iba a ver de nuevo, voz femenina.
-Perdón que me fui tan rápido pero estaba apurado, hoy entré muy temprano a trabajar.
-Algo te pasaba, me di cuenta.
-Estoy un poco en la mía nada más, estoy pensativo.
-Bueno cuando quieras nos podemos ver.
-Dale yo te llamo. No te preocupes, confiá en mí.
-Chau.
No devolvió el saludo y cortó. Sabía que tenía que enfrentarla en algún momento, no podía tardar mucho, sino sería demasiado evidente. Quería hacer las cosas bien y dar la cara ante la tormenta.
Así fue siempre. Nunca tuvo ningún problema serio en su vida y por esa razón llegaba a mirar montañas en migajas. Creaba estados de ánimo de la nada. Tenía la habilidad de ponerse triste y deprimido al golpearse el pie con un mueble, diría que iba a ser un mal día y se comenzaba a preguntar cuándo había tenido un buen día, propiamente dicho. Tampoco nunca se arriesgaba. El sólo existir la posibilidad de fallar lo hacía no apostar nada. Sentía que había desperdiciado mucho tiempo de su juventud en la que –según él- podría haberse acostado con decenas de chicas. Ya ahora estaba en un subsuelo anímico, para qué haber cometido tan bestial error. Para qué haberse arriesgado tanto. Sabía que le faltaba arriesgar un poco más, pero no tanto. No tan estúpidamente.
- Pasame la sal porfa, dijo su hermano. Cena familiar de los domingos. Las disfrutaba. Su hermano –mayor- mantenía un monólogo expresivo y carismático. Se notaba a la legua su quién sabe si merecida felicidad. Era 4 años más grande que él y siempre se había creído más exitoso, o quizás más responsable.
- ¿Qué te pasa hermanito menor, porqué tan callado?
- Nada, nada. Estoy medio estresado por el laburo.
- Relajate, si total no te exigen tanto.
Se quedó callado, como siempre. Nunca le gustó confrontar. Se engañaba diciéndose que mientras él supiese la verdad de las cosas, mientras supiese cómo eran las cosas en realidad, no le molestaba lo que pensara el otro. Pero no era así, sí le molestaba pero no quería enfrentársele ni a él ni a nadie, ni a ella. Era arriesgarse a que se enojen con él, a quedar mal, aunque el tuviese razón.
La cena había terminado, los temas que se habían tocado eran los de siempre más alguna discusión política sobre la corrupción incesante de los gobernantes y algo de cine. Cuando terminó los últimos restos de comida que le quedaban en el plato, decidió ir a fumar un cigarrillo a la cocina. Fumar sólo le gustaba. Lo dejaba pensar tranquilo, evidentemente también le gustaba pensar.
- ¿Qué te pasa?, le preguntó su hermano mientras entraba a lavar los platos. Se le estaba por acabar el cigarrillo y ya se había anudado bastante en sus inexistentes problemas como para seguir lidiando consigo mismo. Decidió probar.
- ¿Cómo haces para ser tan feliz?, preguntó.
- Qué pregunta. Yo te conozco hace mucho tiempo y sé que te pones mal por boludeces. ¿Pero tanto como para preguntarme alguna fórmula de felicidad? No es tan fácil pero podrías empezar por dejar de excusarte con vos mismo en todo lo que haces. Dejá de buscarte explicaciones para cada movimiento en tu vida. Igual hay cosas que no tienen explicación, y menos los estados mentales. Es como buscarle una explicación de porqué te gusta tal o cual chica. No se puede saber eso. El cuerpo tiene razones para darte felicidad y tristeza que nunca vas a entender, y mejor no gastarse en tratar, porque terminas como vos, envuelto en una maraña de cuerdas que no tiene ni un solo cabo.
Tiene razón.
Ahora estaba confiado. Se veía al espejo y sonreía. Posaba. Es que era así de fácil para él cambiar de mentalidad. El intercambio con el hermano le había servido para darse cuenta que las cosas eran, o deberían ser más simples de lo que él las hacía. Había pasado con ella muchas cosas. La había conocido en un bar, en una salida con los amigos. Le había volcado el trago y le compró otro. Mientras se acordaba de esa imagen de los dos tomando del mismo vaso al lado de una ventana empañada por el invierno rió. Le encantaba su sonrisa, ahora la valoraba, pero se había olvidado de ella en esa noche fatídica. Después recordó cuando tocó esos labios por primera vez, se hubiese quedado a vivir ahí si no era porque se tenía que bajar del colectivo para llegar a su casa en ese mismo día en que la había visto por primera vez. Decidió no bajarse. El colectivo para él era algo especial, lleno de cosas mágicas, como ella. Era, para él, un marco increíble. Se quedó ahí y ella lo invitó a subir a su departamento. El final no era cantado. Tomaron unos cafés juntos y charlaron toda la noche, nada más. El beso no se repitió aquella vez pero sí en muchas otras ocasiones. Sentía que cada parte del cuerpo que era besada por ella volvía a nacer. Así, había renacido de las cenizas de su propia cabeza. Toda su persona era otra, y era feliz. Pero por alguna razón de la rutina y la convivencia ambas partes del sueño fueron desgastándose y a tenerse menos en cuenta. Recordó todo esto quién sabe porqué, supuso que el cuerpo a veces mandaba señales. Que ni su cuerpo y su mente entendían porqué estaba cometiendo tantos errores y decidieron darle una ayuda. Según su hermano hay cosas que le pasan a la gente que no tienen razón de ser y son producto del alma, pero esta vez el cuerpo le estaba dando una pista de lo que debía hacer. Ya ni él ni él mismo, esas dos personas que convivirían hasta su muerte sabían lo que le estaba sucediendo, pero había tomado una decisión.
- No te quiero ver más, me arruinás.
- ¿Eh?
- Lo que escuchaste, salí de mi vida, el tiempo que pasamos juntos no significa nada.
- ¿Me estás jodiendo?
- No, pensé mucho en lo que pasó hasta hoy y no te quiero más en mi.
Había citado a ella, la que lo había llamado mientras dormía y le había dejado 3 llamadas perdidas que no pensaba contestar. Esa con la que había hablado esa vez mientras salía a almorzar y que había despachado tan rápidamente.
Esa con la que había engañado a la verdadera ella. Esa que él realmente quería y por la que se había dado cuenta, daría todo para seguir amando. Para seguir viajando con ella su vida y cruzarla con la suya.
- Al fin te veo, ¿qué te estuvo pasando?, preguntó la verdadera ella.
- Me pasó que te amo. Te amo y me costó entenderlo.
- Yo también, pero me es fácil entenerlo.
Ella no era como él, no buscó explicaciones.
- ¿Y porqué estas tan feliz?, le preguntó a él.
- Hay cosas que no tienen explicación.
FIN
martes, 30 de diciembre de 2008
viernes, 26 de diciembre de 2008
Nada Nuevo
Que no suene cursi si tengo una razón más para vivir que no es respirar.
Si es la primera vez que peleo por algo que quiero. Si es la primera vez que nunca pensé nada e hice todo. Que no sea la última vez que muera en el intento. Que no sea raro si me dicen “jugatelá” y por inauguración de actitud lo hago.
Que no parezca loco si reconstruyo mis pasos y no me arrepiento. Que no se sorprenda el mundo si no me avergüenzo de mi mismo nunca más.
Basta de hablar de mí.
Que sea por primera vez que peleemos todos por lo mismo. Que no sea cursi que nos veamos las caras y seamos todos iguales. Y que no parezca nuevo saber que lo somos y que tanto se refritó la frase que ha perdido el sentido. Que en un tiempo, indefinido, suene repetido y obvio que el mundo “vive en paz”. Que el planeta no deje de dar vueltas sólo al ver que se ha trabajado y luchado para arreglar el daño que tantas veces se ha dicho que hemos realizado.
Que no me suene mentiroso verte cambiar de la nada y seguir con migo este sueño que dejará qué hablar. No vayas a creer inusual verme junto a vos en ese futuro que dejaste de planear hace tanto tiempo atrás. No te sorprendas al ver tus esperanzas renovadas cuando sientas que no estás más sola. No veas con incredulidad aquel escenario que tanto soñaste cumplido cuando yo cruce aquella puerta que separa tu vida de la mía.
No pienso descreer de la posibilidad del cambio en esto a lo que yo llamo vida. Dejar de pensar que no hay sentido hoy va a dejar de ser una norma, y lo voy a creer. No voy a pensar que mentís cuando me digas ya que no hay nada a qué temerle. Que no suene extraño cuando me digan que he cambiado para mejor y que lo que era antes es lo que soy hoy, pero con esperanzas. Voy a confiar en el dicho que dirá que por una vez en el tiempo que llevo acá logré hacer algo que me propuse, y que el mundo debería sorprenderse porque uno sólo logró lo que miles de millones no pueden alcanzar.
Si es la primera vez que peleo por algo que quiero. Si es la primera vez que nunca pensé nada e hice todo. Que no sea la última vez que muera en el intento. Que no sea raro si me dicen “jugatelá” y por inauguración de actitud lo hago.
Que no parezca loco si reconstruyo mis pasos y no me arrepiento. Que no se sorprenda el mundo si no me avergüenzo de mi mismo nunca más.
Basta de hablar de mí.
Que sea por primera vez que peleemos todos por lo mismo. Que no sea cursi que nos veamos las caras y seamos todos iguales. Y que no parezca nuevo saber que lo somos y que tanto se refritó la frase que ha perdido el sentido. Que en un tiempo, indefinido, suene repetido y obvio que el mundo “vive en paz”. Que el planeta no deje de dar vueltas sólo al ver que se ha trabajado y luchado para arreglar el daño que tantas veces se ha dicho que hemos realizado.
Que no me suene mentiroso verte cambiar de la nada y seguir con migo este sueño que dejará qué hablar. No vayas a creer inusual verme junto a vos en ese futuro que dejaste de planear hace tanto tiempo atrás. No te sorprendas al ver tus esperanzas renovadas cuando sientas que no estás más sola. No veas con incredulidad aquel escenario que tanto soñaste cumplido cuando yo cruce aquella puerta que separa tu vida de la mía.
No pienso descreer de la posibilidad del cambio en esto a lo que yo llamo vida. Dejar de pensar que no hay sentido hoy va a dejar de ser una norma, y lo voy a creer. No voy a pensar que mentís cuando me digas ya que no hay nada a qué temerle. Que no suene extraño cuando me digan que he cambiado para mejor y que lo que era antes es lo que soy hoy, pero con esperanzas. Voy a confiar en el dicho que dirá que por una vez en el tiempo que llevo acá logré hacer algo que me propuse, y que el mundo debería sorprenderse porque uno sólo logró lo que miles de millones no pueden alcanzar.
lunes, 22 de diciembre de 2008
Diez minutos y me bajo
Ocho, diez minutos a más tardar y me bajo. Tengo que estar y media ahí para el asado, son menos veinte. Y las chicas, también van a estar ahí, un poco de palabras por acá, un toque de pasarela cuando voy a buscar otra botella de cerveza y alguna tiene que caer. ¿No?
Diez minutos y me bajo. No me acuerdo ni qué línea es. Sé que me deja a donde quiero ir y eso es todo lo que me importa. Las chicas van a estar, que bien. Fabi hace el asado, que bien que le sale, igual siempre le pido la puntita del vacío, esa parte concentra mucho sabor. Tiene más corteza además, a mí me gusta así, llámenme loco.
Para qué habrán inventado esto del monedero eléctrico en los colectivos, es como meter la plata en una boca que se come todo. Es para vagos. ¿Tanto le cuesta a la gente ponerlas en una ranura? Así estamos. Si estamos así, es por gente como esa que no quiere hacer el bendito esfuerzo de poner la moneda perpendicular al piso y entre dos paredes que tienen menos de medio centímetro de espacio entre ellas. Así estamos.
Bueno por lo menos ya pagué el boleto. Es la parte complicada. Hay que acordarse de pagarlo. Recuerdo cuando me olvidé de decirle al chofer el valor de mi boleto y fue como olvidarme de respirar. Me sentí un descolgado social, ¿Cómo te vas a olvidar de cantarle al chofer hasta dónde vas? Que horror. Colorado estaba.
¿Qué hago? ¿Levanto la mirada? ¿Y si no hay asientos libres? Que desgracia. Tengo que juntar coraje para animarme a realizar esa inspección. Pero si directamente ni me fijo y me paro cerca de la puerta me ahorro la amargura de saber que no tengo donde sentarme y que para peor, quiero hacerlo. Si me hago el que no quiero hacerlo, no me angustio, y por alguna de esas casualidades del karma, quizás la persona cercana a mí se levante y yo sea el privilegiado que tiene la decisión de tomar el asiento o dejarlo. Que poder, casi providencial. Tengo que tomar riesgos en la vida no puede ser que siempre tenga miedo de hacer las cosas que quiero, me voy a fijar si hay asiento, estoy convencido de que voy a tener, y si no tengo, no me voy a enojar. Estoy listo. Ahí voy.
No hay, que desgracia. Igualmente, no he usado todavía el último recurso de todo vago como yo. No ataqué la presa fácil. Si no me equivoco, detrás de mí, casi a la altura de la máquina de boletos que acabo de pasar, debería haber dos asientos libres, reservados especialmente para gente discapacitada, embarazada o lesionada. Y ahí están, solos como rama en invierno. No hay nada más tentador en la vida que esos dos asientos. Puedo tomar uno y viajar estos 5 minutos que restan tranquilo y descansado. Pero, ¿y sí se sube una vieja? ¿Y si se sube una pareja de viejos? No estoy en condiciones mentales para sentarme, asimilarme a la comodidad y resignarla tan rápidamente. Pero quizás ni suben y pierdo la oportunidad única e irrepetible de sentarme. ¡Sentarse! Qué situación tan bien ponderada. En los viajes de sardinas, los de colectivos repletos hasta el punto de sentir la transpiración en carne propia del ser humano que tenés al lado y con la que compartís el mismo medio metro cuadrado, en esos viajes, la posición del sentado es la más envidiada. Al ver a alguien sentado apreciando como el resto que no lo está mira con ojos de envidia y agresión penetrante el ser que yace apoyado sobre su parte trasera en esa superficie acolchonada y suave, al ver esa situación, se puede muy fácilmente tener ganas de suicidarse. Sí, tanto. El viaje en colectivo es más dramático de lo que aparenta.
Igualmente, prefiero no sentarme a sentarme en esos asientos colocados al revés, mirando para el fondo de colectivo, es un misterio del universo para mí encontrar la razón de ser de aquellos solitarios que van contra la corriente de toda existencia colectiva. Para peor, en los días de calor pueden ser infernales ya que, aunque se abra la ventana que los acompañan, el viento siempre irá para el fondo del cuadrado móvil llamado colectivo por una simple razón física. Por lo tanto uno puede estar pegado al aire de la ventanilla pero el fresco nunca llegará, que situación increíble.
Bueno no me siento. Me quedan unos 4 minutos, o tres y medio como mucho y no voy a seguir llorando por un puto asiento. Me quedo parado y listo. Mejor así, puedo ver los escotes de las mujeres que estén sentadas. Es uno de los deportes preferidos del hombre en el transporte público. Aprovecharse de los ángulos de visión que regala el viaje a tal punto de moverse por todo el perímetro vehicular para poder ver algún que otro espectáculo de piel. De vez en cuando se ve “medio algo” o “casi algo”, es muy apasionante y atrapante, de lo mejor que tiene el colectivo, para el hombre por lo menos.
Che que linda chica la del fondo, la del asiento del medio de la hilera final. La del asiento ese tan expuesto, el que nadie quiere. Me está mirando. ¿Será una mirada casual o es apropósito? ¿Qué estará mirando en mí? Mejor me pongo en una pose más provocativa. Con el pie apoyado en la pared y con otra mano agarrando la manija colgante del techo para no caerme. Soy irresistible. No entiendo como es que solo ella me esta mirando, deberían estar todas pidiéndome el teléfono. Soy un adonis. Un dios del amor, Eros.
Ahora sí, faltan un par de paradas. También se empezaron a liberar asientos. Me voy a sentar un rato, total, no soy un criminal por eso. Ahhh, que placer el de doblar las piernas y recostarme sobre el respaldo de este pequeño y monótono asiento. Hay un bebé en la fila de al lado mío que está llorando hace como 2 minutos. Interminables dos minutos. Matenló. Y para colmo tengo a alguien parado al lado mío sosteniendo su insoportable cuerpo agarrándose de la manija de mi asiento, pero por encima de todas las cosas, tirándome del pelo. Siempre pasa eso, o tirás o te tiran del pelo cuando se usa la manivela esa de los asientos. Está mal diseñada, quién habrá sido el bobo. O la gente usa el pelo muy largo. En la época de la colimba todos tenían el pelo rapado, ¿En qué estoy pensando?
Ya me tengo que bajar pero la chica del fondo me sigue mirando. ¿Estaré perdiendo una oportunidad única de amor si no le hablo? Ya me levanté y un gordo se sentó en mi lugar. El que estaba del lado de la ventana en este momento está extrañando mi delgada figura. Y sexy.
¿Por dónde me bajo? ¿Por la puerta del medio o por la del fondo? Quizás debería bajar por la de adelante, pidiéndole permiso al chofer. Para qué tantas puertas. Después hay tan pocas salidas. Total terminás eligiendo una sola. ¿Por cual me bajo, por la del fondo o por la del medio?
¿Y si no me bajo?
Diez minutos y me bajo. No me acuerdo ni qué línea es. Sé que me deja a donde quiero ir y eso es todo lo que me importa. Las chicas van a estar, que bien. Fabi hace el asado, que bien que le sale, igual siempre le pido la puntita del vacío, esa parte concentra mucho sabor. Tiene más corteza además, a mí me gusta así, llámenme loco.
Para qué habrán inventado esto del monedero eléctrico en los colectivos, es como meter la plata en una boca que se come todo. Es para vagos. ¿Tanto le cuesta a la gente ponerlas en una ranura? Así estamos. Si estamos así, es por gente como esa que no quiere hacer el bendito esfuerzo de poner la moneda perpendicular al piso y entre dos paredes que tienen menos de medio centímetro de espacio entre ellas. Así estamos.
Bueno por lo menos ya pagué el boleto. Es la parte complicada. Hay que acordarse de pagarlo. Recuerdo cuando me olvidé de decirle al chofer el valor de mi boleto y fue como olvidarme de respirar. Me sentí un descolgado social, ¿Cómo te vas a olvidar de cantarle al chofer hasta dónde vas? Que horror. Colorado estaba.
¿Qué hago? ¿Levanto la mirada? ¿Y si no hay asientos libres? Que desgracia. Tengo que juntar coraje para animarme a realizar esa inspección. Pero si directamente ni me fijo y me paro cerca de la puerta me ahorro la amargura de saber que no tengo donde sentarme y que para peor, quiero hacerlo. Si me hago el que no quiero hacerlo, no me angustio, y por alguna de esas casualidades del karma, quizás la persona cercana a mí se levante y yo sea el privilegiado que tiene la decisión de tomar el asiento o dejarlo. Que poder, casi providencial. Tengo que tomar riesgos en la vida no puede ser que siempre tenga miedo de hacer las cosas que quiero, me voy a fijar si hay asiento, estoy convencido de que voy a tener, y si no tengo, no me voy a enojar. Estoy listo. Ahí voy.
No hay, que desgracia. Igualmente, no he usado todavía el último recurso de todo vago como yo. No ataqué la presa fácil. Si no me equivoco, detrás de mí, casi a la altura de la máquina de boletos que acabo de pasar, debería haber dos asientos libres, reservados especialmente para gente discapacitada, embarazada o lesionada. Y ahí están, solos como rama en invierno. No hay nada más tentador en la vida que esos dos asientos. Puedo tomar uno y viajar estos 5 minutos que restan tranquilo y descansado. Pero, ¿y sí se sube una vieja? ¿Y si se sube una pareja de viejos? No estoy en condiciones mentales para sentarme, asimilarme a la comodidad y resignarla tan rápidamente. Pero quizás ni suben y pierdo la oportunidad única e irrepetible de sentarme. ¡Sentarse! Qué situación tan bien ponderada. En los viajes de sardinas, los de colectivos repletos hasta el punto de sentir la transpiración en carne propia del ser humano que tenés al lado y con la que compartís el mismo medio metro cuadrado, en esos viajes, la posición del sentado es la más envidiada. Al ver a alguien sentado apreciando como el resto que no lo está mira con ojos de envidia y agresión penetrante el ser que yace apoyado sobre su parte trasera en esa superficie acolchonada y suave, al ver esa situación, se puede muy fácilmente tener ganas de suicidarse. Sí, tanto. El viaje en colectivo es más dramático de lo que aparenta.
Igualmente, prefiero no sentarme a sentarme en esos asientos colocados al revés, mirando para el fondo de colectivo, es un misterio del universo para mí encontrar la razón de ser de aquellos solitarios que van contra la corriente de toda existencia colectiva. Para peor, en los días de calor pueden ser infernales ya que, aunque se abra la ventana que los acompañan, el viento siempre irá para el fondo del cuadrado móvil llamado colectivo por una simple razón física. Por lo tanto uno puede estar pegado al aire de la ventanilla pero el fresco nunca llegará, que situación increíble.
Bueno no me siento. Me quedan unos 4 minutos, o tres y medio como mucho y no voy a seguir llorando por un puto asiento. Me quedo parado y listo. Mejor así, puedo ver los escotes de las mujeres que estén sentadas. Es uno de los deportes preferidos del hombre en el transporte público. Aprovecharse de los ángulos de visión que regala el viaje a tal punto de moverse por todo el perímetro vehicular para poder ver algún que otro espectáculo de piel. De vez en cuando se ve “medio algo” o “casi algo”, es muy apasionante y atrapante, de lo mejor que tiene el colectivo, para el hombre por lo menos.
Che que linda chica la del fondo, la del asiento del medio de la hilera final. La del asiento ese tan expuesto, el que nadie quiere. Me está mirando. ¿Será una mirada casual o es apropósito? ¿Qué estará mirando en mí? Mejor me pongo en una pose más provocativa. Con el pie apoyado en la pared y con otra mano agarrando la manija colgante del techo para no caerme. Soy irresistible. No entiendo como es que solo ella me esta mirando, deberían estar todas pidiéndome el teléfono. Soy un adonis. Un dios del amor, Eros.
Ahora sí, faltan un par de paradas. También se empezaron a liberar asientos. Me voy a sentar un rato, total, no soy un criminal por eso. Ahhh, que placer el de doblar las piernas y recostarme sobre el respaldo de este pequeño y monótono asiento. Hay un bebé en la fila de al lado mío que está llorando hace como 2 minutos. Interminables dos minutos. Matenló. Y para colmo tengo a alguien parado al lado mío sosteniendo su insoportable cuerpo agarrándose de la manija de mi asiento, pero por encima de todas las cosas, tirándome del pelo. Siempre pasa eso, o tirás o te tiran del pelo cuando se usa la manivela esa de los asientos. Está mal diseñada, quién habrá sido el bobo. O la gente usa el pelo muy largo. En la época de la colimba todos tenían el pelo rapado, ¿En qué estoy pensando?
Ya me tengo que bajar pero la chica del fondo me sigue mirando. ¿Estaré perdiendo una oportunidad única de amor si no le hablo? Ya me levanté y un gordo se sentó en mi lugar. El que estaba del lado de la ventana en este momento está extrañando mi delgada figura. Y sexy.
¿Por dónde me bajo? ¿Por la puerta del medio o por la del fondo? Quizás debería bajar por la de adelante, pidiéndole permiso al chofer. Para qué tantas puertas. Después hay tan pocas salidas. Total terminás eligiendo una sola. ¿Por cual me bajo, por la del fondo o por la del medio?
¿Y si no me bajo?
jueves, 18 de diciembre de 2008
Onírico
Me vi casi como parapetado en ese antro. Éramos varios y a los que recuerdo los conocía. No entendía bien porqué pero estaba en un estado de pánico tan inexplicable y sin precedentes como los que se sienten sólo en situaciones oníricas, un mal sueño.
Era horrible. Pero nadie parecía entrar en razón. Nadie aparentaba ni siquiera acercarse a lo que yo veía. Por las ventanas del frente del lugar se podía entender perfectamente el terror. Afuera algunos no querían salvarse, otros no llegaban. Se me anudó la garganta. El cielo crecía a cada segundo más y más dentro de su tonalidad gris. Gris profundo, eran nubes del infierno. No puedo calcular cuánto tiempo estuve ahí, pero sé que cada instante era una línea entre el suicidio, la desesperanza y un deseo, que se acabara todo.
A cada rato, mientras daba vueltas por el bar buscando una solución para esa inexplicable situación, me preguntaba cómo había llegado hasta ahí, con toda esa gente que no dejaba de parecerme familiar. De repente encontraba a alguna chica que me gustaba de la infancia o del presente, algún familiar o algún amigo. Afuera, desconocidos.
-Se dejan morir, dijo alguien. Un par nos quedamos mirando lo que pasaba del otro lado de la pared de vidrio. Uno que otro depresivo o de alguna secta rara, pero se dejaban matar por lo que había afuera. No terminaba de definir si era un desastre natural, alguna tormenta perfecta o simplemente un acto de algún dios o demonio en el que nunca creí. Miraban al cielo y esperaban que llegue su parte de todo esto. ¿Creían que lo merecían?
Nos sentíamos seguros detrás de ese vidrio que separaba los dominios de ese local de la noche, de la calle. No creíamos ser parte de todo eso. No lo queríamos creer. Pero a veces no basta con solo no querer para que algo no pase. Sólo con lo que uno realmente anhela, si uno en el fondo deja de querer que se realice, eso definitivamente nunca va a ocurrir.
Cada tanto chocaban contra nuestro vidrio los restos de alguien. Eran restos porque la tormenta los había agarrado. La tormenta destruía a la gente. Rayos golpeaban por todos lados. Era eso. Descargas interminables de electricidad se azotaban contra la tierra, contra el asfalto de los autos, que ya estaban todos abandonados. Indefectiblemente la las personas se veían en una batalla en la que no podían defenderse ni atacar. Solo correr.
-Esto es de locos, ¿qué vamos a hacer?, pregunté, pero nadie respondió. Ya nadie hablaba de lo que pasaba allá afuera, hablaban de otras cosas, y me sentí, una vez más, solo. Rodeado de gente conocida, pero solo. Me volví a repetir, “¿Porqué a mí?” Me había hecho esa pregunta ya varias veces mientras caminaba desesperado de punta a punta del salón. Afuera la gente seguía muriendo.
-¿Cuándo me va a tocar a mí?, no sabía si quería que sea lo antes posible o retrasarlo indeterminadamente, no darme cuenta al morir, morir súbitamente por el deseo de algo que no sabía qué era.
Parecía inevitable. Teníamos que morir también nosotros. Seríamos aniquilados.
De repente, nuestra muralla invencible de vidrio fue despedazada. Rota en pequeños trozos, como nuestras ganas de vivir. La chica, mi chica, o por lo menos la chica que me hubiese gustado que sea mía, parecía decidida a algo, miraba sin preocupación, pero con determinación, el portal hacia la muerte, el marco de la ventana que recorría toda la pared frontal menos la puerta que hacía mucho tiempo también había sido derribada.
-¿Qué pensás hacer?, le pregunté.
-¡Salir!, ¿qué más? Increíblemente me había respondido. Decidí no preguntar más, no tendría sentido, no mostraba ningún signo de posibilidad de cambio en sus intenciones. Nadie más volteó para ver la locura que estaba a punto de hacer esa chica que tan loco me volvía.
-En algún momento va a haber que salir, me dije sin ganas, como entendiendo algo que nunca quise saber. Decidí seguirla.
Al mismo tiempo los dos, pasamos, elevando un pie a la vez, el marco de la envolvente y ahora inexistente ventana. Lo que sigue es increíble. Las nubes comenzaron a moverse y a tornarse de diferentes colores de la escala de grises, de la misma forma que se ve un cielo nublado cuando es filmado por varias horas, hasta días, al ser rebobinado o adelantado. El monstruo, si acaso existía, nos temía, o por lo menos se replegaba, si eso algo significaba. Algunos rayos caían cerca nuestro, pero me contagié de la falta de temor de mi compañera y seguimos contemplando la desaparición de nuestros temores.
¿Ves?, Ahí está, me explicó ella.
No dije nada, no hizo falta, no había dicho nada durante el terror, porqué iba a decir algo en la paz, mejor no arruinarla. Miré bien y me imaginé un nuevo nacer del mundo. Un perdón. Nos estaban excusando de los errores que veníamos cometiendo, ellos, o él, o eso que es la naturaleza que convive con nosotros y la ignoramos. La ignorancia es la peor ofensiva social. Entendimos que era una sociedad. Vivimos todos dentro de ella, hasta eso. Eso podía ser el destino o podía ser una providencia, nos pusieron en claro que había algo, y había que respetarlo.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Sabelotodo
Más que nada lo que más iba a odiar era esa manera de ver la vida con la que todos se manejaban. Todo era sabido, todo era predecible, nadie dudaba de nada; muy simple.
Nadie amaba, pues todos sabían que en dos, cinco o diez años esa pasión se extinguiría. Apenas pensaba todo esto y mentalizaba una reflexión de cómo seguir con aquella farsa, lo iría a ver su mejor amigo, que conocería en unos meses, y entró por la puerta de su casa que había comprado cuando la realidad era mas normal, natural, más viva.
- ¿Cómo te irá hoy?, preguntó, pero él ya sabía que eso ocurriría, por eso antes que pudiese terminar de exhalar el aire, respondió. – Me van a despedir, voy a perder el control en una presentación con unos inversores y mi jefe me echará.
Luego de tener esa conversación tan trivial como todo lo que experimentaba, Vin, se fue directamente a su trabajo, donde ya había descrito lo que pasaría, no podía soportar que la gente lidiara con ese conocimiento eterno del futuro, ese control que descontrolaba las ideas, destruía los sueños. Tengo que salir de esto, pensó.
En el rutinario camino que recorría todos los días, pasando la plaza, llegando a la parada del colectivo, viendo la sombra de aquella señora que no estaba más tirada en esa esquina pidiendo monedas porque era de su conocimiento que así no llegaría a nada y terminó suicidándose, supo que su transporte no llegaría hasta dentro de quince minutos, entonces decidió sentarse en el escalón de un edificio a esperar.
Pensar en ese presente era horroroso, era una tormenta de nuevos futuros, era ver como seguiría la propia vida. Era perder las esperanzas de algo nuevo. La pena de vivir, eso era. Pensar, algo que en un pasado lejano era placentero, algo que muchos valoraban, hoy, era un dolor y una angustia.
Mientras miraba el piso, supo que tendría que levantar la cabeza en cinco segundos, su colectivo llegaría y tendría que subirse para ir a hacer el ridículo y ser despedido. Se subió y se sentó en el último asiento que sabía que estaría desocupado.
El sueño lo dominaba, la noche anterior no había podido dormir, es que cada vez que lo intentaba, esas imágenes de su despido lo dominaban, consecuentemente se había dedicado a llorar. Lloraba quejándose de esa realidad que lo tenía atrapado. También se angustiaba de no entender cómo era que la vida seguía, cómo la humanidad lograba subsistir sin ningún dejo de naturaleza en ella. Se durmió.
De pronto se despertó en la última parada, en su destino. Pero no lo sabía. No lograba descifrar el la fórmula que resultaba en no saber que tenía que levantarse antes para no pasarse de esa calle que tantas veces había visto.
- No lo creo, pensó.
Se bajó del colectivo sin saber cuanta gente lo acompañaría en la acción ni cuanta gente rellenaría el mismo. Cruzó la calle sin saber cuántos autos pararían en ese semáforo ni de qué colores eran. Una alegría llenó su cuerpo y su mente, un alivio, ¡Todas esas respuestas se habían ido!
Era como perder un billete de cien y luego encontrarlo en un bolsillo, era un alivio eterno, reconstructor. Cerró los ojos, oscuridad, nada. No había más futuros conocidos ni avisos indeseados, no supo más que iba a pasar.
Comenzó a caminar, no sabía a dónde ir, no reconocía los caminos, pero eso le encantaba. ¿Estaba delirando?, No, era demasiado real, era su vida pero esta vez, la estaba viviendo, nada ni nadie le estaba contando los pasos y aconsejándole que decir basado en las respuestas que tendría.
Mientras disfrutaba de su nueva, en realidad antigua sensación, se cruzó con una hermosa mujer, no sabía que eso iba a pasar, generalmente se enteraba dos cuadras antes del encuentro y sabía exactamente cómo seducirla para tener sexo con ella, pero esta vez estaba perdido.
- ¿A dónde vas?, preguntó Vin.
- No se, respondió.
Entonces él no era el único beneficiado, parecía que todos habían disfrutado el mismo cambio que él. ¡No sabía a donde iba!, ¡Que increíble!, ¡Que gran respuesta! Siguieron caminado juntos, hablando, sin saber que les tenía preparado la vida, ella, la vida, había dejado de mandarles sus planes.
De pronto, como ya no sabía que obstáculos había en su camino hacia ningún lugar, se golpeó la cabeza con un cartel, calló, durmió nuevamente.
Se levantó en el colectivo.
- Sé que estás bien, levantate, dijo un hombre.
- Si, ya se, tengo un moretón en la cabeza nada más, mañana me lo dirá el doctor, respondió Vin.
Se dio cuenta que si no se levantaba en dos segundos perdería la parada para llegar a su trabajo y ser despedido.
No pudo escapar de la realidad, de la mentira.
Nadie amaba, pues todos sabían que en dos, cinco o diez años esa pasión se extinguiría. Apenas pensaba todo esto y mentalizaba una reflexión de cómo seguir con aquella farsa, lo iría a ver su mejor amigo, que conocería en unos meses, y entró por la puerta de su casa que había comprado cuando la realidad era mas normal, natural, más viva.
- ¿Cómo te irá hoy?, preguntó, pero él ya sabía que eso ocurriría, por eso antes que pudiese terminar de exhalar el aire, respondió. – Me van a despedir, voy a perder el control en una presentación con unos inversores y mi jefe me echará.
Luego de tener esa conversación tan trivial como todo lo que experimentaba, Vin, se fue directamente a su trabajo, donde ya había descrito lo que pasaría, no podía soportar que la gente lidiara con ese conocimiento eterno del futuro, ese control que descontrolaba las ideas, destruía los sueños. Tengo que salir de esto, pensó.
En el rutinario camino que recorría todos los días, pasando la plaza, llegando a la parada del colectivo, viendo la sombra de aquella señora que no estaba más tirada en esa esquina pidiendo monedas porque era de su conocimiento que así no llegaría a nada y terminó suicidándose, supo que su transporte no llegaría hasta dentro de quince minutos, entonces decidió sentarse en el escalón de un edificio a esperar.
Pensar en ese presente era horroroso, era una tormenta de nuevos futuros, era ver como seguiría la propia vida. Era perder las esperanzas de algo nuevo. La pena de vivir, eso era. Pensar, algo que en un pasado lejano era placentero, algo que muchos valoraban, hoy, era un dolor y una angustia.
Mientras miraba el piso, supo que tendría que levantar la cabeza en cinco segundos, su colectivo llegaría y tendría que subirse para ir a hacer el ridículo y ser despedido. Se subió y se sentó en el último asiento que sabía que estaría desocupado.
El sueño lo dominaba, la noche anterior no había podido dormir, es que cada vez que lo intentaba, esas imágenes de su despido lo dominaban, consecuentemente se había dedicado a llorar. Lloraba quejándose de esa realidad que lo tenía atrapado. También se angustiaba de no entender cómo era que la vida seguía, cómo la humanidad lograba subsistir sin ningún dejo de naturaleza en ella. Se durmió.
De pronto se despertó en la última parada, en su destino. Pero no lo sabía. No lograba descifrar el la fórmula que resultaba en no saber que tenía que levantarse antes para no pasarse de esa calle que tantas veces había visto.
- No lo creo, pensó.
Se bajó del colectivo sin saber cuanta gente lo acompañaría en la acción ni cuanta gente rellenaría el mismo. Cruzó la calle sin saber cuántos autos pararían en ese semáforo ni de qué colores eran. Una alegría llenó su cuerpo y su mente, un alivio, ¡Todas esas respuestas se habían ido!
Era como perder un billete de cien y luego encontrarlo en un bolsillo, era un alivio eterno, reconstructor. Cerró los ojos, oscuridad, nada. No había más futuros conocidos ni avisos indeseados, no supo más que iba a pasar.
Comenzó a caminar, no sabía a dónde ir, no reconocía los caminos, pero eso le encantaba. ¿Estaba delirando?, No, era demasiado real, era su vida pero esta vez, la estaba viviendo, nada ni nadie le estaba contando los pasos y aconsejándole que decir basado en las respuestas que tendría.
Mientras disfrutaba de su nueva, en realidad antigua sensación, se cruzó con una hermosa mujer, no sabía que eso iba a pasar, generalmente se enteraba dos cuadras antes del encuentro y sabía exactamente cómo seducirla para tener sexo con ella, pero esta vez estaba perdido.
- ¿A dónde vas?, preguntó Vin.
- No se, respondió.
Entonces él no era el único beneficiado, parecía que todos habían disfrutado el mismo cambio que él. ¡No sabía a donde iba!, ¡Que increíble!, ¡Que gran respuesta! Siguieron caminado juntos, hablando, sin saber que les tenía preparado la vida, ella, la vida, había dejado de mandarles sus planes.
De pronto, como ya no sabía que obstáculos había en su camino hacia ningún lugar, se golpeó la cabeza con un cartel, calló, durmió nuevamente.
Se levantó en el colectivo.
- Sé que estás bien, levantate, dijo un hombre.
- Si, ya se, tengo un moretón en la cabeza nada más, mañana me lo dirá el doctor, respondió Vin.
Se dio cuenta que si no se levantaba en dos segundos perdería la parada para llegar a su trabajo y ser despedido.
No pudo escapar de la realidad, de la mentira.
lunes, 15 de diciembre de 2008
La “Topadora” Kirchner
Al final, o al principio porque sólo va poco más de un año de gestión bajo las manos de Cristina Fernández, si se evalúa no muy rigurosamente los acontecimientos que se han dado en el poder político y el gobierno en los últimos meses, es fácil comparar a Kirchner con una topadora que se lleva por delante todo lo que se le para frente a su imponente carrocería.
Ya nadie puede contradecir la idea de que Néstor Kirchner controla por medio de sus impulsos repentinos y desmedidos los hilos del país, ya sea desde el epicentro kircherista en Santa Cruz, hasta la fortaleza impenetrable en Olivos.
El miércoles 3 de diciembre todos los diarios nacionales publicaban en sus filas la decisión implacable del gobierno de echar a su Secretaria de Ambiente y Desarrollo Sustentable de medio ambiente por el “despilfarro, la mala gestión y las torpezas ambientales” que según el oficialismo, ella habría protagonizado.
Más allá de los números que se puedan mostrar sobre el gasto del presupuesto, hecho que se repite en casi todas las aristas del poder K, Piccoloti fue el motor que impulsó la ley de protección de glaciares que días atrás la Presidenta habría vetado. Quizás por intereses empresariales, quizás por el oro que es posible encontrar o quizás porque Cristina no es una fanática del medio ambiente, lo cierto es que la Secretaria enfrentó los intereses de los altos rangos; tardó muy poco en cobrar.
El 12 de noviembre se leía en los periódicos la no clara renuncia o denuncia del que era en ese momento el Superintendente de Servicios de Salud y también recaudador de fondos de la campaña de Cristina Fernández. Éste habría salido del gobierno a partir de una pelea con la Ministra de Salud, Graciela Ocaña, kircherista, a raíz del Triple Crimen de General Rodríguez, una astilla que parece estar metiéndose cada vez más y más en el dedo de la presidenta según documentos revelados principalmente por Crítica de la Argentina. Según aquella información, la Jefa de Estado habría sido beneficiada por donaciones que Sebastián Forza había destinado a la campaña presidencial de la actual mandataria, como principal bastión de Lanata.
En declaraciones públicas, el ex superintendente había colocado a Ocaña en el lugar de la responsable de designar al supuesto narcotraficante como presidente del comité de acreedores del hospital francés.
Sumado a todo esto, Capacciolli era uno de los pocos aliados del ex Jefe de Gabinete, Alberto Fernández que permanecía en el poder. Y aquí hay un enlace. Alberto Fernández. Será por un efecto “paso al costado” o por una simple casualidad, pero la imagen del ex número dos de los Kirchner gozó de una mejoría tras haber dejado el poder en una renuncia posiblemente muy anunciada. Los K no pudieron tolerar esa situación y marginaron a Fernández del poder tras pasar un período de supuesta cooperación desde afuera.
Por la obviedad no habría que mencionarlo, pero las premisas todas sirven para probar la idea. Julio César Cleto Cobos es hoy un ermitaño de la concertación. Un radical en el poder “peronista” K, impensado. El ya fritado y refritado “voto no positivo” del vicepresidente Cobos para con el proyecto de la ley 125 en la Cámara de Senadores de la Nación logró para él la auto reclusión por su parte en su despacho legislativo. No pisa la Rosada hace meses y ni hablar de su relación con la Presidenta, su Presidenta, nulidad. Fue marginado, y hoy ignorado y ninguneado por sus compañeros de fórmula. Ha sido desplazado del poder de una manera que no tiene precedentes.
Para finalizar, la primera baja. También por las retenciones móviles hacia el campo, el tema que ha tomado más víctimas y causado más daños visibles que cualquier otro en este corto lapso Cristiniano. Además, mejor no olvidar que Martín Lousteau además de haber propuesto la 125, también tomo la ingenua decisión de confrontar al más temible y perverso de todos los integrantes de este gobierno: Guillermo Moreno. No tenía muchas chances, pero al momento de su renuncia nadie se imaginaba que sería el primero y no el último de los desplazados.
Como bonus track y a partir de una interpretación completamente relativa, se puede decir que el INDEC, el Instituto Nacional de Estadística y Censos también fue dejado de lado. Instrumento vital para la transparencia democrática en el poder, a cargo de revelar los números de la economía nacional, los precios tangibles para el pueblo, la canasta básica familiar y el dinero necesario para sobrevivir, la inflación y muchos temas más. Fue, también, “echado”. Al designar a Guillermo Moreno y a su “patota” como interventor del organismo eliminó toda transparencia, toda veracidad y toda credibilidad al instituto. Desplazó hasta a la verdad, la más increíble verdad que nadie se anima siquiera a imaginar. Esa realidad que tanto amenazaba con desmentir y refutar los dichos oficiales acerca de aquellos números que nunca rozan ni la mitad de la verdad, ni el 0.5 por ciento de ella.
Por suerte todos estos ejemplos fueron dados dentro del territorio de la República. Ahora el Presidente de la República Oriental del Uruguay, Tabaré Vázquez se opuso a que el ex Presidente Néstor Kirchner ocupe el lugar del secretario de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y amenazó con retirar a su país de la cumbre si eso ocurriera. ¿Cómo lo desplazarán? Ya reiteraron su posición de no intervenir en los cortes de ruta de Gualeguaychú que tanto reclama el país vecino. ¿Qué pasará?
Ya nadie puede contradecir la idea de que Néstor Kirchner controla por medio de sus impulsos repentinos y desmedidos los hilos del país, ya sea desde el epicentro kircherista en Santa Cruz, hasta la fortaleza impenetrable en Olivos.
El miércoles 3 de diciembre todos los diarios nacionales publicaban en sus filas la decisión implacable del gobierno de echar a su Secretaria de Ambiente y Desarrollo Sustentable de medio ambiente por el “despilfarro, la mala gestión y las torpezas ambientales” que según el oficialismo, ella habría protagonizado.
Más allá de los números que se puedan mostrar sobre el gasto del presupuesto, hecho que se repite en casi todas las aristas del poder K, Piccoloti fue el motor que impulsó la ley de protección de glaciares que días atrás la Presidenta habría vetado. Quizás por intereses empresariales, quizás por el oro que es posible encontrar o quizás porque Cristina no es una fanática del medio ambiente, lo cierto es que la Secretaria enfrentó los intereses de los altos rangos; tardó muy poco en cobrar.
El 12 de noviembre se leía en los periódicos la no clara renuncia o denuncia del que era en ese momento el Superintendente de Servicios de Salud y también recaudador de fondos de la campaña de Cristina Fernández. Éste habría salido del gobierno a partir de una pelea con la Ministra de Salud, Graciela Ocaña, kircherista, a raíz del Triple Crimen de General Rodríguez, una astilla que parece estar metiéndose cada vez más y más en el dedo de la presidenta según documentos revelados principalmente por Crítica de la Argentina. Según aquella información, la Jefa de Estado habría sido beneficiada por donaciones que Sebastián Forza había destinado a la campaña presidencial de la actual mandataria, como principal bastión de Lanata.
En declaraciones públicas, el ex superintendente había colocado a Ocaña en el lugar de la responsable de designar al supuesto narcotraficante como presidente del comité de acreedores del hospital francés.
Sumado a todo esto, Capacciolli era uno de los pocos aliados del ex Jefe de Gabinete, Alberto Fernández que permanecía en el poder. Y aquí hay un enlace. Alberto Fernández. Será por un efecto “paso al costado” o por una simple casualidad, pero la imagen del ex número dos de los Kirchner gozó de una mejoría tras haber dejado el poder en una renuncia posiblemente muy anunciada. Los K no pudieron tolerar esa situación y marginaron a Fernández del poder tras pasar un período de supuesta cooperación desde afuera.
Por la obviedad no habría que mencionarlo, pero las premisas todas sirven para probar la idea. Julio César Cleto Cobos es hoy un ermitaño de la concertación. Un radical en el poder “peronista” K, impensado. El ya fritado y refritado “voto no positivo” del vicepresidente Cobos para con el proyecto de la ley 125 en la Cámara de Senadores de la Nación logró para él la auto reclusión por su parte en su despacho legislativo. No pisa la Rosada hace meses y ni hablar de su relación con la Presidenta, su Presidenta, nulidad. Fue marginado, y hoy ignorado y ninguneado por sus compañeros de fórmula. Ha sido desplazado del poder de una manera que no tiene precedentes.
Para finalizar, la primera baja. También por las retenciones móviles hacia el campo, el tema que ha tomado más víctimas y causado más daños visibles que cualquier otro en este corto lapso Cristiniano. Además, mejor no olvidar que Martín Lousteau además de haber propuesto la 125, también tomo la ingenua decisión de confrontar al más temible y perverso de todos los integrantes de este gobierno: Guillermo Moreno. No tenía muchas chances, pero al momento de su renuncia nadie se imaginaba que sería el primero y no el último de los desplazados.
Como bonus track y a partir de una interpretación completamente relativa, se puede decir que el INDEC, el Instituto Nacional de Estadística y Censos también fue dejado de lado. Instrumento vital para la transparencia democrática en el poder, a cargo de revelar los números de la economía nacional, los precios tangibles para el pueblo, la canasta básica familiar y el dinero necesario para sobrevivir, la inflación y muchos temas más. Fue, también, “echado”. Al designar a Guillermo Moreno y a su “patota” como interventor del organismo eliminó toda transparencia, toda veracidad y toda credibilidad al instituto. Desplazó hasta a la verdad, la más increíble verdad que nadie se anima siquiera a imaginar. Esa realidad que tanto amenazaba con desmentir y refutar los dichos oficiales acerca de aquellos números que nunca rozan ni la mitad de la verdad, ni el 0.5 por ciento de ella.
Por suerte todos estos ejemplos fueron dados dentro del territorio de la República. Ahora el Presidente de la República Oriental del Uruguay, Tabaré Vázquez se opuso a que el ex Presidente Néstor Kirchner ocupe el lugar del secretario de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y amenazó con retirar a su país de la cumbre si eso ocurriera. ¿Cómo lo desplazarán? Ya reiteraron su posición de no intervenir en los cortes de ruta de Gualeguaychú que tanto reclama el país vecino. ¿Qué pasará?
domingo, 14 de diciembre de 2008
Algo Bizarro
Walkman
No tiene batería. El reproductor de casetes (tecnología muerta) en el que enchufa un auricular y como una arteria más de su cuerpo conecta a sus oídos, no tiene pilas. “Yo no quiero trabajar, no quiero ir a estudiar, no me quiero casar”, es un cartel en su frente y la verdad es que hay que poner mucha atención para descifrar la letra porque modula menos de lo que habla sin melodía.
Es un chico y es de Olivos. “Es de...”, porque ya es un tatuaje y un ritual de los vecinos de este barrio de zona norte escucharlo casi todos los días pasar por la puerta de las casas, a lo largo y a lo ancho de toda la zona, su vida es caminar y “cantar” canciones que pocas veces se entienden alrededor de todo este vecindario.
Con un seguimiento intensivo se puede entender que la gente “habitué” ya lo tiene asumido, como una enfermedad que no lastima pero está, pero los que pasan por allí para visitar a algún familiar o realizar algún tramite, son embestidos por la mística, confundida por el miedo, que exhala permanentemente este joven. Y no tiene pilas.
No tiene batería. El reproductor de casetes (tecnología muerta) en el que enchufa un auricular y como una arteria más de su cuerpo conecta a sus oídos, no tiene pilas. “Yo no quiero trabajar, no quiero ir a estudiar, no me quiero casar”, es un cartel en su frente y la verdad es que hay que poner mucha atención para descifrar la letra porque modula menos de lo que habla sin melodía.
Es un chico y es de Olivos. “Es de...”, porque ya es un tatuaje y un ritual de los vecinos de este barrio de zona norte escucharlo casi todos los días pasar por la puerta de las casas, a lo largo y a lo ancho de toda la zona, su vida es caminar y “cantar” canciones que pocas veces se entienden alrededor de todo este vecindario.
Con un seguimiento intensivo se puede entender que la gente “habitué” ya lo tiene asumido, como una enfermedad que no lastima pero está, pero los que pasan por allí para visitar a algún familiar o realizar algún tramite, son embestidos por la mística, confundida por el miedo, que exhala permanentemente este joven. Y no tiene pilas.
Perfil de Alejandro Apo para TEA
Un hombre de barrio con un micrófono adelante, Apo Dixit
Trece años a la cabeza de “Con afecto”, no tantos con “Donde quiera que estés” y más de 270 ciudades que demostraron su cariño a “… y el fútbol contó un cuento”. Se puede decir (y no sería la primera vez) que Alejandro Apo, periodista y comentarista deportivo a creado un nuevo género.
“El fútbol es un vehículo de ideas”, repite una y otra vez junto a otras frases hechas por él. Este hombre que derrocha humildad a cada minuto atrae a hombres y un número admirable de mujeres a escuchar historias de fútbol mezcladas con música y literatura en cada una de sus emisiones.
El fanatismo que logra su programa y las repercusiones que tiene, desde la ya abandonada actitud de pegar el oído a la radio o rondar el país con su espectáculo que consta de él contando cuentos y Marcelo Sanjurjo tocando música ya rompió todos los esquemas.
Su padre (según él, “el verdadero Apo”), creó junto a Carlos Fontanarrosa “Polémica en el fútbol” y su madre es narradora oral y profesora de literatura, ya se entiende cómo es que Alejandro logró adquirir semejante talento para emocionar y captar la atención con el contar de un cuento.
“…Que el fútbol no es sólo fútbol, que el fútbol siempre está iluminado por la vida, como es la vida, ni maravillosa, ni extraordinaria, ni cruel: única…”. Parece describirse a sí mismo. Alejandro Apo rompe esquemas en el fútbol y la lírica, es un poeta, un amante literario y un periodista deportivo, una mezcla que da como resultado, una pasión de multitudes, como el fútbol.
Trece años a la cabeza de “Con afecto”, no tantos con “Donde quiera que estés” y más de 270 ciudades que demostraron su cariño a “… y el fútbol contó un cuento”. Se puede decir (y no sería la primera vez) que Alejandro Apo, periodista y comentarista deportivo a creado un nuevo género.
“El fútbol es un vehículo de ideas”, repite una y otra vez junto a otras frases hechas por él. Este hombre que derrocha humildad a cada minuto atrae a hombres y un número admirable de mujeres a escuchar historias de fútbol mezcladas con música y literatura en cada una de sus emisiones.
El fanatismo que logra su programa y las repercusiones que tiene, desde la ya abandonada actitud de pegar el oído a la radio o rondar el país con su espectáculo que consta de él contando cuentos y Marcelo Sanjurjo tocando música ya rompió todos los esquemas.
Su padre (según él, “el verdadero Apo”), creó junto a Carlos Fontanarrosa “Polémica en el fútbol” y su madre es narradora oral y profesora de literatura, ya se entiende cómo es que Alejandro logró adquirir semejante talento para emocionar y captar la atención con el contar de un cuento.
“…Que el fútbol no es sólo fútbol, que el fútbol siempre está iluminado por la vida, como es la vida, ni maravillosa, ni extraordinaria, ni cruel: única…”. Parece describirse a sí mismo. Alejandro Apo rompe esquemas en el fútbol y la lírica, es un poeta, un amante literario y un periodista deportivo, una mezcla que da como resultado, una pasión de multitudes, como el fútbol.
TP sobre el libro Infierno Grande de Guillermo Martínez para TEA
Infierno Grande
La personalidad argentina nos hace permanentemente demostrar ese origen en todo lo que hacemos: en nuestro modo de vivir, en nuestra forma de hablar, en nuestro trabajo, en fin, en todo. Esta es la conclusión que sacamos al desmenuzar el libro de Guillermo Martínez, Infierno Grande. Éste es uno de los primeros trabajos del autor mencionado y corresponde, el título, a un centenar de elogios de diferentes medios críticos literarios.
Es desde estos cuentos cortos que el autor se torna transparente y demuestra con cada historia una pizca de su vida. Es más claro de explicar con sólo decir que Guillermo
Martínez además de ser escritor, es matemático y práctica la docencia desde este área, al mismo tiempo que escribe cuentos como “El recuperatorio”, un relato sobre la intriga que domina a un profesor sobre una de sus alumnas.
Mas allá de las coincidencias con su vida personal, los cuentos de Martínez mezclan un estilo de fantasía, imágenes grotescamente descriptas y la locura de las mentes modernas con cuentos como “El billete de mil”, “Unos ojos fatigados”
y “La víctima”, en las que inventa historias muy simples pero que desarrolla con tanta elegancia y originalidad que aunque la idea pueda parecer “fácil”, logra captar al lector en un transe y permite digerir todos sus cuentos de una manera excelsa.
Ya desde el primer cuento, el que hace honor al título, el autor nos da el primer golpe de argentinidad, nos sorprende con un cuento de un sutil terror y simple suspenso que trata de un pueblo chico, de un infierno grande. Las páginas nos llevan a entender que el cuento es en realidad una analogía del proceso y el terrorismo de estado tratando de ocultar los asesinatos infundados que realizaban con tanta impunidad.
Además de tener cuentos muy cortos y comprensibles, este joven escritor no para de sorprender a un lector que viene ablandado por la docilidad de los primeros relatos al encontrarse con “Relatos de un piscicultor” y “Deleites y sobresaltos de la sombreridad”, dos historias muy diferentes a las anteriormente mencionadas, ya que constan de muchas más descripciones e inusuales complejidades, requieren una atención más personalizada y a un lector más compenetrado.
Y es de esto de lo que esta hecho “Infierno Grande”, una invisibilidad de lo que vendrá, el lector no sabrá con que se irá a encontrar, tendrá un vértigo permanente mientras en el libro que tiene en sus manos tenga hojas sin leer. Nunca se sabe con qué los sorprenderá Guillermo Martínez, joven, pero audaz.
La personalidad argentina nos hace permanentemente demostrar ese origen en todo lo que hacemos: en nuestro modo de vivir, en nuestra forma de hablar, en nuestro trabajo, en fin, en todo. Esta es la conclusión que sacamos al desmenuzar el libro de Guillermo Martínez, Infierno Grande. Éste es uno de los primeros trabajos del autor mencionado y corresponde, el título, a un centenar de elogios de diferentes medios críticos literarios.
Es desde estos cuentos cortos que el autor se torna transparente y demuestra con cada historia una pizca de su vida. Es más claro de explicar con sólo decir que Guillermo
Martínez además de ser escritor, es matemático y práctica la docencia desde este área, al mismo tiempo que escribe cuentos como “El recuperatorio”, un relato sobre la intriga que domina a un profesor sobre una de sus alumnas.
Mas allá de las coincidencias con su vida personal, los cuentos de Martínez mezclan un estilo de fantasía, imágenes grotescamente descriptas y la locura de las mentes modernas con cuentos como “El billete de mil”, “Unos ojos fatigados”
y “La víctima”, en las que inventa historias muy simples pero que desarrolla con tanta elegancia y originalidad que aunque la idea pueda parecer “fácil”, logra captar al lector en un transe y permite digerir todos sus cuentos de una manera excelsa.
Ya desde el primer cuento, el que hace honor al título, el autor nos da el primer golpe de argentinidad, nos sorprende con un cuento de un sutil terror y simple suspenso que trata de un pueblo chico, de un infierno grande. Las páginas nos llevan a entender que el cuento es en realidad una analogía del proceso y el terrorismo de estado tratando de ocultar los asesinatos infundados que realizaban con tanta impunidad.
Además de tener cuentos muy cortos y comprensibles, este joven escritor no para de sorprender a un lector que viene ablandado por la docilidad de los primeros relatos al encontrarse con “Relatos de un piscicultor” y “Deleites y sobresaltos de la sombreridad”, dos historias muy diferentes a las anteriormente mencionadas, ya que constan de muchas más descripciones e inusuales complejidades, requieren una atención más personalizada y a un lector más compenetrado.
Y es de esto de lo que esta hecho “Infierno Grande”, una invisibilidad de lo que vendrá, el lector no sabrá con que se irá a encontrar, tendrá un vértigo permanente mientras en el libro que tiene en sus manos tenga hojas sin leer. Nunca se sabe con qué los sorprenderá Guillermo Martínez, joven, pero audaz.
Otra vez atrás
¿Que será de la mancha?
La mancha estaba ahí. Habían pasado varios años ya. Muchas cosas habían cambiado y hasta el cielo tenia otro color, no podía reconocer ni hasta lo mas familiar, como cuando se esta ausente del hogar y ya no se puede recorrer los pasillos con los ojos vendados. Es esa sensación de extrañeza de la que no se puede librar, esa auto-alienación que angustia y desespera. Se entrelazaron las puntas y se formó un flagelo que parecía inquebrantable. De vez en cuando lograba esconderse y tranquilizarse, sentirse feliz, pero, ¿Qué hay de divertido en ser feliz? El aburrimiento de la felicidad llevó -y aun lleva- a buscar problemas en donde no los hay.
Que decepcionante que es sentir que se está tropezado en uno mismo, se está chocando contra la misma pared vieja y sucia, que con solo un soplido efectivo se es capaz de tirarla abajo, de demoler eso que en realidad no es tan… real.
Que demoledor que es darse cuenta que uno solo pensó haber salido de aquel juego perverso que se tiene contra sí, para verse una vez más congelado en esa imagen, en ese autorretrato desgarrador que se fue pintando con el tiempo, desde ese disparador, ese gatillo, que en realidad nunca fue, sino que armamos la escultura, levantamos un gigante que dice a gritos, “soy vos”.
Si todo lo imagina, ¿Por qué la mente humana, la razón, es tan poco razonable?
Se piensa todo para llegar a la conclusión de que ni se sabe ya a qué se le tiene miedo. Es hasta gracioso pensar que el detonador original no existe más y que las vueltas mentales se marearon a sí mismas para terminar dejando cabos sueltos sin un núcleo. Sin un motivo. Y cuando esa nube deprimente nos agobia, me agobia, se decide identificar, marcar, nombrar y reconocer lo que en verdad nos erosiona. Hecho esto, espero que la nube se esfume, porque ¿no debería ser así? Si se está peleando con imágenes alternas de un “algo” que ya no existe, que ya fue rebasado, y dejado atrás.
Pero todavía no estoy a salvo. No estoy libre, pero ya lo estuve, intermitentemente, pero volví a la misma zanja por no tener ninguna mejor en la que recostarme. Si no hay nada nuevo, si no hay nada que ocupe el lugar de lo que se va, eso vuelve, porque un hueco no puede existir en la mente humana. Es un reflejo entonces, el auto-flagelarse porque sino la cabeza se aburre.
La tranquilidad llega cuando hay algo que ocupa eso que molesta. Cuando se tapa, cuando no se le da pelota a algo que molesta, eso se va, y uno se da cuenta, y esa es la tranquilidad de la que se habla. Si no se encuentra nada para ocupar el pensamiento, se vuelve a lo fácil, es fácil estar enojado con uno mismo, porque no hay que moverse para solucionarlo, es fácil la mancha.
La mancha… ¿Seguirá ahí?
La mancha estaba ahí. Habían pasado varios años ya. Muchas cosas habían cambiado y hasta el cielo tenia otro color, no podía reconocer ni hasta lo mas familiar, como cuando se esta ausente del hogar y ya no se puede recorrer los pasillos con los ojos vendados. Es esa sensación de extrañeza de la que no se puede librar, esa auto-alienación que angustia y desespera. Se entrelazaron las puntas y se formó un flagelo que parecía inquebrantable. De vez en cuando lograba esconderse y tranquilizarse, sentirse feliz, pero, ¿Qué hay de divertido en ser feliz? El aburrimiento de la felicidad llevó -y aun lleva- a buscar problemas en donde no los hay.
Que decepcionante que es sentir que se está tropezado en uno mismo, se está chocando contra la misma pared vieja y sucia, que con solo un soplido efectivo se es capaz de tirarla abajo, de demoler eso que en realidad no es tan… real.
Que demoledor que es darse cuenta que uno solo pensó haber salido de aquel juego perverso que se tiene contra sí, para verse una vez más congelado en esa imagen, en ese autorretrato desgarrador que se fue pintando con el tiempo, desde ese disparador, ese gatillo, que en realidad nunca fue, sino que armamos la escultura, levantamos un gigante que dice a gritos, “soy vos”.
Si todo lo imagina, ¿Por qué la mente humana, la razón, es tan poco razonable?
Se piensa todo para llegar a la conclusión de que ni se sabe ya a qué se le tiene miedo. Es hasta gracioso pensar que el detonador original no existe más y que las vueltas mentales se marearon a sí mismas para terminar dejando cabos sueltos sin un núcleo. Sin un motivo. Y cuando esa nube deprimente nos agobia, me agobia, se decide identificar, marcar, nombrar y reconocer lo que en verdad nos erosiona. Hecho esto, espero que la nube se esfume, porque ¿no debería ser así? Si se está peleando con imágenes alternas de un “algo” que ya no existe, que ya fue rebasado, y dejado atrás.
Pero todavía no estoy a salvo. No estoy libre, pero ya lo estuve, intermitentemente, pero volví a la misma zanja por no tener ninguna mejor en la que recostarme. Si no hay nada nuevo, si no hay nada que ocupe el lugar de lo que se va, eso vuelve, porque un hueco no puede existir en la mente humana. Es un reflejo entonces, el auto-flagelarse porque sino la cabeza se aburre.
La tranquilidad llega cuando hay algo que ocupa eso que molesta. Cuando se tapa, cuando no se le da pelota a algo que molesta, eso se va, y uno se da cuenta, y esa es la tranquilidad de la que se habla. Si no se encuentra nada para ocupar el pensamiento, se vuelve a lo fácil, es fácil estar enojado con uno mismo, porque no hay que moverse para solucionarlo, es fácil la mancha.
La mancha… ¿Seguirá ahí?
Dos Veces Seguidas
Signos de vida:
El mundo estaba en guerra, pero los niños aun cantaban.
Es como ver a un perro agonizando, vez directo a sus ojos, vez la sinceridad en él, vez sus intenciones. Te dice: “Yo ya estoy, ya caigo, me derrumbo, pero vos todavía podes seguir”. Esto te pone mal, lees entre líneas y por fin, ves. Ya no sos un siego y de los peores, que no quieren ver. Sos un poco más sabio que antes, creciste un poco. El perro crece con la edad, madura con el tiempo, pero vos, un ser humano, no. El ser humano puede vivir mucho tiempo y ser igual de tonto e ingenuo que al amanecer. Depende enteramente de cada uno crecer. Lo que hoy aprendiste, lo podrías haber aprendido en la mitad de tu vida, o quizás nunca.
¿Qué es lo que realmente importa? Nos hacemos este interrogante. Acá aprendemos un poco. Aprendimos, crecimos, no importa nuestra edad. Mirá y pensá, luego elegí. Así creces, no viviendo como un tren, llevándote todo por delante.
Vos creciste, y los niños siguen cantando. Pienso y lloro.
Realidad Bajo Cero:
Días más tarde el Perro murió. Nunca lo viste, pero sabes que debajo de esas sabanas, la muerte había dejado su huella. La realidad bajo cero. Esa imagen que anteriormente te revolvió las ideas, hoy, las vuelve a arremolinarlos. Cuando no se está, se es más. Alrededor de semejante frío, varias mentes calladas. Ya no se habían llevado la vida por delante, la vida se los había llevado por delante a ellos, y trajo lo peor. ¿Es posible llevarse por delante a la muerte? ¿Cómo no morir ante la muerte? Ironía. Hace falta conocerse para esto, el obstáculo más imponente en la vida, uno mismo. El Perro ahora era un Héroe, era un personaje agigantado. La mística del animal te asombro, los ojos, la esencia. Una esencia que le gano a la existencia, ya que su sentimiento sigue en vos aunque no este más. ¿Qué hizo él para que lo recuerdes? Nada, solo se dejo morir. Así que, no vale la pena preocuparse en ser recordado por el mundo si nos va a costar la muerte. Se recordará en tu vida más a este perro que a muchas otras cosas.
La realidad se había enfriado, y hoy, esta bajo cero.
El mundo estaba en guerra, pero los niños aun cantaban.
Es como ver a un perro agonizando, vez directo a sus ojos, vez la sinceridad en él, vez sus intenciones. Te dice: “Yo ya estoy, ya caigo, me derrumbo, pero vos todavía podes seguir”. Esto te pone mal, lees entre líneas y por fin, ves. Ya no sos un siego y de los peores, que no quieren ver. Sos un poco más sabio que antes, creciste un poco. El perro crece con la edad, madura con el tiempo, pero vos, un ser humano, no. El ser humano puede vivir mucho tiempo y ser igual de tonto e ingenuo que al amanecer. Depende enteramente de cada uno crecer. Lo que hoy aprendiste, lo podrías haber aprendido en la mitad de tu vida, o quizás nunca.
¿Qué es lo que realmente importa? Nos hacemos este interrogante. Acá aprendemos un poco. Aprendimos, crecimos, no importa nuestra edad. Mirá y pensá, luego elegí. Así creces, no viviendo como un tren, llevándote todo por delante.
Vos creciste, y los niños siguen cantando. Pienso y lloro.
Realidad Bajo Cero:
Días más tarde el Perro murió. Nunca lo viste, pero sabes que debajo de esas sabanas, la muerte había dejado su huella. La realidad bajo cero. Esa imagen que anteriormente te revolvió las ideas, hoy, las vuelve a arremolinarlos. Cuando no se está, se es más. Alrededor de semejante frío, varias mentes calladas. Ya no se habían llevado la vida por delante, la vida se los había llevado por delante a ellos, y trajo lo peor. ¿Es posible llevarse por delante a la muerte? ¿Cómo no morir ante la muerte? Ironía. Hace falta conocerse para esto, el obstáculo más imponente en la vida, uno mismo. El Perro ahora era un Héroe, era un personaje agigantado. La mística del animal te asombro, los ojos, la esencia. Una esencia que le gano a la existencia, ya que su sentimiento sigue en vos aunque no este más. ¿Qué hizo él para que lo recuerdes? Nada, solo se dejo morir. Así que, no vale la pena preocuparse en ser recordado por el mundo si nos va a costar la muerte. Se recordará en tu vida más a este perro que a muchas otras cosas.
La realidad se había enfriado, y hoy, esta bajo cero.
El Beso
Se imaginó mil veces en ese momento de vuelo de ángeles alrededor de él y de ella. Quién diría, pensaba el, que este momento alguna vez iba a existir. Y ya se fue, que mal.
También se percató de que no era un solo momento, sino muchos, unidos por un hilo de tiempo y que en un futuro esa única casualidad sería despreciada para llamarla “esa vez”. Esa vez en la que cumplió su predicción, esa vez en la que se convirtió en un adivino.
-Es ahora cuando veo que los edificios de esta ciudad nos abrazan y desde todos lados nos asfixian. Veo que el cielo nos envuelve y la luna es el broche de oro, o de plata. Es este momento que pasó. Ahora la luna debe estar miles de kilómetros más hacia algún costado, pero no nos damos cuenta porque somos tan pequeños. Mínimos. Cuántas veces se habrá dicho esto, este cliché de vida, es igual a todo, y todo sigue igual, los mismos bloques de concreto alrededor nuestro y el mismo cielo negro, nunca algo tan oscuro, tan vacío de luz fue tan hermoso.
Se arrepintió de haberse abierto quizás demasiado y quizás haberla ahuyentado, pero nunca corrió.
-¿Qué será de esto?, preguntó ella, no importa como es, ella.
¿Se darán cuenta los seres de otros mundos lo que está pasando acá? Acá y en muchos lados y tiempos. ¿Importa?
Ambos no quisieron saber si el beso se concretaría o nunca sería.
-¿Por qué no me importa pero pienso que es tan importante?, ella.
-No sé, sólo se que todas mis ideas que hasta ahora expresé, toda mi historia, todos mis rencores y todos mis miedos me empujan hacia el mismo lado. Sé sin un porqué que tengo que juntar mis labios con los tuyos. Mi cuerpo y mi alma, si existe alguno de los dos, me obligan a juntarme con vos. No lo quiero entender, él.
-Juntá tus labios con los que tenés enfrente. Hacelo. Ya. ¿Porqué me lo sigo diciendo si ya lo estoy haciendo?, los dos.
Los ángeles dejaron de volar alrededor de ellos, los edificios desaparecieron y el cielo se confundió con la tierra. La luna desabrochó el tiempo. Su trabajo estaba hecho.
También se percató de que no era un solo momento, sino muchos, unidos por un hilo de tiempo y que en un futuro esa única casualidad sería despreciada para llamarla “esa vez”. Esa vez en la que cumplió su predicción, esa vez en la que se convirtió en un adivino.
-Es ahora cuando veo que los edificios de esta ciudad nos abrazan y desde todos lados nos asfixian. Veo que el cielo nos envuelve y la luna es el broche de oro, o de plata. Es este momento que pasó. Ahora la luna debe estar miles de kilómetros más hacia algún costado, pero no nos damos cuenta porque somos tan pequeños. Mínimos. Cuántas veces se habrá dicho esto, este cliché de vida, es igual a todo, y todo sigue igual, los mismos bloques de concreto alrededor nuestro y el mismo cielo negro, nunca algo tan oscuro, tan vacío de luz fue tan hermoso.
Se arrepintió de haberse abierto quizás demasiado y quizás haberla ahuyentado, pero nunca corrió.
-¿Qué será de esto?, preguntó ella, no importa como es, ella.
¿Se darán cuenta los seres de otros mundos lo que está pasando acá? Acá y en muchos lados y tiempos. ¿Importa?
Ambos no quisieron saber si el beso se concretaría o nunca sería.
-¿Por qué no me importa pero pienso que es tan importante?, ella.
-No sé, sólo se que todas mis ideas que hasta ahora expresé, toda mi historia, todos mis rencores y todos mis miedos me empujan hacia el mismo lado. Sé sin un porqué que tengo que juntar mis labios con los tuyos. Mi cuerpo y mi alma, si existe alguno de los dos, me obligan a juntarme con vos. No lo quiero entender, él.
-Juntá tus labios con los que tenés enfrente. Hacelo. Ya. ¿Porqué me lo sigo diciendo si ya lo estoy haciendo?, los dos.
Los ángeles dejaron de volar alrededor de ellos, los edificios desaparecieron y el cielo se confundió con la tierra. La luna desabrochó el tiempo. Su trabajo estaba hecho.
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