Entonces vi como aquel ángel caído del cielo se enfrentaba contra el demonio. Recordar sus apariencias seria para mi imposible, la gente que los rodeaba, mirando, atónitos, era tanta que solo pude ver las alas del ángel y las llamas envolventes del diablo. Todavía era difícil para mí asimilar la situación. Recuerdo muchas cabezas observando el espectáculo sobrenatural que esa madrugada tan especial nos había brindado. También recuerdo cuando apareció en escena el diablo. La muchedumbre se entrelazaba entre sí para golpearse y destruirse, todos guiados por una idea general, la guerra. El pueblo de mi ciudad se había reunido en el centro para matarse. Cuando ya el escenario era apocalíptico y yo era acribillado por una mujer con un palo, tan repentinamente como todo en aquella noche, dejé de sentir golpes y entendí que algo más ocurría. Me levanté como si nada y miré a mí alrededor, una ronda de gente se había formado a unos metros de mí. Traté de llegar hacia el centro de la rosca de personas, para observar qué era lo que realmente ocurría pero me fue imposible penetrar semejante capa de cuerpos. Pregunté entonces por qué tanta atención rodeaba aquel punto y me contestaron que “el demonio” había surgido de entre la tierra para luchar en el cataclismo preanunciado que nos acontecía.
Quién sabe cuándo, el ángel había bajado a batirse contra ese hombre del infierno. Un estrepitoso alarido de la gente dio a entender que algo nuevo había aparecido en escena. Se escuchaba: “un ángel”, “un ángel vino a salvarnos”. Era increíble para mí, y eso hice durante varios minutos, no creerlo. Pensar que yo estaba en mi casa tomando café cuando me enteré de todo esto. Ahora los dos seres más opuestos de la historia se enfrentaban en el centro comercial de mi barrio. “A las cuatro y media en el centro”, habían dicho. En un instante todo se esclareció, era cierto. Por encima de las cabelleras de miles de personas testigos de algo que yo no podía comprobar, vi un ala. Estaba seguro de haber visto un ala, o medio ala. Lo que no podía nadie negarme era que algo blanco había pasado rápidamente por el cielo estrellado, y yo lo había visto, nadie me diría qué era eso. Al ver aquel ala no pude más que seguir buscando evidencias de lo que decían que pasaba. Seguí alejándome del círculo de gente para poder ver más por encima de ellos.
A las cuatro y media en el centro. Eso era lo que la radio decía mientras tomaba mi café tranquilo sentado en mi comedor. A las cuatro y media en el centro, una guerra, el fin, una batalla de clases, de estratos sociales y de estereotipos. Nadie se salva, nadie puede no ir. Era ridículo, yo no iría, ninguna radio iba a convencerme de estar en el centro a las 4 y media de la mañana.
Cuando llegué, los negocios estaban todos atestados de gente saqueando las vidrieras y golpeándose, luchando entre sí, arrancándose los pelos, estrellándose mutuamente contra las paredes, tratando de ganar una batalla que no tenía ni siquiera dos bandos, todos peleaban por su cuenta. Sin poder darme cuenta de nada, recibí el primer golpe, un hombre se había abalanzado sobre mí para aniquilarme. No por el instinto de guerra sino por mi propia defensa, pude revertir la situación evitando sus golpes y comencé yo a pegarle. Lo tenía contra el piso, su cara ya no quería más. Gritaba, sufriendo el dolor de mis nudillos fríos. Mi cara estaba tensa, como si estuviese haciendo una mueca de furia hace varios minutos. Cuando el hombre dejó de gritar y de resistirse, lo solté y me alejé. Entonces busqué a mi próximo enemigo. Era claro que yo no iba a perder. Estaba cansado de perder. Esa era mi batalla.
Faltaba sólo una hora, eran las tres y media. Tres y diez iba a salir para allá, para el centro. Ya hace rato que había dejado de intentar comunicarme con mis conocidos, nadie atendía el teléfono, nadie estaba en su casa. La radio seguía prendida, pero el aire no era cubierto por ninguna voz, aún así, el mensaje seguía siendo claro, a las cuatro y media. Una grabación lo decía. Nadie se iba a perder la guerra, ni los mismos que la habían creado.
Por encima de los centenares de cabezas que bloqueaban mi visión hacia el centro del círculo solo había podido ver una sola vez aquel destello blanco cruzarse de un lado a otro. Debía encontrar otra prueba que me afirmara de una vez por todas que todo lo que decían que pasaba era verdad. Miré hacia el piso para volver a ver la sangre esparcida bajo mis pies, en eso, levanté mi pie y me vi la suela de la zapatilla. Incrustada entre las marcas de fábrica de mí calzado y pegada por la sangre que había estado pisando hasta recién, una pluma yacía inmóvil en mi pie. Era lo único que necesitaba.
Embestí a una mujer que estaba de espaldas, presa fácil. La puse de espaldas y comencé a golpearle la nuca. Mucho más no tendría que hacer. Casi sin moverse, se escapó de mí y desesperada tomó un palo del piso. Me golpeó la cara. Caí de espaldas al suelo y vi repetidas veces subir y bajar aquel palo contra mi persona. Sus latigazos eran tan rápidos que no pude atinar a salvarme. Su velocidad era sorprendente. Cuando casi me había resignado a resistir, todos frenaron. Algo había pasado, sentí un calor insoportable que venía de la tierra. Se escuchó una explosión a unos metros de mí, miré en esa dirección y vi un mar de gente rodeando un pequeño perímetro.
Al parecer el mensaje de las radios había llegado hasta el cielo y el infierno, entendí entonces, que aquella noche iba a durar para siempre. Hasta que no dejáramos de escuchar sin pensar, ni el ángel ni el diablo sobrevivirían.
grande juanchi... simplemente grande
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